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Encender la televisión o leer los periódicos se ha convertido en un tormento más que una distracción. Todas las noticias son malas. Violencia, abandono, inseguridad, desempleo, economías enfermas… ¡Qué pesadilla! Lo peor es que el panorama se torna más negro cada día. Las cosas han llegado a un punto en el que me he visto obligada a hacer un alto en mis ocupaciones para reflexionar al respeto de tantos conflictos y de la manera tan vil en que estamos permitiendo que el mundo agonice irremediablemente ante nuestros ojos indiferentes, en tanto seguimos ocupados por cuidar los apegos materiales que hemos reunido, utilizamos un tiempo precioso en contabilizar dinero, en hacer propiedades, invertir lo ganado.

No importa el precio moral que se deba pagar por ello, solo es trascendente lo que podremos comprar después en compensación. El abandono de nuestros hijos se compensa con un Nintendo DS, el quebranto matrimonial bien vale un Mercedes Benz, la soledad se hace más llevadera con ropa fina, muebles  costosos, residencias elegantes y confortables ¿Qué cosas pueden ser mejores a esas? ¿No es ese el pensamiento de hoy? El hombre se ha vuelto frío y cruel  haciendo extensiva esa crueldad a todo el que le rodea. Se vuelve despreocupado, insensible y glacial.

De repente, como ha sucedido tantas veces, la naturaleza nos sacude, nos abofetea  demostrándonos lo pequeños que somos, lo insignificantes, lo poco que valen nuestros tesoros ante su poderío. Y en un dos por tres se lo lleva todo…todo. Solo queda, para los afortunados que vivieron para contarlo, su existencia. Solo eso.

Mientras tanto, diferentes  voces abordan el tema de la catástrofe ocurrida. Para los medios informativos un siniestro de las dimensiones de lo ocurrido en Japón el pasado 11 de marzo es oro molido. Las conversaciones en los cafés giran en torno a ello, las madres nos preocupamos por el futuro incierto de nuestros hijos en un mundo que parece estar pereciendo, los ojos están fijos en los reactores nucleares esperando lo que parece será inevitable ¿Y después? ¿Qué pasará después? Cuando las miles de muertes dejen de ser noticia, las cápsulas exploten o no, el terremoto y el tsunami ya no sean motivos de interés porque la agitada vida diaria no nos permite detenernos más de lo necesario en un mismo tema. Al final de cuentas pensaremos “¡Están tan lejos! No nos afecta”. ¿No es así como sucede siempre?

Y sin embargo, no es como siempre. Viene a mi mente aquel 11 de septiembre en que las maquinaciones diabólicas de ¿Osama Bin Laden?  nos dejaban con la boca abierta, incrédulos ante la visión de los aviones incrustados en las torres y las personas arrojándose de los edificios para no morir quemados. Lloramos ante la tragedia, nos llenamos de pánico, nos escandalizamos, algunos rezamos y después…todo siguió igual. “Fue un loco el que planeó todo, un loco que nada tiene que ver conmigo, es con ellos. Y ellos, los sobrevivientes afectados  pueden defenderse solos, saldrán adelante. Son parte de una potencia mundial, de un país poderoso y cruel que  hará pagar su osadía a los responsables”.

Acto seguido: guerras, matanzas, indiferencia, más muertos, sangre derramada y la rutina diaria en todas partes que termina por sepultar las reflexiones, los deseos de disfrutar la vida al observar la debilidad de nuestra existencia, su vulnerabilidad, lo pequeños que somos. Hubo quien incluso opinó: “Se lo merecían porque se lo buscaron”.

Yo me pregunto: se lo merecían… ¿quiénes? ¿Los empleados de cada una de las oficinas y negocios que poblaban las torres, los inmigrantes, los trabajadores que estaban ganándose la vida con su esfuerzo diario, la gente en los aviones, los niños atados de pies y manos dentro de ellos? No veo cómo alguien pueda merecer un final así.

