Eran las cuatro de la tarde, pero ya nada volverá a ser como antes. Aunque siga viviendo en mi casa, aunque siga dando los mismos paseos por el parque, aunque siga insistiendo en encontrarte . Ya nada volverá a ser como antes.
Y es que ahora, puedo entrar en cualquier parte. Puedo oír los pensamientos de la gente. Puedo fingir que no estoy presente. No decaigo ante el cansancio, ni tampoco ante el hambre. Pero, ¿de qué sirve todo eso?, si no puedo compartirlo con nadie.
Porque desde aquel día a las cuatro de la tarde, estoy muerto. A pesar de todo, hay algo que la muerte no ha cambiado. La soledad. La misma, que disparó la pistola que apuntaba a mi cabeza, vuelve a ser una vez más, la dueña de mi tristeza.
Por favor comparta este artículo: