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Una de las mejores comedias llevada al cine ha sido, sin lugar a dudas, “El mundo está loco, loco, loco”, del director Stanley Kramer, filmada en los desérticos parajes de California en 1963, y que cuenta con la participación de destacados actores y humoristas, como Spencer Tracy, Jonathan Winters, Mickey Rooney y Jimmy Durante, entre otros. Un verdadero clásico del cine en este género, cuyas situaciones llenas de comicidad todavía despiertan la risa de todos los públicos.

Pues bien, parodiando el título de esta gran película y analizando los últimos resultados de los plebiscitos o referendos llevados a cabo en el mundo, para que, democráticamente, los pueblos citados a dar su veredicto mediante dicho mecanismo, se manifestaran, vemos, con asombro, que los mismos fueron adversos al sentir patrio que los convocó.

Guatemala, un país centroamericano azotado por una de las olas de violencia más atroces en la historia de la humanidad, en donde las fuerzas del Estado y la guerrilla comunista se tranzaron en un duro enfrentamiento que afectó a muchas de sus comunidades campesinas e indígenas, tuvo, tras cinco años de conversaciones entre las partes en conflicto, un referendo mediante el cual se debían refrendar los acuerdos de paz entre el gobierno de Álvaro Arzú y la ex guerrilla de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), el cual fue votado negativamente, cuando se creía que todos, sin ninguna clase de objeciones, terminarían “civilizadamente” con ese derramamiento de sangre. Aunque esa paz se hizo, algunos años después, mediante decreto presidencial, hoy ese país sigue bajo el imperio de la inseguridad ciudadana, lo que lo persigue como un lastre mundial.

De la misma manera –aunque sin la sangre de nadie, de por medio–, el primer ministro inglés, David Cameron, citó un referendo para preguntarle a los británicos si deseaban continuar siendo parte de la Unión Europea o, por el contrario, salir de ella (Brexit). Mientras los grandes dirigentes políticos, economistas e intelectuales del Reino Unido, manifestaron su interés por permanecer en esta comunidad de naciones, en la otra orilla se escucharon algunas voces rebeldes, la de los nacientes movimientos y jóvenes prospectos de la política inglesa, invitando a votar por el No, alegando los beneficios que suponía la sólida economía de su país. Ganó el No y apenas esa gran mayoría de los que se manifestaron en las urnas, se están dando cuenta de la “metida de pata” tan desastrosa que hicieron. Hoy, muchos ven que su economía no era tan fuerte como creían y, lo peor, que estará supeditada en el futuro a las conveniencias de sus antiguos compañeros de la UE.

Algo similar ocurrió aquí en Colombia, el pasado 2 de octubre. Cuando un gran porcentaje de los colombianos asegurábamos que el plebiscito de ese día refrendaría los acuerdos de La Habana, entre el gobierno de Santos y la dirigencia de las Farc; la votación del No superó por un escaso margen a la del Sí, acabando con las ilusiones de muchos. Pero, cuando todos creíamos que el gran ganador había sido el expresidente Uribe (y su grupo político, la Derecha Autocrática), aparecieron en esa campaña más dolientes y abanderados, tal como se desprende de la carta que el pasado lunes, 24 de octubre, le dirigieron Andrés Pastrana, Martha Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez al presidente, exigiendo un vocero en la mesa de “re-negociación” con las FARC en La Habana, y, al parecer, sin el consentimiento del Uribismo.

Ahora resulta que, tanto en Inglaterra como aquí, lo único que hay son arrepentidos con los resultados de sus respectivos referendos, ya que no alcanzaron a dimensionar el fin que los mismos provocaron; no en vano, ya comenzamos a escuchar voces de muchos que piden –e invocan a la Corte Constitucional– para que los colombianos volvamos a un segundo plebiscito. Con razón dicen que el mundo está loco, loco, loco.

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