Don Jesús fue un paciente muy querido. Bastante mayor (o tal vez sería por lo que yo estaba tan joven…), el hecho es que estaba en silla de ruedas, había que dale la comida y también usaba pañal desechable. Al igual que yo, él también vivía en El Cerrito. Tenía varios hijos pero yo solo recuerdo a uno que era carnicero.
Estando muy niña murió mi mamá y quedamos mi hermana de 9 años y yo de 8 años solitas con mi papá. Mi papá era un hombre del campo, es decir, que él se iba a trabajar a las cinco de la mañana y regresaba ya cayendo la tarde. Entonces mi hermana y yo quedábamos en la casa, solas y sin una persona mayor que nos ordenara y nos orientara. Y es así como sin orden ni orientación, las dos niñas de ocho y nueve años nos entreteníamos tirándole piedras al techo de la casa del frente. Por la noche, le ponían la queja a mi papá y él al principio nos regañaba, ya después le dijo al vecino que él no podía hacer nada.
Pues bien, una vez que yo le estaba dando un jugo a don Jesús, cuando llegó su hijo el carnicero y se sentó en la cama. Yo era muy bonita y este señor no hacía sino mirarme… yo ya tenía rabia con ese pendejo, me tenía como nerviosa con esa miradera tan insistente. De pronto el caballero se decide a hablarme para preguntarme:
· Niña ¿ustedes todavía viven allá abajo?.
Yo lo miré sorprendida y le contrapregunté:
· ¿Usted me conoce?
Y la respuesta de este hombre me dejó perpleja…
· Claro, no se acuerda que yo era el carnicero que vivía al frente de su casa?, usted y su hermanita me rompieron varias tejas de mi casa porque ustedes se divertían tirándonos piedras a los techos vecinos…
En ese momento yo quería desaparecer ¡qué vergüenza! con ese señor; hubiera pagado porque la tierra me tragara. Cuando medio me recuperé, apenas pude decir:
· ¡Qué pena con usted!, la verdad es que nosotras fuimos muy necias pero también es que estábamos muy niñas y sin autoridad.
El señor amablemente me dijo:
· No se preocupe, son cosas de niñas; sinceramente a mí sí me da mucha alegría verlas convertidas en unas mujeres de bien…
Don Jesús se ahogaba fácilmente. Un día yo le estaba dando a tomar un jugo, de pronto empezó a toser y se fue poniendo morado, traté de auxiliarlo mientras llegábamos con él al hospital. Allí lo atendió el médico de turno, doctor Torres, quién diagnosticó:
· A consecuencia de algo que le estaban dando a beber, broncoaspiró, hizo un paro cardio respiratorio y murió…
Yo me sentí culpable porque yo era la que le estaba dando la bebida. Aunque la familia me apoyó, ese remordimiento lo viví por bastante tiempo…