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Me dijo un día con su sonrisa de satisfacción que nunca lo abandonaba: “Mi estimado amigo, tengo todo para ser feliz y no puedo pedirle nada más a Dios, la vida, el destino o a quien corresponda; cumplí sesenta años, gozo de salud, no tengo deudas y mis propiedades están libres de todo, además disfruto de una pensión de jubilación de por vida.

Eso no es todo, comparto mi vida con tres mujeres, el sueño y envidia de muchos hombres, sobre todo mis amigos y déjeme explicarle como es el asunto; una es mi esposa con la que llevo casado 35 años e ignora la existencia de las otras dos, la segunda es mi amante, de 45 años, y ya llevamos 20 años de relaciones, sabe de mi esposa, pero soporta porque la tengo convencida de que me voy a separar; la tercera en  una joven de 30 años con la cual tenemos un  tierno noviazgo de cuatro años y la relación es algo así como amigos con derechos, está convencida de que soy viudo y desconoce que exista una amante. ¿Le parece poco para ser feliz?”

La verdad no supe que pensar; buena casa, flamante carro, excelente pensión, salud y buena presencia… pues si que tenía razones para ser feliz y, en una ciudad tan grande era muy difícil de caer. Pero, como se dice popularmente, no hay felicidad completa y todo se derrumbó cuando una buena señora, amiga de su esposa, lo vio muy acaramelado en un restaurante con la joven y le tomó fotos con el celular. Por supuesto, su reacción fue negar todo y se marchó furioso para consolarse donde la amante con tan mala fortuna que la encontró con otro. Entonces, le quedaba la opción de la muchacha y esta le contestó de mala manera diciéndole que una amiga de su mamá les tomó fotos y ya sabía que era casado.

El hombre feliz al ver derrumbarse su mundo paradisiaco se pegó un tiro.

Edgar Tarazona Angel

 

 

 

 

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