LA MUERTE ESPIRITUAL
No hay nada ya en un hermoso día por lo que yo tenga qué luchar; no hay motivos por los cuales seguir adelante y demostrar que sí puedo; no logro definirme en una marginal filosofía de vida; hoy el hambre pulveriza hasta los cimientos de mis huesos mientras me ve resignado bajo el ruido de mis pensamientos, en el olvido del mundo aún con el girar del mundo, en una brisa cálida y en un cielo soleado que nunca tuvieron culpa de mí ni del porqué de mis cadenas. Hoy he decidido morir y libero al presente de mi historia, quizás no merecí lo bello de la vida porque mi fuerza no estuvo amparada bajo la ley del fuego y mi voluntad se disolvió entre mis luchas internas, las que desarmaron poco a poco mi ego hasta convertirme en apenas un ser vivo, porque el mundo es hermoso y la vida es maravillosa muy a pesar de mí.
Después de la muerte del ego viene la muerte misma, la muerte física, la muerte tercera, la que está haciendo que mi piel se una a las esquinas filosas de mis huesos mientras hago la última oración de mi vida, y declaro buena parte de esta existencia como un auténtico infierno, que tiene como frontera mi propio cuerpo y mi espacio personal, y me muero. No tiene sentido conquistar la vida que todo el mundo quiere, no tengo metas por las que levantarme cada día mientras me derrumbo por dentro, no vale la pena buscar el amor que sé que no espera verme; a cambio tengo miles de sonrisas para disimular un poco mis vacíos, tengo la certeza de que no quiero aportarle nada al mundo, no hace falta y no es necesario, porque muy a pesar de mí el mundo afuera sigue siendo hermoso y la vida tan maravillosa que me hubiera gustado ser como los demás, pero soy la nada en medio de todo y después de mi muerte espiritual me convertiré en arenisca rojiza para los procesos eficientes de todos los universos posibles.