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ME DECLARO CULPABLE

Está bien, señor juez, me confieso ante usted.
Me declaro genuinamente culpable
de enamoramiento ilícito
y adoración clandestina.
Pero, señor juez, entienda por favor usted
que en estos casos siempre hay mitigantes.
Nada fue premeditado, sino urgido
por esta suerte tardía de conocerla.
Pero es verdad, y quizás sea un agravante,
es verdad que la soñé mi vida entera.

Y confieso también, señor juez,
me declaro felizmente culpable
de ternura deliberada
y pasión alevosa en primer grado.
Es que sus ojos, señor juez, sus ojos
clavados y hasta a veces perdidos en los míos
me trasladan ilegal e inconscientemente
a un mundo que francamente desconocía.
Y quizás no sea eximente, pero nunca fue
solamente el verla...sino el verme con ella.

En cuanto a los otros cargos, señor juez,
me declaro dulcemente culpable
de besarla en sueños en reiteración real
y caricias en grado de tentativa.
Pero vea, señor juez, comprenda usted
que, aunque ella no es ajena a mis delitos,
ella...ella es inocente de todo cargo.
Y pido enérgicamente su libertad condicional.
Por lo menos hasta que su corazón acepte
que está condenado a pertenecerme algún día.

Mientras tanto, señor juez, volveré a mi celda
a alimentar mi romanticismo culposo
adormecido por el tráfico de celos ilegales.
Porque aunque no tengo antecedentes, no es eso atenuante.
Es más bien una pena, en todo caso, descubrir
que bandeados ya los cuarenta, señor juez, recién sé
lo adictivo que puede ser el delito de amar.
Como reo, y defensor, y juez, y fiscal
me someto al veredicto inapelable.
Y me declaro culpable. Y me sentencio
a amarla con toda el alma. A perpetuidad.

 

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