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Seguimos avanzando durante horas, cogiendo senderos y atajos. La noche cada vez era más cerrada, las nubes ocultaban la luna, y me tenía que acercar mucho para poder distinguir claramente su figura. Empecé a ponerme nervioso. No era por encontrar el camino de vuelta, yo era un soldado profesional y podía de sobra rastrear mis huellas hasta el cuartel. Tampoco era por el hecho de encontrarnos cada vez más cerca del enemigo, sabía de sobra que después de nuestro último ataque no tenían personal suficiente para mandar patrullas al bosque.

Era su forma de actuar la que me ponía nervioso, a medida que nos acercábamos a nuestro destino parecía sentirse más seguro, más relajado, incluso parecía que había dejado de cojear. De vez en cuando me miraba para asegurarse de que seguía su paso, de que no me quedaba atrás, ahora sé que en ningún momento pensó en escaparse. En todo el tiempo que estuvimos solos en aquel infernal bosque no habló conmigo, se limitaba a mirarme como si me estuviera valorando, como si buscara en mí algo que le recordara la persona que había dejado de ser mucho tiempo atrás, daba la impresión de que sentía lastima por mí.

¿Cómo podía sentir lástima por mí si era él quien iba a morir? Me empecé a enfurecer y pensé que quizá no hubiera sido tan buena idea lo de dejarle elegir el lugar en el que iba a morir. Pero no dejaba de ser mi amigo, el mejor que nunca tuve, y no iba a pegarle un tiro por la espalda, aunque fuera el enemigo.

Cuando por mi cabeza empezaba a rondar la idea de tomar un descanso, la luna, consiguió zafarse de las nubes y baño el bosque con su blanca luz. Al haber más claridad el paisaje empezó a tornárseme familiar. Reconocí las siluetas de los árboles, los olores que emanaban de ellos. El corazón se me aceleró mientras recorría un camino de sobra familiar del que sabía muy bien el destino. Caminamos unos metros y comencé a oír aquel sonido tan familiar. A medida que nos acercábamos al lugar que mi viejo amigo había elegido para su muerte el sonido fue aumentando, hasta que por fin tuvimos delante las aguas cristalinas del arroyo en que jugábamos en nuestra niñez. Miles de imágenes de tiempos mejores se agolpaban en mi cabeza, pugnando por salir.

Vi lo bonito que era todo antes y en que me había convertido. Cuando salí de mis ensoñaciones y miré a mi compañero, vi que se había arrodillado frente al riachuelo esperando el tiro de gracia.

 

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