cuando no había nada... nada era todo
¿Te acuerdas de las olas? La espuma blanca se revolvía salvaje entre risas
infantiles. Todo brillaba con un tono rojizo y si acariciabas con tu mirada
alguna otra, todo tu cuerpo picaba y se volvía de color dorado,
¿te acuerdas?... te acuerdas...
madre. “No importa, ya volverá, tu mientras puedes ir a buscar
nubes para tu colección”.
Sí, sí, ¡Sí!
Y cuando volvió, el niño había dejado de sollozar y sentía ásperos los
barzos que le apretaban contra un pecho extraño. Las olas no traían
espuma blanca, sino ecos de historias reales con finales tristes.
Y de tanto mirar al cielo te convetiste en estrella y yo te estuve buscando,
pero me perdí en el bosque de las canciones de los solitarios. Excursiones
interiores -¿conoces el color de tu conciencia?-.
“Brilla una luz en el cielo” “No es para mi, la mía ya no existe”
Las nubes de mi colección se escaparon un día del baul,
y entonces llovió mucho, el mar no podía ser más profundo.
SILENCIONSA PROFUNDIDAD.
“¿Me oyes?” (y el eco era inconfundible).Rebotaban los sentimientos de los brazos ásperos,
pero sólo conseguían convertirse en ramas de árboles frutales.
“Brilla una luz en el cielo, ¿no será la tuya?” Y el eco hacía casi
imperceptible la voz. Se extendía convertido en una sustancia viscosa y
negra, sobre los libros de historias reales con finales tristes.
“¿Puedes ayudarme a recoger la lluvia de mi colección de nubes?”
Puedo ofrecerte frutas. “¡¡No, no, quiero regalarle a la estrella la lluvia!!
Y el niño empezó a llorar de nuevo y se convirtió en eco también su llanto.
“¿Por qué lloras ahora?”.
Las lágrimas limpian los ojos, y así, frente al mar,
la luz puede entrar por ellos. (Desvía tu mirada, así no te hará daño).
¡¡¡Una explosión!!!
¿soy yo? (sí, yo te avisé, la luz te ha hecho daño,
ahora eres mil destellos anaranjados)
“Brilla una luz en el cielo, ¿será la mía?”
No, no, no; tú no tienes. Eres, tú lo eres ahora.
Un atardecer el mar se convirtió en un gran cesto de frutas (se cansó de
buscar entre sus diarios viejas historias de tesoros ocultos).
Y ya no hubo ningún amanecer como los de antes (por que me convertisteis
en destellos de luz y no pude volver a sentir la cálidad arena)
y el niño aún seguía llorando. Buscaba con sus manos, a tientas, el tacto
áspero de los brazos que ya no eran para él.