Entre la debacle de Japón hace unos días y ese 11 de septiembre han surgido terremotos terribles como los de Chile y Haití, guerras cruentas como la de Irak, levantamientos como los de Oriente Medio que siguen encabezando los titulares con los enfrentamientos en Libia que están a punto de desatar una guerra mucho mayor, muertes de inocentes a manos de gente con poder a la que nada se le puede hacer sin lacerar los convenios económicos que tanto preocupan, carestía, pobreza, enfermedades…en México estamos padeciendo las consecuencias de la ineptitud de un puñado de gobernantes que con gesto de orgullo en el rostro aseguran estar terminando con el narco cuando los que están muriendo son nuestros niños, nuestros jóvenes, madres y padres de familia de la manera más sanguinaria y cobarde mientras la pobreza continúa sin que se vislumbre una luz de esperanza, aunque sea débil, por ninguna parte, al mismo tiempo, desempleo, injusticias laborales, amiguismos, frustración y eso sí, todo el apoyo del mundo para las mujeres que deseen abortar de parte de los canallas dirigentes que no residen en el mismo mundo real que el resto de los mortales porque ellos habitan en un palacio, viven como reyes gracias a la corrupción y están bien custodiados. Así, hasta yo puedo reírme de la guerra contra el narcotráfico y asegurar que no pasa nada y es necesario continuar a pesar de las bajas.

Cuando pensamos que ya hemos vivido lo más terrible, surge algo peor. El tsunami, el terremoto y ahora la amenaza nuclear en Japón ha sido demasiado para un solo país, demasiado para un mismo pueblo, demasiado para un ser humano. Sin embargo, los japoneses son una raza increíble, trabajadora, fuerte, brillante, con una cultura rica en tradición y disciplina, basada en el honor y la armonía, por lo tanto, capaz de surgir de entre las cenizas a pesar de todo. Esto, no terminará con Japón, es un hecho. Pero sí debilita en mucho mi fe en la humanidad.

“¡Son las profecías mayas que se están cumpliendo! ¡Dios nos está castigando! ¡Es el Apocalipsis porque Jesús así lo dijo! ¡Es un castigo de la naturaleza por matar ballenas!”  NO. NO y mil veces NO. Lo que está pasando en el mundo, esta destrucción, desgracias enormes, tanta desolación no es por culpa de Jesús, ni de los mayas, ni de la Biblia, ni de la naturaleza, ni de los afectados…Los únicos culpables de todo esto somos nosotros. Cada uno de nosotros. Habrá quien diga “¿Yo????  ¿Y yo qué tengo que ver si ni conozco Japón, ni Irak, ni México, ni nada que no sea el pueblo en el que vivo?” Ciertamente, muchos no hemos salido nunca de nuestro país, a veces ni siquiera de nuestra ciudad pero carecemos de conciencia. Fingimos lamentar lo que sucede pero no asumimos la parte de responsabilidad que nos corresponde como seres humanos habitantes de este planeta y por lo tanto contribuyentes a su diaria destrucción.

Y no solo me refiero al aspecto ecológico en el que nos hace mucha falta avanzar para poder ayudar a la buena salud de nuestro entorno dado que el planeta es como el cuerpo humano: si no nos alimentamos correctamente a través de una dieta balanceada, hacemos ejercicio, tomamos agua y llevamos una vida despreocupada habrá consecuencias: alguna simples como un dolor de estómago, otras un poco más preocupantes pero soportables como kilos de más, algunas extremas como cáncer. Lo mismo sucede con el planeta, el aire son sus pulmones, el agua sus venas, la fauna sus músculos, la flora su sistema digestivo, etc. Si a nuestro cuerpo lo llenamos de porquería, hay una consecuencia grave que desembocará en una diarrea tremenda acompañada de vómito a causa de la infección, muy probablemente deshidratación, debilidad, dolor de cabeza etc. Si el mundo está lleno de mierda manifiesta su padecimiento a través de tsunamis, terremotos, la tierra se acomoda, se sale de su eje, reclama y pide a gritos un remedio eficaz. Es lógico que suceda y peor aún, seguirá sucediendo porque no aprendemos, porque nuestra memoria está enferma de amnesia. Nos duele de momento pero terminamos olvidando y regresamos a nuestros viejos y devastadores hábitos.

