Así decía siempre un tipo que acostumbraba a entrar a los sitios que frecuentábamos con mis amigos: era el típico matón de barrio perdonavidas, que buscaba peleas con los más débiles, a sabiendas que ninguno le respondería, además, cargaba una tremenda pistola automática de 9mm, hasta donde sabíamos la usaba cuando alguien le reviraba, claro está que no mataba a nadie, pero si les disparaba a los pies y eso era suficiente para amedrentar a cualquiera.
Cuando empezó la cuarentena, por causa de la pandemia, muchos salíamos a la calle, pero con mascarilla, en la tienda de siempre estaba un muchacho que llevaba el virus, pero era un portador asintomático, de esos que no sienten nada, pero pueden transmitir el virus, llegó el que sabemos y se saludaron de apretón de manos y abrazo, casi que les faltó el beso, pensamos. Por la cara que pusimos, y la advertencia de la dueña del negocio que le dijo que eso no se podía hacer, nos miró a todos con desprecio y con su voz ronca dijo para que lo oyera medio barrio: “nadie se muere la víspera, gran pendejos” y salió abrazado con el muchacho portador del Covid 19 riéndose de nuestra cobardía.
Dos semanas después del encierro obligado por la cuarentena, supimos que falleció en el hospital del pueblo por el virus de moda. Seguro ya le tocaba, comentó uno de mis hermanos.
Edgar Tarazona Angel
