Si tuviera que definir mi estado en el día de hoy, creo que lo más acertado sería... dulce, tierno y de suave melancolía, el tiempo que hace ayuda mucho a mi estado de ánimo. Me encantan los días así, grises. De un gris perla especial, no de ese gris negruzco y feo.
Caen gotitas de agua suavemente, finas, pero constantes. Casi sin que se note van empapando el suelo, los tejados, las tierras llevándose a su paso la nieve acumulada. Parte de ella de un color sucio producto del humo que sale de las chimeneas de leña de las casas del pueblo y el barro. Sin embargo aún queda todavía algún que otro rincón de nieve blanca virgen.
La fina lluvia, silente, deja a su paso su frescura. Allí por donde pasa lo renueva todo limpiándolo, dándole vida nueva. Al igual que si lluvia fuéramos, lo mismo pasa con nosotros, hay momentos en que así, suavemente, como fina lluvia, nos renovamos por dentro.
Hoy, para mí, es uno de esos días.
Son momentos de intensa y solitaria felicidad, en los que sólo pienso en las cosas buenas que la vida me ha dado, que no son pocas. No paso ni hambre ni frío, tengo con que alimentar mi cuerpo y sobre todo mi espíritu. Mis libros, fieles compañeros de vida me rodean por todas partes. Una de mis hijas siempre dice que si me pierdo basta con ir siguiendo la pista de los libros que voy dejando esparcidos para encontrarme. Eso sí todos pulcramente señalados en el lugar en que, momentáneamente, dejé su lectura. Jamás doblo sus hojas, pongo entre ellos desde un trozo de papel con algún que otro apunte, a un punto de libro con los que amigos y familia me obsequian, que me son especialmente queridos, porque todos llevan escrito un recuerdo cariñoso. Y si no tengo a mano nada de eso y a falta de otra cosa hasta un trozo de diario o de un kleenex.
Cierro los ojos pensando que soy una mujer afortunada motivos para ello no me faltan. Tengo amigos, buenos amigos, a los que amo y que me corresponden con el mismo sentimiento. Tengo pareja desde hace muchos años, nuestro amor es mucho más de lo que las palabras pueden expresar, son años de complicidad y entendimiento de comunión íntima entre dos pensamientos diferentes, casi siempre, pero que acaban convergiendo en un entendimiento normalmente cordial. Soy madre, siempre deseé serlo. Mis hijos son mi tesoro de tal valor que no hay palabra para cuantificarlo.
Todos estos regalos que la vida me ha dado me son mucho más presentes en días como el de hoy, y siento que la lluvia también se lleva todo lo que me hacía sufrir innecesariamente, y, que, en realidad, son auténticas tonterías sobre todos comparadas con tanto afligimiento como en el que están sumidos tantos seres humanos. También me asaltan ciertos escrúpulos, pienso que, generalmente, no somos conscientes de todo cuanto bueno poseemos, sólo nos limitamos a considerarlo como algo normal, algo que nos corresponde por derecho, cuando en realidad lo único necesario para obtenerlo es haber nacido en el lado adecuado del mundo.
Siento deseos de desnudar mi esencia, mi yo más íntimo y dar todo cuanto que alberga, que si algo de bueno alberga, no lo es por mérito propio, sino gracias a la generosidad de las personas que me rodean y enriquecen día a día. Gracias a ellas que me han ayudado a comprender este enorme misterio que es el vivir día a día y que para disfrutar plenamente de lo poco bueno que la vida trae, si no se comparte, de nada sirva. Estoy firmemente convencida de que si los momentos de alegría, de amor, de amistad, de ganas de vivir y reír y de disfrutar, así como los de duelo y llanto no se comparten de poco o nada sirven. También son días en los que me doy cuenta de que debemos ser espléndidos en demostrar nuestros sentimientos, desvergonzados me atrevería a decir, porque de no hacerlo, a la que nos damos cuenta ya hemos llegado tarde y no anda este mundo como para ir desperdiciando buenos momentos.
Resumiendo, creo que apropiándome de la letra de una de mis canciones preferidas es de obligado respeto por mi parte dar “gracias a la vida que me ha dado tanto”
Daría Sobrino Fariñas
Juncosa, 8 mayo 2011