Cuando comentan mis escritos me hacen acordar de otras anécdotas pero, no me quiero salir del tema de los acólitos. El padre Aquilino Peña Martínez era un sacerdote muy estricto, dentro y fuera de la iglesia, pero al mismo tiempo tenía una gran bondad con los niños y las personas mayores. Estoy seguro que ese amor fue el que lo inspiró para fundar el Colegio Parroquial San Pio X; esta institución empezó labores en 1953 con diez o doce niños pero, si no me equivoco, su fecha de fundación se ubica el siguiente año 1954. Ya escribí un artículo sobre el colegio que aparecerá más adelante y sigo con los acólitos.
Teníamos dos sotanas; una roja y otra negra y sobre esta falda larga o hábito venía una especie de blusa blanca llamada roquete. No recuerdo el significado de los colores, solo que el negó era para toda la semana santa y los entierros. Los oficios se repartían según el sacristán: el que repicaba en el campanario, el del incensario en la misa y las procesiones, los que llevaban los cirios, los de las vinajeras, etc. Nos turnábamos la recolecta de las limosnas que después entregábamos a Carlos.
Recuerdo que los vasos sagrados eran intocables bajo pena de pecado mortal, los cálices y el copón solo podían cogerlos con la mano el cura y el sacrismocho, como le decíamos… los niños acólitos ni puel pu, como dicen ahora. Olvidaba decir que uno de los placeres que teníamos muy pocos era poder subir las escaleras de la iglesia por dentro y asomarnos al pueblo desde la cúpula; no recuerdo quien era el arriesgado que salía por una ventanita en la parte más alta y caminaba por la cornisa. A propósito, el reloj de la iglesia lo donó el señor Matías Torres, padre de Rita Torres, la esposa de mi tío Justo pastor Angel por una promesa que ya está en el olvido para siempre… y lo encargó de Alemania.
Cada mes íbamos con el padre a una vereda. Todas tenían o tienen un nombre civil y uno religioso, yo solo recuerdo la vereda de Nuestra Señora de Chiquinquirá; pues cada mes después de la misa, nos daban una tremenda comilona y echaban pólvora y repartían trago, pola, guarapo y chicha. El cura Peña los regañaba pero en ninguna vereda dejaron de hacerlo. También le regalaban pollos de campo, gallinas, mercado y flores. A los niños nos daban Pony Malta y frutas…me encantaba ese programa.
¿Saben qué? El aseo de la iglesia lo hacíamos los acólitos por turnos y eso si era un trabajo bien hijuemadre porque la iglesia es grande y había que correr las bancas; para que quedara bien limpio el piso echábamos aserrín con petróleo y barra que barra. El premio era lo que los feligreses dejaban olvidado, siempre que los mayores no se dieran cuenta porque lo pedían y teníamos que entregarlo. Del padre lo anunciaba desde el púlpito en misa pero el otro no sé si lo devolvía.
Como creo que los estoy cansando sigo otro día.
Edgar Tarazona Angel