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Wanda hacía siempre lo mismo, esperaba con total dedicación  a que yo terminara de comer para ir a su plato y devorar lo que le tocaba en suerte, casi siempre alimento balanceado y de vez en cuando algún regalo con aroma a comida verdadera.

En mi cabeza se había formado la idea de que Wanda nunca resignaba la chance de que algo de lo que estaba en mi plato se iba a caer para ella atraparlo y degustarlo tranquilamente. Aunque su espera era tranquila y distante, yo creía que todos los días la perra cumplía con el inagotable rito de “qué puedo capturar” para luego caer en la resignación de marchar a su comida obligada.

Wanda era la última de una camada de ocho bravíos Gran Daneses, pero su madre había dejado de amamantarla, creía yo por súper población de hijos y por su tamaño; a los sesenta días de vida, se veía, notablemente inferior al volumen de sus hermanos.

La negativa familiar de tener perros en mi infancia   hizo  que en el momento de mi independencia económica, mi ansiedad me llevara -  a elegir el más grande de los perros! Yo quería un perro poderoso, de presencia arrolladora, que caminara conmigo por la calle y la gente se diera vuelta a verlo ¡Todo un espectáculo! Pero inexplicablemente, en el momento de decidir, me quedé con el más débil, con aquel que tenía un destino marcado por su madre: no vivir…

Como una ley natural, depositamos en nuestros perros emociones propias que interpretamos a voluntad, giramos en torno a explicaciones sobre sus actos sin siquiera pensar qué hicimos nosotros para llegar a situaciones impensadas para con ellos.

Hoy en día puedo pensar de aquella temprana experiencia, que Wanda esperaba ceremonialmente su momento de comer porque sabía perfectamente que el liderazgo en casa era mío. Quien manda come primero, ya que es el portador de los recursos y jerárquicamente luego se abastecen los de menor rango, ella lo tenía claro, solo faltaba que yo lo sepa.

No puedo asegurar por qué su madre había dejado de darle de comer, quizá fue porque su corazón tenía una arritmia auricular, patología característica de algunas razas molosas. Y luego de varios años de estudio, gracias a Darwin y a su obra “El Origen de las Especies” pude aprender que la naturaleza enseña que, solo los más aptos tienen el privilegio de seguir viviendo.

Creo que lo único que sabía a ciencia cierta  para esa época era, que mi adolescencia se estaba terminando y el hecho de ser mayor implicaba formarme responsabilidades tales como las de tener un perro.

Fue tan conmovedor y sólido el vínculo que había formado con Wanda, que su legado me aseguraría el resto de mi vida el seguir unido a los perros. Siempre sentí que les debía una oportunidad a futuros animales a los que le tocara el destino de convivir conmigo, de saber un poco más de ellos para enriquecer así mi convivencia y dedicarles una plena.

La conducta de un perro no la define sólo el aporte genético, es una resultante de factores que inciden desde la gestación hasta sus últimos días: estímulos tempranos, raza, entorno familiar, experiencias de vida. Nosotros tenemos la obligación de entender sus necesidades y educar sus días de manera positiva, racional e inteligente. La responsabilidad es una virtud inherente al ser humano, la falta de la misma es una verdadera desgracia para todo lo que lo rodea.

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