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Francisco Cascallares  sentado en su mecedora  mira las manchas del cielorraso que forman figuras que le son muy familiares. Pensativo, busca una idea que pueda ser motivo para su próximo cuento. Muchas rondan por su mente, pero ninguna demasiado consistente como para que sea la razón principal de su siguiente obra literaria.

Continúa sumido en sus cavilaciones cuando alguien llama a la puerta. « ¡Pase…!», grita sin ganas de levantarse para ir a abrir, total siempre queda sin llave.

Vive en una mísera pensión de la calle Perú al 600. Tres pisos sin ascensor con un permanente olor a fritura que envuelve todo el edificio. No hay forma de que la encargada abra las ventanas de los palieres para ventilar un poco.

Se abre la puerta y casi con timidez, asoma la bonita cara de una joven que no debe tener más de veintitrés años.

_ ¡Buenas tardes…!_ susurra.

_Adelante, pasá…_ le dice Cascallares, al tiempo que se pone de pie y se acerca para saludarla.

Ella extiende su mano y la estrecha, suave pero firmemente.

_Tomá asiento, por favor…_ le señala un sillón. Así lo hace y él se sienta en la mecedora, mirándola en silencio.

Nota que se turba, pues sus mejillas se cubren de un suave rubor; la joven desvía la mirada hacia el cuadro que esta sobre él, y le dice:

_Le pido perdón por haber venido…, así, sin anunciarme…, pero tengo suma necesidad de hablar con usted…

Le ofrece un café que no acepta, así que se prepara uno para él en la máquina «express» que esta sobre el aparador y mientras revuelve el endulzante, mira su elegante figura y sus facciones tan perfectas que le hacen acordar a alguien.

_No te preocupes, por favor..._ le dice para tranquilizarla _ ¿Cómo es tu nombre?

_Josefina… Josefina Bustamante…_ contesta de inmediato.

_Bien, Josefina…, no te preocupes por nada. Sólo decime para que viniste a verme,

Se acomoda en su asiento y cruza las piernas. Abre una carpeta y de ella saca un sobre de papel madera que le entrega, casi sin mirarlo.

El sobre lleva el membrete de un estudio de abogados: Laurel, Insaurralde y Asociados. Está dirigido a ella y el hombre saca una serie de papeles abrochados en el extremo superior izquierdo y lee:

Estimada señorita Bustamante:

Nos complacemos en informarle que las investigaciones que hemos realizado según su pedido, acerca del paradero de su padre, han terminado. El resultado es positivo. Dimos con él y vive en la ciudad. Le acompañamos una serie de documentación que acredita su existencia y, obviamente, la verificación del vínculo sanguíneo que tiene con usted es un dato que para nosotros es imposible obtenerlo. Lo que único que resta es que vaya a verlo, pero hágalo directamente sin anunciarse. Su nombre es Bernardo Christensen y es escritor. Vive en la calle…

Deja de leer. Se levanta y se sirve otro café; vuelve a sentarse. En silencio, la mira fijamente. No sabe qué decirle. Se siente turbado; más que ella cuando llegó. Mientras revuelve el café, los recuerdos se agolpan en su mente. Se le representa la imagen de María Fernanda, mientras se alejaba con su bebita en brazos. Con ellas, su hermana Margarita. No las vio más. La separación fue tan dura como lastimosa. En realidad, no las vio sino hasta diez años después, cuando Ricardo Villamayor, su amigo de toda la vida, le contó que las había visto en un viaje por el Paraguay y su tentación de verlas fue tan grande que viajó sin avisarle a nadie. Conocía la dirección y desde lejos pudo verlas una tarde, cuando regresaban a la casa. Se volvió a Buenos Aires esa misma noche…

La cucharita sigue girando dentro del pocillo.

_Por favor…, deje de revolver tanto el café…_ le dice con una sonrisa, como para romper el silencio que para el hombre fue interminable.

_Josefina…, realmente no sé que decirte.

Se acerca tímidamente y ella se levanta de inmediato. Le estira sus brazos y rodeándole el cuello, lo abraza con tantas fuerzas que casi pierden el equilibrio.

La mira; sus ojos están brillosos y sonríe. Después de tanto tiempo, tenerla consigo significa una emoción muy grande. Ahora se da cuenta de quién era el parecido.

_Esperá_ le dice animado_ Me pongo un saco y salimos.

Acomoda un poco los papeles en la mesa, apaga la computadora y se pone un saco. En pocos minutos están caminando por Florida.

_Decime… ¿Por qué ese apellido… Bustamante?

_Unos años después de que nos instaláramos en el Paraguay, mamá se casó con Eduardo Bustamante y finalmente él me reconoció. Es como si fuera mi padre…

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