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Por acá las cosas siguen como siempre: la fuente de la plaza no deja de repetir tu nombre con el correr del agua que cae descaradamente sobre los mosaicos azules y amarillos que la visten por dentro. Las flores comienzan a aparecer aquí y allá, los chiquillos todo el día van de un lado para otro correteando y jugueteando como todos los niños, y como suele suceder con las criaturas, de cuando en cuando escupen a la cara su sinceridad tan duramente que hasta lastiman.

Ayer rompieron un cristal del ventanal de la sala. Salí con una piedra en la mano para reclamarles la afrenta, más ellos huyeron a toda prisa riéndose y gritándome a la cara: Loco. Ya te lo había comentado en otra carta, no sé porqué les ha dado por llamarme así ¡me creen demente! Pero yo estoy más cuerdo que nunca.

¿Acaso es una locura tejer mis sueños con la madeja del optimismo? ¿O vestir la tristeza con el ropaje de una esperanza? Todo mi pecado consiste en mirar al sendero anhelando el momento en que te veré llegar, ataviada con ese vestido de flores rojas que conseguía enloquecerme.

Piensan que he perdido el juicio porque mantengo la casa intacta para que a tu regreso encuentres todo en su lugar: las cortinas de encaje en la ventana del pasillo, el mantel de tu abuela limpio y almidonado cubriendo la mesa del comedor, las plantas vivas y rebosantes dentro de las macetas de barro que con tanto esmero cuidabas cada mañana, tu ropa en el armario, las zapatillas junto a la cama, el abrigo marrón listo para abrigarte en el perchero junto a la puerta y mis brazos extendidos con fervor añorando que te refugies en ellos como antaño, para apretarte suavemente contra mi pecho mientras acaricio tu cabello con delicadeza.

Cuando salgo para hacer las compras de costumbre, los oigo cuchichear a mis espaldas. Afirman que me he desquiciado, tan solo porque paso las noches sentado en el porche de la casa con la mirada firme en el horizonte, pendiente de cualquier ruido, de algún movimiento que delate tu arribo para correr a tu encuentro, seguramente con los ojos llenos de lágrimas dispuesto a olvidarlo todo para comenzar una nueva vida.

Añoro, eso sí, el pasado en el que fui tan feliz. Los días en que verte ir y venir por la casa representaban lo mejor de mi vida. Me llaman excéntrico porque despierto  gritando tu nombre y en las tardes lluviosas me siento tras la ventana esperando por ti, entonces aprovecho que las gotas de lluvia resbalan por el cristal empañado y lloro, lloro con todas mis fuerzas, delirante y furioso.

Mi querida Anita, te di mi vida, mi corazón entero, me entregué a ti por completo sin más anhelos que verte feliz. A cambio, te marchaste, fuiste cruel e implacable, no escuchaste mis súplicas frenéticas exigiendo, rogando, suplicando que no me privaras de tu presencia infinita y gloriosa como una bendición de Dios. Pero todo fue inútil. Desde entonces, vivo entre estas cuatro paredes fiel a tu recuerdo, esperando tu regreso. Porque sé que volverás, cuando no encuentres en sus manos las caricias conocidas, cuando veas que sus pasos vacilantes no te llevan a la gloria, cuando sus labios repitan tu nombre en esas noches de amor infinito querrás encontrar mis ojos y a pesar tuyo los encontraras: vacíos de vida, cegados por el dolor, inundados de tristeza porque sabrás que me abandonaste sin compasión como un verdugo frío y despiadado.

Nunca te amará como yo, te sentirás perdida en tus propios caminos incapaz de continuar, sé aunque no sea un profeta, que lo abandonarás y volverás, te veré avanzar por el sendero poco a poco, con pasos apresurados, aunque nerviosos, tendrás el temor al rechazo reflejado en tus ojos. Entonces…

Te colocaré tu abrigo para protegerte del frío, te acercaré las zapatillas de dormir para que reposes tus pies, besaré ese camino que te trajo hasta mi, te amaré con ternura, te escucharé con paciencia, hilvanaré mil collares con cuentas de colores para que nunca tu imagen vuelva a ser  difusa  y dedicaré cada día a hacerte feliz.

La gente verá que mi espera no fue en vano, volverán a llamarme Don Jacinto, dejaré de ser el ido que espera un imposible y que escribe cartas cada día para lanzarlas al aire con la esperanza de que el viento incansable las lleve hasta ti. Pero no tardes mucho, por favor, porque a veces siento que en medio de esta espera dolorosa terminaré loco de verdad.

Elena Ortiz Muñiz

 

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