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Don Juan. Un hombre estimado por todo el mundo menos por su esposa, correspondía en la vida real al personaje de la literatura, era un mujeriego de marca mayor y por eso su mujer le tenía una antipatía que no disimulaba ante nadie.

Gozaba de buena salud y a sus cincuenta y ocho años no recordaba haber estado enfermo. La noche de su partida siguió el ritual diario de baño, lavado de dientes y beso en la frente a su querida esposa (en contra de todo lo que se podía creer amaba a su cónyuge) y a dormir como un santo varón sin complejos de culpa.

Amaneciendo, Mariela, su pareja, sintió algo extraño y volteó a míralo; nunca lo hacía, pero esta vez lo tocó en el hombro y, al no tener respuesta lo rebulló para despertarlo y fue inútil, estaba muerto.

Se hicieron los trámites con la funeraria en medio de llantos y lamentos porque sus hijas tampoco sentían mucho amor por él a causa de sus aventuras extraconyugales conocidas por todo el pueblo y, durante el velorio uno de sus amigos recordó que pocos días antes, como en una premonición, Juan dijo: “Cuando muera, deseo que todos mis familiares me den un beso, los hombres en la frente y las mujeres en la boca”

La tradición dice que se deben respetar los deseos deseados en vida por los difuntos, así que la familia hizo fila para dar el beso y primero pasaron los varones, las mujeres, en especial las hijas, lo hicieron con sentimiento pecaminoso y llegó el turno de Mariela que quiso darle un último beso amoroso. Puso sus labios con mucho amor como en los tiempos de novios y el cadáver la mordió.

Edgar Tarazona Angel

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