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Solo los faros del automóvil penetraban la espesa oscuridad de la carretera, por donde viajaban William, Carol y Elizabeth. A su alrededor, el inmenso desierto de Nevada. Los tres ocupantes estaban en silencio, solo una vieja melodía de música country  se oía por la radio.

― ¿Puedes ir un poco más rápido William? La ceremonia de nuestro casamiento será mañana y tengo que prepararme  ― le dijo Elizabeth, su prometida, que viajaba a su lado mientras él conducía.

― Por favor, no lo agobies ― respondió Carol, desde el asiento trasero. Elizabeth la miró con enfado pero no podía responderle nada. Era su mejor amiga, aunque de carácter muy diferente.   

― Calma chicas, llegaremos a tiempo. La noche es muy cerrada pero igualmente lo lograremos.

Volvió a reinar el silencio entre ellos y solo la nostálgica música reinaba. De pronto, a un lado del camino se divisó un bulto, parecía un animal. Se oían gemidos. William detuvo el vehículo y bajó para ver. Las mujeres se quedaron dentro.

El faro iluminaba la escena. William se acercó lentamente, con precaución. Lo confirmó, era un perro herido. Sus ojos moribundos apenas podían moverse. Las cejas del animal se unieron en su entreceños, como suplicando piedad; jadeaba y sus dientes blanquecinos resplandecían. Sus patas estaban destrozadas, tal vez otro vehículo lo atropelló y luego lo abandonó. De tras de él, se acercó Elizabeth.

― ¿Que sucede, por qué nos detenemos? ― vociferó con vehemencia.

Cuando estuvo junto a William quedó sobresaltada:

― ¡Por Dios, qué asco! Es horrible. Quiero irme de aquí ― reclamó la chica, mientras abrazaba a su prometido. El la contuvo fuertemente y con sus manos apartó suavemente su rostro del perro.

― Esta bien, yo me encargo ― la consoló.

― ¡Qué!. ¿No pensarás subir esa cosa al vehículo? ― reaccionó con velocidad. Mientras tanto, Carol también se acercó a ver la escena.

― ¡Por Dios! Este perro necesita nuestra ayuda ― exclamó e inmediatamente se inclinó hacia el animal acariciándole la cabeza. Extrañamente los gemidos se detuvieron. Carol tenía esa cualidad especial de transmitir serenidad, tal vez su voz tan melodiosa la ayudaba.  

William tomó la iniciativa, buscó en el baúl una frazada, lo envolvió y subió a la parte trasera del vehículo. Elizabeth estaba furiosa pero no pudo oponerse a su novio y a su mejor amiga. El resto del viaje estuvo callada y sin mirarlos. No era capaz de comprender como podían detenerse en medio de la nada, recoger a un perro maloliente y luego trasladarlo en su propio automóvil. Era repugnante para ella.  

Cuando llegaron a la ciudad, William dejó al animal en un centro veterinario para que lo atendieran, haciéndose cargo del costo. Luego llevó a Elizabeth a su casa para que se preparara. Carol la acompañó.  La boda se celebraría en la noche.

Al medio día, Carol fue a ver como estaba el animal. Cuando entró en la sala encontró a William sentado esperando el resultado de la operación a que había sido sometido el perro. Faltaban pocas horas para casarse y él estaba preocupado por un simple perro encontrado en la carretera. Ella se le aproximó y sin decir nada se sentó junto a él. Los dos se miraron y los sentimientos ocultos comenzaron a florecer.  

Carol siempre estuvo enamorada de William. Desde que lo conoció en la preparatoria no dejaba de admirarlo pero su amiga tuvo mejor suerte que ella o tal vez se le adelantó. Elizabeth era bellísima, alta, rubia y de ojos azules profundos. En cambio, Carol, era más bien mediana, de pelo castaño claro, y de ojos levemente rasgados y almendrados.

 William la tomó fuertemente de la mano y lentamente la abrazó. Ella reclinó su cabeza en el pecho de él. Carol sintió por unos instantes todo lo que no podía tener. Era solo una intrusa en el universo de otra mujer. Desde que se enteró que Elizabeth se casaría con él, su corazón dejó de latir. Todas las noches se dormía llorando y abrazada a su almohadón. “¡Por qué no fui más decidida y solo decirle que lo amaba!. Ahora es tarde.” se recriminaba. 

Inesperadamente, William le dijo:  

― Elizabeth es muy bella y en algún momento de mi vida estuve enamorado de ella ― hizo una breve pausa y luego agregó ― pero ahora no. Estoy vacío, solo camino en la oscuridad. 

Carol quedó petrificada. No sabía cómo reaccionar. Veía a un hombre arrastrado a un matrimonio sin amor y ella no sabía qué hacer. Con la mirada firme en sus ojos, William tomó el rostro de ella con una mano y tiernamente la besó en la boca. Sus corazones comenzaron a latir con fuerza. En ese instante fueron uno solo. Una chispa de amor se había encendido y era muy difícil que se apagara.

― Hace algún tiempo que estoy enamorado de ti Carol, pero no sabía cómo decírtelo ― su voz era sollozante pero a la vez firme. En su rostro se trasuntaba una sublime felicidad por haberle confesado su amor.

Ella asintió con la cabeza y lo besó. En una solitaria sala dos almas habían encontrado el camino, el destino que deseaban. William tomó nuevamente la iniciativa, habló con Elizabeth y le dijo la verdad. Ella no lo aceptó. Por muchos días estuvo triste y sin hablar con nadie. Finalmente, lo superó; era joven y hermosa, aunque jamás quiso volver a verlo ni tampoco a su amiga Carol.

Luego de dos meses, William y Carol se casaron en la ciudad de New York. En su hogar los esperaba el perro que habían encontrado en la carretera.

A veces, detenerse en el camino y mostrar un poco de piedad por un animal herido puede cambiarnos la vida y tal vez…, solo tal vez, encontrar el amor verdadero.

 

 

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