El aspecto moral también tiene una gran parte de responsabilidad en la situación actual que atravesamos e involucra puntos tan particulares como lo son la ética personal y los valores íntegros de cada uno pasando por el arraigo familiar y la caridad con los integrantes de nuestra propia familia que terminará salpicando en los mismos términos a las personas que no son nuestros familiares directos pero sí nuestros prójimos y por lo tanto, parte del entorno, para desembocar en el amor a la patria tan descolorido en la actualidad. Lo particular afecta lo general. Y lo general involucra a toda la humanidad. Así de simple, así de complicado.

Somos individuos que al ser parte de un todo resultamos minúsculos, imperceptibles, a veces hasta invisibles pero también los virus son microscópicos y pueden matar una vaca en unas cuantas horas, de la misma manera en que un solo hombre puede terminar en un segundo con la vida de cientos de personas. Somos, estamos y vivimos y por lo tanto debemos involucrarnos. Y al escribir esto no estoy llamando a levantarnos en armas ni a intentar ejercer con manifestaciones violentas nuestro legítimo derecho a vivir con tranquilidad porque a final de cuentas  para hacer esto deberíamos comenzar con reclamarnos a nosotros mismos. Porque yo como persona, tengo la responsabilidad de ser feliz, de realizarme y cultivar mi mente para estar a la altura del planeta en el que he nacido.

Pero esto no basta, también existe algo que se llama  ética personal, esa que nos impide transgredir las reglas por simples e inocuas que sean.  Que nos hace respetar la luz de los semáforos, el sentido de las calles, la cortesía al transitar por muy tarde que vayamos a la cita. La que nos mantiene pendientes de un reloj para evitar llegar tarde a una reunión por respeto al tiempo de los demás. El sentido de responsabilidad que me impediría descansar en horas de trabajo, detenerle a una persona un trámite que podría resolverle en 3 horas pero que termino sacando en 3 meses para que no me den más trabajo del necesario. La humildad de felicitar sinceramente a mi compañera por su ascenso laboral sin pensar ¿Se habrá metido acaso con el jefe para conseguirlo? La valentía de asumir mis compromisos: si tengo una relación amorosa es porque me voy a entregar a ella y  pondré todo de mi parte para hacer al otro feliz y no entrar a una competencia por ver quién de los dos pudo más aunque al final los dos terminen lastimados y la relación fracturada.  Se trata de ser responsables con nuestro cuerpo para no necesitar que el gobernante en turno declare legal el aborto y librarme sin más de mi “problema” mismo que pude evitar con una simple pastilla, con un preservativo y mayor orientación. Y que cuando aquellos hijos que tienen el privilegio de nacer lo hagan, sean recibidos sin prisa porque debo regresar a mis compromisos laborales, sin la angustia de perder el empleo y con ello mi estatus económico, sin el egoísmo de pensar en el tiempo que habrá de dedicárseles como tiempo que se perderá en vez de vislumbrarlo como el milagro maravilloso que en realidad es.

Pues ahora el concepto de familia se ha desvirtuado alarmantemente. Antes las familias salían los domingos, no necesariamente de compras, no obligatoriamente al cine con los respectivos combos de precios exagerados, pero sí a un día de campo, a correr por las plazas públicas, a disfrutar de la naturaleza y los parques públicos. Los hijos eran llevados al colegio de la mano de sus padres, regresaban de él y encontraban a mamá en la cocina terminando de preparar la sopa caliente, con un vaso de limonada refrescante para compensar el trabajo escolar de toda la mañana. Los más pequeños ayudaban a poner la mesa, los más grandes lavaban los platos al terminar, todos se sentaban a compartir el pan y la sal y mientras comían conversaban de cómo fue  el día. Luego la hora de los deberes mientras mamá se sentaba cerca a tejer, bordar o coser, pero siempre al pendiente. Ahora los hijos se van solos a la escuela, siguen solos al llegar a casa, comen solos lo que pueden y lo que quieren, siguen solos al terminar, nadie lava los platos, nadie levanta la mesa. Y aunque por la tarde lleguen los padres del trabajo, continúan solos con sus existencias. Pero no importa, hay que sacrificarse, todo sea por esa camioneta de lujo a la puerta de la casa, el auto deportivo de papá, los video juegos, celulares con  tecnología de punta,  computadoras personales que son utilizadas para todo menos para lo escolar, ropa de marca, tal vez una sirvienta, una casa grande, tan grande como la indiferencia que comienza a poblarnos y que nos vuelve egoístas, indolentes, frustrados, solitarios…pero con dinero.

