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La luz tenue del nublado cielo apenas podía iluminar la fugaz sombra que se deslizaba por las callejuelas tortuosas del viejo vecindario.

Callejuelas empedradas y húmedas por las miserias humanas que parecen estar mas presentes en la periferie de cualquier agrupación de gentes.

El sonido del bastón de madera, ya todo derruido, suena apenas, tratando de mitigar el cansancio del hombre que apoyado en él se aproxima a una vieja y abandonada casona.

Sobre sus hombros, aquella mochila avejentada y corroída parece mas un mal trapo que otra cosa.

Con sus entumecidas manos saca una herrumbrosa llave de entre sus ropas, una llave que se queja a los cielos de ser usada.

La puerta se niega a abrirse y sale de la herradura el aserrín de una oxidada chapa ya inutilizada quien sabe desde cuando.

Con tozuda fuerza el hombre logra girar la llave sobre sus goznes y abrir la puerta. La casa es una marejada de hierbas crecidas durante mucho tiempo, de árboles trenzados caprichosamente para impedir el paso de cualquier visitante.

Pero él conoce el camino mas directo, mas secreto, donde burlar a las ramas crigientes de esos árboles nudosos ya no es ninguna afrenta.

Ha llegado a la puerta mohosa que guarda la entrada de la vieja casona, esta vez no necesita llave, empuja la puerta con todas sus fuerzas y ésta responde apenas con un pequeño resquicio que nuestro personaje aprovecha para pasar al oscuro recinto.

Camina a tientas pero con seguridad, la oscuridad es impenetrable, segundos después su fantasmagórica figura se dibuja alargada y tenebrosa sobre el techo a la luz mortecina de un pequeño pedazo de vela que alumbra los ojos del intruso.

Camina buscando, mirando de un lado a otro, como temiendo un fatal encuentro, un desagradable encuentro.

Casi dos horas después, cuando la luna busca un cenit donde imponerse a las estrellas, otra puerta es empujada y solo un cabo de cera mal sostenido quiebra la oscuridad con su ridícula luz.

El hombre mira alrededor y desde un rincón de la habitación un destello esmeralda le responde.

Se acerca decidido, casi ya sin luz, y ve la pintura.

Saca una piedra de entre sus bolsillos y la deja allí junto a la pintura.

Trata de irse pero aquellos ojos color esmeralda lo detienen, parecen preguntarle qué significa la piedra, qué significa su presencia viva en una casa desde hace años muerta.

Solo su memoria responde, solo su memoria evoca imágenes del moribundo junto al camino, cuando él pasaba por allí descubriendo cada trecho el desastre de la sequía, él vió al otro que se aferró a sus ropas y le pidió que llevase la piedra hasta donde ahora estaba.

Eso pasó ya hace quince años, siente un dolor extraño por la excesiva tardanza, no le hubiera pasado si la guerra no hubiera llegado a esos horizontes.

Guerra de hombres, cruenta, ilógica e inmisericorde, simplemente una guerra mas.

Hoy, después de las torturas de caminos lentos de muerte ha llegado a su destino a cumplir una vieja promesa despertada de algún rincón de aquel cerebro mal trecho y angustiado de soledad.

Deja la piedra allí junto al retrato de la dueña, el mismo retrato que el moribundo le diera encerrado en un delicado relicario que cuelga de su cuello, el mismo retrato que lo a acompañado por todos los caminos que el mundo le abrió para que los caminase. Y los caminó.

Peregrino de historias, de vidas, de secretos y pecados, peregrino de facetas y locuras.

Se dirige a la puerta y la empuja nuevamente para cerrarla. La puerta se cierra y él regresa al cuarto, junto al retrato.

La luz danzante de una suave hoguera ilumina el cuarto y destella alegorías fantasmagóricas por las paredes.

Allí afuera, en las calles, la gente mira horrorizada el baile tenue de una luz incandescente.

"El fantasma ha vuelto...", murmuran temerosos y esquivos, se persignan y vuelven corriendo a sus casas a contar la nueva leyenda de la casa abandonada y del fantasma de la doncella muerta del último cuarto de la torre.

Se ha dormido sin fijarse que el fuego ha hecho presa de los jirones de escoria que cuelga de las paredes y que un tiempo fue un hermoso tapiz.

El humo lo va ganando todo y el sueña, recostado en su indiferencia decide ignorar los síntomas que su cuerpo quieren alertarle.

Sueña con el camino de hace quince años, con el moribundo que se aferra a sus ropas, con la locura de aquellos ojos que le cuentan de la historia de una huída, de una mano sosteniendo una piedra manchada con sangre. Sueña con aquella piedra puesta en sus manos, con aquel que le pide dejarla junto al retrato de aquella que perdió la vida por la negativa a un deseo prohibido. Sueña con la locura del otro que le pide devolverla allí donde arrancó una vida.

Sueña con el cuchillo clavado en la carne del hombre y la luz que se apagaba de aquellos ojos torturados.

El humo lo envuelve todo y el sigue soñando.

La guerra lo apartó de ella y ese hombre terminó con el sueño del reencuentro.

Un último suspiro ahoga al peregrino mientras el fuego lo va consumiendo todo. Acaba de recordar que nació su peregrinar cuando ya estaba llegando a casa.

FIN

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