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Jordi se decidió a escribir. No podía dejar que eso que estaba viviendo ó había vivido ya quedara preso de su cerebro. Debía contarlo cuando aún podía hacerlo.

Todo comenzó más o menos por el tiempo en que conoció aquella mujer como de casualidad. También como de casualidad su relación fue prolongándose, ensanchándose, haciéndose más intensa cada vez. El sentía cómo esa mujer se hacía dueña de sus actos, de sus horas, de sus pensamientos y deseos. Eso le producía un intenso placer y a la vez un profundo desasosiego. Era la hora que en que su espíritu rebozaba de gozo y su cuerpo parecía revivir al conjuro de ese hechizo.

Al principio fueron sólo sensaciones no muy fáciles de definir. Sentía que dentro de su cuerpo tenía algo que se movía, que le producía sensaciones hasta ahora desconocidas. Casi sin darse cuenta, aquello fue creciendo y haciéndose una presencia, no definible aún, pero que él sentía avanzar. En algún momento de ese proceso, de cuya existencia aún no tenía conciencia plena, comenzó a sentir que le faltaba el aire, que se fatigaba al caminar, que sus miembros estaban todo el día pesados. Notaba que al despertar su cuerpo parecía pesarle un poco más que al acostarse.  Todo eso empezó a aumentar su inquietud, celosamente guardada para sí.

Pero el caso es que aquello parecía progresar diariamente. Cuando ya no supo qué estaba sucediendo con su cuerpo, decidió ir al médico. Este le sometió a un pulcro y minucioso interrogatorio, que a medida recibía respuestas vagas, imprecisas, a veces hasta contradictorias, fue dejando al médico desconcertado. Todo se laudó con una larga lista de análisis y estudios. Bien que de mala gana pero se lo hizo. Al cabo, con los resultados a la mano, mientras aquella cosa crecía dentro de sí, volvió al médico. Este miró los resultados, estudió radiografías y tomografías, sopesó cifras y medidas, y su desconcierto tomó la consistencia de la carne.  Todo se volvió a laudar con el pase a diversos especialistas, lo que remarcaba la desorientación de aquél médico.

Mientras su pecho se oprimía cada vez más, inició su derrotero entre especialistas de todo tipo.  Todos a su vez estudiaron, miraron, leyeron, sopesaron, preguntaron y evaluaron. Todos a la vez agregaron más desconcierto a su vida.  Entre tanto aquella cosa no paraba, seguía creciendo. Algunas noches se despertaba sobresaltado porque sentía dentro de su cuerpo algo que le corría por entre sus miembros y sus vísceras. Fue por ese tiempo que comenzó a tener episodios de vahídos, a nublársele la vista sin razón y a perder los movimientos.

Al borde de la desesperación volvió a recurrir a cuánto especialista encontró en su camino, sin que ninguno pudiera darle un diagnóstico. Recurrió entonces a las alternativas, Curanderos y chamanes de todo pelo y señal recibieron su visita. Las más inverosímiles explicaciones le fueron ofrecidas, pero aquello no paraba de crecer.

Fue entonces que Jordi decidió escribir. Cuando supo con total certeza que lo que crecía dentro suyo era la planta del amor por aquella mujer que ocupaba todos sus sueños y desvelos. Que esa hiedra que le había invadido no dejaría de crecer hasta asfixiarle y que sólo le quedaban dos caminos. El de extirparla, arrancándola de raíz, llevándose con ella su sangre y su cuerpo. Y la otra era aquello de lo que hablaban los poetas de su juventud. Qué era aquello de morir de amor. Y se decidió por el amor. Por eso decidió contarlo antes que éste le nublara no sólo la vista, sino la razón. Así fue como Jordi murió. 

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