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En los casi doce años que viví en Chipaque escuché toda clase de música, pero la que se me gravó más intensamente fue la popular, esa que ahora vuelve a salir remasterizada o como se llame, la que se escuchaba en las tiendas en radios de transistores y los días de mercado por todas partes, y aquí quiero hacer unas aclaraciones: solamente los días de mercado don Marcos Cubillos, apodado Lucero, dejaba la luz desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche; los demás días teníamos luz tres horas desde las seis de la tarde hasta las nueve de la noche.

Otro día les conté de la música que el maestro Augusto Romero dejaba sonar por los altoparlantes de la iglesia: Garzón y collazos, el dueto de Antaño, conjuntos de música colombiana que no recuerdo los nombres, muy poco de música bailable, algo del llano como Ay si si y Carmentea, y piezas musicales clásicas en especial valses de Johan Strauss y muy pocas más.

En cambio el repertorio que se me gravó de por vida si fue abundante, don Marcos presentaba películas en una casona que aun se encuentra frente al campo de los deportes y el cine que veíamos abundaba en películas mexicanas, de guerra donde siempre ganaban los gringos, cine mudo (allí conocí a Charles Chaplin y Buster Keaton), algunas de piratas y espadachines y paro de contar porque el artículo es sobre música.

Al amparo del cine me familiaricé con las canciones de Pedro Infante, Luis Alfredo Jiménez (cuyas canciones y composiciones siguen siendo populares), Tony Aguilar, Luis Aguilar, Miguel Aceves Mejía, Amalia Mendoza y muchos otros que sonaban y tronaban en especial en ferias y fiestas y no quiero hacer un listado de sus discos porque llenaría varias páginas y quiero destacar algunos títulos que gravé sin querer en mi memoria: Cucurrucucú Paloma, La Calandria, Mil kilómetros, Clavelitos con amor, sonaron cuatro balazos, El jinete, El corrido del caballo blanco, Ay Jalisco no te rajes, Ya vamos llegando a Pénjamo (a propósito, mi tía Emilia Angel cuando uno se equivocaba le decía: no sea tan Pénjamo), México lindo y querido y muchas más. También recuerdo algunos boleros, no muy populares en el gusto de mis paisanos pero que salían a relucir entre los enamorados, yo era muy pequeño y por esas épocas no sufría de amor, más tarde vine a saber el valor sentimental de esa clase de música.

Con mi tía Ricarcinda Angel conocí la música clásica por las transmisiones de radio; mis tías poseían uno de los tres aparatos de radio que existían en el pueblo, un mueble que parecía un armario y solo cogía dos emisoras: La Radiodifusora Nacional de Colombia y Radio Sutatensa, años después entraban Radio Santa Fe y otras dos que no recuerdo. Los otros dos aparatos los tenían Doña Leticia Acosta, gerente del Banco popular del pueblo y Lucila Melgarejo, de quien sé que aún está viva y si mis cuentas no fallan debe estar en los cien años.

En algún momento aparecieron más aparatos de radio que fueron los que atronaron las calles en los días de mercado, los festivos y las ferias y fiestas, ahí si se compuso el asunto y se descompuso el sentido del oído.

Edgar Tarazona Angel

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