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Siempre quiso escribir este hombre. Cuando joven, escribir sobre los preferidos juegos extenuantes de los niños de su edad, ser grandes. Pero no lo hizo porque era más divertido jugar, que perder demasiado tiempo intentado buscar que decir, ordenando palabras que no sentían deseos de dejarse ordenar para ganarse lo que a los mayores estorbaba.

Quiso siempre escribir este hombre. Cuando adolescente, escribir sobre sus platónicos amores desgraciados, casi siempre y de los desdichados amores lamentables de muchachos de su edad, al igual, casi siempre. Pero no lo hizo por que era más emocionante ir de la mano de su novia por un parque o por donde fuera, que estar dentro de un indeseado cuarto temerario mientras en las afueras los de su experiencia vitalicia, de una botella de licor se aprovechaban ya.

Escribir siempre quiso este hombre. Cuando se unió hasta la lejana eternidad inmensa con esa mujer que merecido se lo tenia desde antes de estar las letras dentro de nuestros inventos, escribir sobre los sueños de una pareja joven que empieza una nueva vida, no tan virgen como astuta. Pero no lo hizo porque era más reconfortante soñar con las futuras propiedades a buscar desde aquel momento, que perder el verdadero tiempo importante con aquel ser que le hacia más lento el tiempo.

Este hombre siempre escribir quiso. Cuando su primer hijo se atrevió, ignorante  del desamor vivido por aquellos tiempos, a nacer, escribir sobre la experiencia más bella del mundo, ser padre, mas cuando ya no se es esposo, ni nada importante en el hogar. Pero no lo hizo por que era más importante pensar en darle todo, que invertir energía en lo que debía su hijo, por designio suyo.

Escribir quiso este hombre siempre. Cuando su primer nieto se atrevió, al igual que su padre años atrás, ignorante del desamor acumulado por años en aquellas épocas, a salir de donde nueve meses aguardó para un momento que jamás recordaría, escribir sobre los arañados deseos rebuscados de un mohoso hombre desmoronado, de ver crecer el retoño de su retoño mientras él, sin remedio habido o por haber en selva o ciudad, envejecía, único, más viejo que todos los demás viejos del mundo. Pero no lo hizo por que era más serio pensar que se estaba volviendo viejo de verdad, que perder el tiempo en algo que estaba seguro, era bastante difícil, ya que de su árbol genealógico, a hacerlo, ninguno se atreviera, y, tristemente según decía él, sangre valiente, debían tener portando rastros de la suya.

Quiso este hombre escribir siempre. Cuando ya sin atrevimiento ni desfachatez de ninguna clase o subclase, su único bisnieto se dio el gusto de ver la luz del mundo que gracias a su bisabuelo mejor estaba, escribir sobre los lejanos recuerdos inalcanzables ahora de un trozo de bisabuelo. Pero no lo hizo por que era más importante remembrar sus años mozos, más difíciles de recordar día tras día que dejaba de ser buen mozo, que atreverse sin la fuerza necesaria perdida en la juventud, emprender algo que nadie le reconocería y si así lo era seria póstumamente.

Este hombre, siempre, quiso escribir. Cuando sintió que se acercaba su muerte a la tibia cama que lo abrigaba de aquella fría tarde inmisericorde con un pobre bisabuelo que escribir quería, escribir sobre las cosas que no hacemos por que creemos poco importantes, no les ofrecemos el respeto que se merecen y las rezagamos al recuerdo, asfixiadas en la partida, solas. Pero no lo hizo por que era más necesario aprender a escribir, que hacer creer que lo sabía hacer como desde hace decenios.

Pero, así no lo supiera hacer, escribir siempre quiso este hombre.

Samaro

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