Que las nubes precipiten de una vez
y que vuelva el cielo a vestirse de estrellas
Que todos los poemas de mis manos nacidos
pierdan sus letras, sus palabras, sus versos, sus estrofas.
Que cada lágrima por mis ojos derramada
vuelva la mirada a mi mirada, revierta su camino y regrese a mí.
Que pierda la casa todos sus ladrillos
y deje de guardarme del mundo tras las paredes.
Que el afuera me inunde con su aroma nativo
y limpie de mi piel cada huella de tu paso.
Que el sol nazca en occidente y muera en oriente,
diez veces, cien veces, mil veces,
hasta que vuelva mi piel a ser infante,
e infantes sean mis pensares y sentires,
hasta que mi yo niño impere en mi cuerpo
y todo caos no sea más que un recuerdo por venir.