Demasiadas veces he visto en Colombia la violencia. La historia misma del país es una repetición constante de esta película de horror de venganzas, odios, egoísmo y retaliaciones. Todo ello condimentado por la ignorancia y la terquedad de todas las partes; a fuego lento hervido en el caldo de la avaricia y ansias de poder; servido entre una sed de sangre que no ha sido posible saciar desde mucho antes del asesinato de Gaitán y el tristemente famoso Bogotazo.
Y, aunque me sorprende y repudio con todo mi ser el vil atentado en contra de Miguel Uribe, perpetrado el pasado sábado 7 de junio, me da asco la utilización de esta tragedia para fines personales tanto por la derecha, como la izquierda colombiana. Me frustra ver cómo unos se burlan de la desgracia ajena, enarbolando como bandera palabras dichas en el pasado por el senador, llegando a tildar de autoatendado el intento de homicidio; asimismo me da rabia ver cómo otros utilizan esa tragedia en su beneficio, buscando de antemano asegurarse unos votos de personas que, con tal de no ver la izquierda en el poder, serían capaces de vender su alma y la de todos sus familiares a Satanás mismo de presentárseles la ocasión.
Toda la historia de Colombia está manchada de sangre. Sangre que ha sido imposible de lavar, ya que de generación en generación se transmite el odio. El odio por unos hechos que sucedieron hace décadas y ya deberían estar en el olvido.
El problema más grave que veo en el país es la física inhabilidad de perdonar a otro. Para ser un país de mayoría católico cristiano, el perdón es algo que brilla por su ausencia en todos, sobresaliendo más en los que se consideran beatos.
¿Hasta cuándo los colombianos van a odiarse los unos a los otros?
¿Cómo poner fin al sacrificio de los beneficios que puede otorgar el país a todos nosotros en aras del odio de generaciones?
¿En qué momento Colombia dejará de ser un matadero de seres humanos, la moledora de carne que no ha tenido descanso desde el momento en que los españoles pisaron esta tierra poblada de indígenas?
Desde los 1500 este territorio no ha conocido la paz. Estamos hablando de más de medio siglo de guerras, asesinatos, traiciones, humillaciones, robos, despilfarros, engaños y un sinfín de vilezas que no daría tiempo enumerar. Y siempre los padres y los abuelos le dicen a su prole: “recuerden lo malos que son estos y aquellos. Que sus padres y abuelos fueron asesinados por ellos; fueron despojados por ellos”. Y la sed de sangre y de venganza comienza nuevamente su maligno ciclo…
Y nadie quiere parar…
Nadie quiere detener este ciclo de odios y venganzas.
¿Hasta cuándo?
¿Cuándo comprenderemos que el odio genera odio; que la venganza genera venganza; que la violencia genera más violencia?
¿Cómo saciar esta sed de sangre?
¿Cuál es la salida?
Existe una respuesta. Pero es difícil. Hay que perdonar. Pero para ello debes dar la oportunidad a tu enemigo más acérrimo, al que te enseñaron a odiar desde pequeño, de demostrar que también es ser humano como tú.
Hay que comenzar porque la crítica de la contraparte debe ser constructiva, no destructiva. Que la oposición no le ponga trabas a cualquier cosa que diga el gobierno, sino que aporte ideas constructivas y correctivas a los planes del estado; sin tachar de plano estas mismas como inaplicables.
Y el gobierno debe respetar a la oposición y escucharla, en lugar de tachar de plano cualquier idea que esta proponga.
Los colombianos deben buscar más el diálogo que el enfrentamiento. Que el respeto prime en cualquier discusión, ya que es la única forma de llegar a un consenso que beneficie a todos.
Al final, todos somos colombianos. Todos queremos y buscamos lo mejor para este país. Y el primer paso es comprender que tanto la izquierda como la derecha tienen el mismo valor e importancia en este país. Sus ideas deben complementarse buscando un mejor futuro para todos los colombianos: no unos pocos elegidos.
Los medios de información deben recordar que son imparciales. Lo hizo alguna vez la Iglesia Católica con el Concordato de 1887. ¿Por qué los medios de información y diferentes periodistas tanto de izquierda como de derecha no pueden dejar a un lado la cizaña que tanto daño le ha hecho al país? ¡Claro que pueden!
Por eso hago este llamado a los colombianos, a los medios de información, a los políticos, a todos los que sienten aunque sea un poco de amor por este país: ¡no más odios! Debemos encontrar ese punto medio que satisfaga a todos y pensar en el país como un todo. Hay que perdonar el pasado. Es imposible olvidarlo, lo sé y lo comprendo. Pero sí es posible aprender de él y no cometer los mismos errores que inician cada vez el ciclo de odios y venganzas, destruyendo el país y a los colombianos.
La paz comienza por cada uno de nosotros. Lo único que debemos hacer, es darle una oportunidad por encima del odio.
Bogotá, 10 de junio de 2025