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Los vecinos de Juliette comenzaron ver que un oficial alemán la frecuentaba. Eso la coloco automáticamente como simpatizante del ejerció invasor. Una traidora.

Mis propios colegas alemanes también me veían como un traidor. No era correcto que fraternizara con la población civil. El sexo era permitido,  pero más allá de ello, no. Mis oficiales superiores todavía no sabían mi relación con ella.

A fines de diciembre de 1944 el desenlace era inevitable. Debíamos abandonar la ocupación en Francia. Cuando eso ocurriera, a ella le esperaba el abismo. Los partisanos y ciudadanos franceses, no tendrían piedad con los colaboracionistas, aunque ella solo fuera una mujer enamorada de un hombre con uniforme contrario, no importaba. La habrían torturado, violado y finalmente matado. Las bestias estaban en los dos bandos.

Yo no la podía llevarla conmigo a Alemania. Su destino  estaba sellado. La muerte era el camino a su liberación.

Esa noche nos encontramos como siempre. Cenamos juntos en su habitación con los alimentos que pude llevar escamoteados del hospital. Ella presentía el fin y me dijo con vos apesadumbrada:

-Derek, ¿nuestro amor podrá sobrevivir?

En mi interior sabía que no, pero no se lo pude decir. Solo me limite consolarla con mis pobres y dubitativas palabras:

-¡Si, mi amor, por supuesto !. Tengo un plan. Mañana te lo voy a comentar.

Sus ojos se llenaron nuevamente de luz y esperanza.   

Nos acostamos en esa humilde cama. A las dos de la madrugada, cuando estaba profundamente dormida, me incorpore y  tome el revólver que tenía escondido en mi uniforme. Le apunte a la cabeza. Su pelo lacio y renegrido le cubría parcialmente su sereno rostro. Mi alma estaba dividida. Comencé a sudar muy frío. Mi mano temblaba. Las lágrimas me brotaban sin control.   

¿Se puede matar a alguien por amor?, me pregunte. Evitarle el terrible dolor de ser torturada y violada. El apuntar con un arma y jalar el gatillo ¿es un acto de piedad?

¡No me importaba ir al infierno, ya lo conocía muy bien,  pero ella no se lo merecía!   

Un ruido muy fuerte se escucho cuando le dispare. Todo el edificio se despertó y en minutos vinieron los comandos de las SS. Cuando vieron mi uniforme y lo que había hecho, todo se redujo a un simple reporte de una bala accidental.

Finalmente la guerra termino, y yo fui tomado prisionero. Luego me liberaron.

Acepte seguir viviendo, acepte el infierno de la soledad, de la tristeza, de la desolación, el de haber destruido lo más importante y bello en mi vida.

 

Acepte las amargas cenizas que el destino me dejo: “era mi expiación”. 

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