Toda su vida deambuló por los cuatro puntos cardinales del planeta, agenciando la guerra fratricida, alentando el gasto militar, proponiendo contratistas para guerras sucias. Expulsando comunidades de sus tierras, quemando ranchos, en la oscuridad de la noche, organizando carteles para la corrupción estatal, coordinando asesinatos selectivos....
Aceitando la turbia maquinaria de los varones electorales, comprando jueces venales, para proteger los intereses del narcotráfico de su familia, formando delfines ávidos del presupuesto público. Justificando las desapariciones forzadas a nombre de que el fin justifica los medios...
Un día cualquiera escuchó en la radio, que la guerra se había terminado. Que el día anterior había sido el último día del conflicto armado. Entonces recordó a Hitler, en su última hora amarga, apuntándose a la sien con su propia arma. La agonía de Mussolini, cuando era arrastrado por la multitud, hacia el poste de energía, donde lo colgaron, como escarnio público.
Los remordimientos de Caín, después de asesinar a su hermano Abel... La mirada turbia de Julio Cesar, agonizando ensangrentado en las escalinatas del Senado Romano. La mirada perdida de José Stalin desde el fondo del ataúd. Y entonces comprendió, que su destino sería parecido al de todos los sátrapas...
Temblando se sentó sobre sus propias heces fecales, en la única esquina del mundo… donde presentía, erróneamente, que no encontrarían su cadáver. Pues era claro que quedaría eternamente insepulto, pudriéndose en el viento del sur.