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Ir a: El peregrino de la nada (7)

Capítulo 7: “La partida y el encuentro en el Jordán”

Por fin la orden llegó, debían dejar Petra y llegar a orillas del Jordán. Un largo trayecto por el desierto. Los siete y la mujer partieron de madrugada. Antes de salir  un grupo de hombres se acercaron y profiriendo insultos contra la mujer, comenzaron a arrojarles piedras. Estrella se ocultó tras el Peregrino quien éste dirigiéndose a la multitud les reclamó:

-¿Qué ha hecho esta mujer para recibir tremendo castigo?

-¡Apartaos hombre, ella es una pecadora!

-Ella ha jurado ante mi no conocer hombre alguno en siete años – increpó el Peregrino al hombre que le ordenó separarse de la mujer.

- No hay hombre en Petra que no haya tenido coito con esta ramera.

-Pues entonces – expresó el Peregrino – el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra.

Hubo un silencio sepulcral al escuchar las palabras  desafiantes del Peregrino. Él mismo se impresionó por su reacción verbal. Al cabo de unos minutos, el que parecía más viejo de todos los presentes, arrojó la piedra al piso y cabizbajo se retiró, el resto comenzó a imitarlo hasta que no quedó ninguno en el lugar,

Juan el Peregrino, miró a Estrella y le dijo:

-¿Es verdad lo que se ha dicho acá?

Ella bajó la  mirada y asintió con la cabeza. El Peregrino dijo entonces:

-Vuelve mujer a tu morada y no peques más.

Los seis admiraron la decisión tomada por el Peregrino. Gerón se acercó y tomándole el hombro, expresó:

-Habéis obrado con ecuanimidad Peregrino

-No lo sé – respondió algo confundido – aquella mujer me mintió y  no tolero el engaño. Eso es todo.

***

Llegada la noche, los siete decidieron tomar un breve descanso. La noche no era fría y encontrar un lugar en la inmensidad de la nada de aquel desierto era lo mismo que hallar una aguja en el pajar. Así es que  tomaron sus pertenencias y se echaron sobre la arena aún tibia.

Esa misma noche, el Peregrino reasumió el proceder frente a Estrella.

-La llamé pecadora – musitó muy despacio – he invocado las leyes de Moisés ¿Por qué lo hice? ¿Si no es pecado? ¿Quién establece lo que está bien y lo que no lo es? Acaso – volvió a recapitular su pensamiento anterior – la Palabra no es otra cosa que las reglas que debo recibir y trasmitir. ¿Trabajar con el sexo? ¿Qué pecado comete una mujer? ¿Ante quién se arrepiente si su conciencia no está conforme con su proceder? Acaso ¿No es ella misma la que debe arrepentirse de sus actos? Y…¿Tal vez no lo hizo cuando me dijo “no he tenido la visita de hombre alguno en siete años?” ¿Por qué mentir ante una realidad que no podría ocultarla? Además – reflexionó - ¿Por qué aquellos hombres se acercaron a ajusticiarla precisamente cuando ella partiría conmigo? ¿No sería acaso que aquellos perderían definitivamente el placer carnal? Es que…¡No existen más mujeres en ese infierno llamado Petra!

De pronto, el Peregrino vio un pequeño bulto que se arrastraba por la arena a una distancia no mayor de diez metros. La oscuridad de la noche le impidió ver con claridad que era lo que se estaba moviendo y acercándose a él.

Lentamente se incorporó y sigilosamente se fue acercando hasta ver quien era:

-¡Estrella! – Exclamó - ¿Qué hacéis aquí?

-Debo seguiros Peregrino. Estoy en deuda con vos.

-No lo estáis – al momento le tomó de las manos y la ayudó a incorporarse – no lo estáis y estoy arrepentido de haberos llamado “pecadora” no habéis cometido pecado alguno, de eso podéis estar segura y yo no dejaré de culparme por haberos dicho eso.

Estrella lo miró con profundo amor y luego añadió:

-Eso que vos dijiste, salvó mi vida.

-Es cierto – recapacitó – tenéis  razón. Pero, no estoy de acuerdo con lo dicho.

-Dejadme seguiros. No interferiré en tus acciones. No sé que es lo que  hacéis, pero lo que hagas quiero compartirlo con vos.

-Estrella. No sé lo que voy a hacer. Debo ir al Jordán. No sé por qué, ni me interesa. Sigo una voz que me llama y que muy a mi pesar no desearía escuchar.

-Entonces – añadió ella - ¿Por qué la sigues?