Por eso, cuando los chicos crecen y comienzan a trabajar toda esa amargura, toda esa soledad e irresponsabilidad que sufrieron se refleja en el trabajo: mediocre, obsoleto, lento y poco trascendente. No importa, el jefe le debe algunos favores a papá y nadie me reprenderá por ello, no habrá consecuencias, nada me podrá pasar nunca…

A MÍ NADA ME PODRÁ PASAR NUNCA…Qué frase tan cotidiana y tan estúpida. Lo peor es que esa mentalidad es la que nos lleva a ser irresponsables con nuestro entorno, a mirar con apatía lo que sucede alrededor. A disculpar la parsimonia justificando: “Es problema de ellos, yo estoy hasta acá”. Pero no. No es problema de ellos, cualquier cosa que le suceda a un ser humano es mi problema porque yo también soy un ser humano y eso me hace responsable por el chico tirado en el callejón inconsciente a consecuencia de las drogas, me hace ser parte de la familia que ahora sufre por el secuestro del familiar querido, por las poblaciones bombardeadas, por las mujeres lapidadas, por las víctimas de costumbres salvajes e irracionales como la ablación y la circuncisión practicada por manos inexpertas a la que deben someterse muchos jóvenes en África para demostrar que son hombres, y terminan siendo cadáveres.  Soy culpable por cada foca apaleada en Canadá y cada ballena muerta en la costa por la contaminación cada vez más angustiosa de los océanos. Y también soy responsable de cada perro abandonado a su suerte en las calles y de cada niño abusado, vejado, robado, abortado, asesinado. Por cada ser humano que cae abatido en medio de la guerra, por cada indígena discriminado y cada adolescente que debe dejar sus sueños a un lado pues necesita trabajar para llevar dinero a casa mientras el padre, responsable directo por ello, es incapaz de asumir su compromiso.  Soy culpable, responsable y parte del problema porque he permanecido quieta observando cada uno de estos conflictos a través de mi burbuja de confort sin hacer conciencia de mi propia existencia, de mis hábitos, de mi parte de culpa.

Por supuesto que con esto no quiero decir tampoco que debamos ir por la vida cargando con el peso de todos los problemas sobre el planeta, lo que quisiera es que cada uno de nosotros comprendiéramos que si yo trabajo cada día en mejorar como ser humano, mejoraré como habitante del planeta también y algo habrá cambiado de manera positiva. Mis hijos tomarán el ejemplo que les estoy dando y crecerán con esos mismos conceptos, quizá mis amigos y algunos de sus amigos se sientan inspirados por nosotros y comiencen a imitarnos y así sucesivamente, de tal manera que un día, al mirar a nuestro alrededor nos encontremos en grata convivencia con nuestros semejantes, en comunión con el mundo, cómodos con nosotros mismos y nuestra familia. ¿Para qué deseamos tantos bienes y tanto dinero si lo que necesitamos nada tiene que ver con lo monetario? Al contrario, es el amor por el dinero lo que ha viciado todas las cosas. La sed de poder, el dominio sobre los otros…la vanidad. Mientras todo esto sucede, nos estamos quedando sin planeta, sin habitantes, sin paz ni existencia.

Haití, Irak, Egipto, Libia, Japón, Chile…Y mañana ¿a quién le tocará? ¿Y yo… cuándo cambiaré?

Elena Ortiz Muñiz

 

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