En el acto me levanté amodorrado todavía, salté de la cama y en seguida me dirigí a la ducha para bañarme, al abrir la regadera el agua fría corroyó mis huesos, grité de espanto al sentir su impacto al instante mojar mi cuerpo aún caliente por el abrigo amañador de las cobijas. Mi madre, mujer buena, eficaz y hacendosa, ya estaba acicalada, casi lista en su arreglo personal. A esa hora Trajinaba subyugante en la cocina en los preparativos del desayuno. Se había puesto el vestido azul cielo de ir a misa y salir a pasear los domingos para asistir conmigo garbosa a la escuela... después de un rato, estábamos juntos en el comedor departiendo solos y en silencio, un plato de "changua caballuna" con cilantro , "café negro" "panes de sal" y "tostadas". Mi padre como siempre a esa hora nos daba con su ausencia. Había salido para su trabajo. Mis hermanos (en ese momento eran dos...) apenas roncaban y se retorcían en la cama presos por el sueño, que sin preámbulos seguían entregados en los brazos de Morfeo de esa fría madrugada. ¿Qué otra cosa podían hacer? ¡Todo estaba listo, para la cita de ese día a las 8 de la mañana!
El "hermanito Mario", rector de la escuela había sugerido a los padres de familia puntualidad en la hora de llegada. Para nosotros lograrlo, teníamos que caminar más de diez cuadras desde el lugar donde habitábamos... juntos salimos de casa con afán de llegar puntuales, rumbo a la escuela. Mi madre vislumbraba vestida con su sastre azul, blusa blanca y zapatos altos de tacones. Yo, me sentía extraño luciendo el uniforme: camisa blanca, saco gris, pantalón y zapatos negros. El peso de mi maleta pletórica de libros, útiles escolares y cuadernos cargando en mi espalda, me incomodaba. Al salir de casa con mi madre, me prendí de su mano para caminar al compás, sus zancadas eran más grandes y por ende le ganaban a las mías y yo no quería verme rezagado corriendo detrás de ella, tratándola de alcanzar. En el largo recorrido de la casa a la escuela, por el camino nos íbamos topando con otras mamás y padres de familia presurosos y en igual de condiciones dirigiéndose a la cita de presentación en la escuela, llevando también de la mano a sus pequeños como yo. ¡Era el primer día de clase! ¡Cuánto relajo! ¡Nunca me olvidaré de ello!
Así transcurrieron cinco largos años… ¡que parecen más y en realidad son menos! Porque en ese momento de adolescente escuelero ¡el tiempo no lo sentí rondarme, había pasado inadvertido sin sus funestos efectos ¡todo fue tan divertido: la escuela, el aula, los profesores, el aprendizaje (leer y escribir no es para menos…), mis compañeros y tantas cosas bellas…! Que ahora me llena de nostalgia recordar. "El tiempo es como una gatita traviesa. Se nos acerca a hurtadillas y se bebe el día como si fuera un tazón de leche" De esa época a la fecha han transcurrido muchos años. Aún recuerdo la fisonomía de mi viejo, su jovialidad, lo estricto, bonachón y rígido en su manera de ser al momento de tomar decisiones. Cuando de autoridad se trataba, era rígido con el carácter suficiente para educar y corregir a seis varones y dos mujeres que fueron en total mis hermanos. Ahora, su imagen se diluye con el tiempo en mi memoria, pero prevalece: su ejemplo, sus valores y enseñanzas que han sido báculo formador de mi carácter. Lo llevo en mí todo momento, como un libro abierto, como una marca innata que mientras viva, nunca se borrará de mi alma.
¡Te quiero mucho papá!