-Es lo que me pregunto. No tengo respuestas. Tal vez en algún momento se ilumine mi razón y pueda desprenderme de esta atadura que atenta contra mi libertad.

-¿Entonces? – preguntó la mujer con cierta impaciencia.

-Podéis quedaros si así lo deseáis, pero esos seis que están allí, son muertos que han resucitado. También tienen una misión que cumplir, pero tampoco ellos lo saben.

-¿Vos… estáis vivo?

-Lo estoy – sonrió y añadió – por lo menos así lo creo yo.

Mantuvieron un largo silencio, ella se recostó a su lado, el Peregrino que no pudo conciliar su sueño le preguntó:

-¿Qué quisisteis deciros cuando habéis expresado que no habíais conocido hombre alguno en siete años?

-Lo que es – afirmó con vehemencia – no os he mentido.

-Pero aquellos hombres…

-Aquellos hombres – le interrumpió – son mercaderes que van y que vienen, Me buscan y yo les brindo el placer que ellos necesitan.

-Pero – el Peregrino ya tenía demasiadas confusiones – no entiendo.

-Lo que os digo es que ellos tenían placer por mi, pero yo no. Al verte sentí el deseo de copular. Antes solo fingía. Siete años pasaron desde el último hombre que me hizo feliz.

-¿Puedo saber quien fue?

-Solo diré que llegó desde Persia. Una noche bastó para que yo sintiera lo mismo que sentí con vos ese día que os invité a mi morada.

-Ese persa ¿Qué fue lo que le sucedió?

-Alguien lo asesinó al salir de mi morada.

-Sabéis quien fue – quiso ahondar sobre ese misterio, pero ella no contestó.

De improviso se incorporó y con lágrimas en sus ojos, le pidió al Peregrino:

-No quieras ahondar sobre ese horrible tema, Peregrino.

-No lo haré – manifestó complacido.

***

Al llegar al Jordán, Rafén se introdujo en las aguas de aquel río y luego de tomar con sus manos el agua que corría, se dirigió al Peregrino y le pidió:

-Acercaos Juan.

-¿Qué es lo que queréis Rafén?

-Debo ungirte.

-¿Ungirme? – preguntó extrañado.

-He recibido la orden de ungiros con aguas del Jordán.

-Pero… no debéis estar en tus cabales …eso ocurrió hace dos mil años y no soy yo precisamente.

-Venid – volvió a repetir Rafén – debo cumplir con el mandato que se me ha dado.

Estrella intervino entonces:

-Ve Peregrino. El te llama.

Juan se sumergió en las aguas cristalinas y llegó hasta donde permanecía de pié Rafén.

Éste, con sus manos tomó la cabeza de Juan y mirando el cielo le arrojó agua.

Luego, Rafén exclamó:

-Está hecho. Podéis ir, pues el camino está libre, mi misión ha concluido Peregrino, vuelvo a mi estado natural. Del polvo provine y en polvo me he de convertir.

Y ante la presencia de todos y la admiración no solo del Peregrino, sino de Estrella, Rafén fue desapareciendo hasta que el polvo de su cuerpo corrió por el río hasta perderse de la vista de los presentes.

Los cinco contemplaron la figura del Peregrino que ahora tenía sobre su cabeza una aureola de luz que desapareció en escasos segundos.

Estrella tocó entonces la cabeza de Juan y sobre su mano apareció entonces una escritura de difícil lectura.

Gerón se acercó y al tomarle la mano a la mujer cayó de rodillas, inclinando su cabeza exclamó:

-¡He ahí al hombre!

Juan tomó con fuerza a Gerón y lo levantó diciéndole:

-¡Yo no soy Aquel que vos señaláis!

-Se ha revelado que vos lo sois – añadió Gerón.

-Pues entiende hombre muerto ¡No lo percibo en mi cuerpo!

-Pero está en vuestra alma – respondió Gerón.

-No hay alma que exista ni espíritu que clame el derecho de ser lo que no soy.

-El tiempo os lo dirá. Nuestra misión ha concluido, anoche hemos recibido la revelación de lo que sucedería, en consecuencia nuestra misión  - repitió con tristeza – ha concluido. Al  polvo volveremos.

-Pero – exclamó el Peregrino – acaso no vinieron a recibir la revelación de la Palabra?

Micol que estaba cerca de Gerón intervino entonces:

-La Palabra la tenéis vos. Nosotros acompañamos para que recibierais la unción. Nuestro cometido se cumplió al fin.

Y los cinco restantes se volvieron polvo cayendo sobre las aguas del Jordán.

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