Mis manos no se juntan en un rezo,
ya no me queda nada por pedir,
no porque tenga todo o por exceso,
más bien porque no hay algo para mi.
La dicha que busqué ya se ha perdido,
el sueño imaginado se durmió,
la magia que sonrió ya no es testigo
del lúgubre final de mi canción.
Las luces que guié me dan la espalda.
Las voces que cuidé sin presumir
me ofrendan el silencio de sus almas
y abortan mis palabras por decir.
Y siento que no importa un nuevo día,
que un paso sin un rumbo no es andar
si cada amanecer no es alegría,
si cada anochecer ya no es amar.
Si lo que germinó de mis espermas
no habita ya en mi mundo sin color,
ni aquella que abrazó mi llama eterna
sepulta mi cruzada al desamor.
No vierten ya tristeza mis heridas;
no hay lágrimas dispuestas a brotar,
ni versos en mis venas enmohecidas,
ni sombras en mis lunas ni en mi mar.
Transcurro un limbo oscuro sin hallarme:
sendero vuelto abismo sideral.
La vida ya no acude a rescatarme.
La muerte aún no me viene a liberar.