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Ha doblado la calle sigilosamente, ha estacionado el coche a dos calles para ir caminando hasta ese motel donde ha visto llegar el coche de ella, casi se le escapa, si no lo conociera tanto ni le hubiera puesto atención, pero no, era inconfundible, lo conoce tan bien...

Se acerca mirando a un costado y a otro para cerciorarse de que nadie le ha visto llegar. El coche está allí, estacionado a un costado, junto a una de las cabañas independientes. Y pensar que alguna vez le sugirió ir juntos allí y ella escandalizó, ¡se escandalizó!. ¡Maldita mentirosa!, tenia miedo que la reconozcan, seguro era eso. Y ahora estaba el coche allí, apenas escondido, pero allí. Mira la placa nada mas para querer romper el martirio, pero aquello es otra prueba mas de su llegada al infierno.

Tiene los ojos inyectados de sangre y una mueca de furia irrefrenable le transfigura el rostro hasta convertirlo en una máscara horripilante.

Se acerca a la puerta pegando la cabeza para no querer lo que sabe que va a oír y escucha los ruidos que desde unos metros allí dentro surgen. Los latidos de su corazón se agolpan en sus sienes mientras escucha los gemidos de ella mientras se entrega al amor total en el cuerpo de ese hombre que no es el. Aprieta con mas fuerza el cuchillo que trae en la mano. Siente la empuñadura lastimarle las carnes, pero eso lo alienta mas, quiere entrar ya pero tampoco quiere que se le escape ninguno, quiere hacerles pagar su infidelidad con su propia sangre. Un revolver hubiese sido rápido y mas efectivo, pero no hubiesen sufrido lo que él quiere que sufran. "Deben pagar" piensa, "deben pagar", se convence.

Un momento mas luego siente cómo las garras del dolor destrozaran su propia alma, cuando el último grito de placer sale de la garganta de ella y los gemidos que coronan su entrega son como arrullos a su locura.

Era suya, siempre había sido suya y no lo sería de nadie. El otro debe de morir, porque ha robado lo que le pertenecía, si, lo ha robado, ella no lo quería, jamas lo hubiese querido, ella sabía que nadie mas que él era su dueño y el otro a debido de obligarla, sí, ha tenido que hacerlo.

Su cabeza dibuja el cuadro y la ve inocente a merced del lobo que se devora su cuerpo de mujer que lo ama y lo desea solo a él.

No espera mas, los estertores han terminado, los gemidos han callado, siente que la respiración de ambos es tranquila y acompasada, sabe que se han dormido.

Abre la puerta y entra ("ni siquiera la cerraron bien"-piensa-"tan urgidos estaban"), apenas entre la penumbra descubre los cuerpos abrazados y sabe que ella ha cedido, que nadie la ha obligado, que ha sido su decisión y que ha sido feliz, el último gemido de su entrega aun resuena en su cabeza.

Y antes que ambos reaccionen hunde el cuchillo en el pecho de él y luego en el de ella. Con toda la fuerza de su amor engañado, con toda la furia de su honor pisoteado, con todo el dolor de saber que ya para ella no valía nada, absolutamente nada, ni siquiera el respeto.

Protegido por la oscuridad, a hundido el cuchillo mas de diez veces en cada uno de ellos. Se levanta, y en el baño se lava las manos y se acomoda la ropa. Ni se digna a mirarlos cuando sale, todo está hecho y se siente reconfortado.

Sabe que el dolor les ha llegado como una pesadilla y que la muerte se los ha llevado casi sin darse cuenta de lo que estaba pasando. Pero no le importa, el es ahora un hombre de honor nuevamente y puede volver a levantar la cabeza.

La infiel a muerto, con todas sus mentiras a cuestas.

Ya no mas dolores de amor sin saber que es lo que hacía y donde guardaba las horas que no estaba en casa.

Ahora no estará mas torturando tu imaginación. Lástima que todo lo que imaginaste haya sido cierto...

Ahora llega a su casa y abre la puerta mas tranquilo, aun no quiere pensar en lo que hizo. No, no es momento. Primero una ducha.

Sale de la ducha y escucha ruidos extraños en la cocina, se cubre con una toalla y toma el primer adorno que encuentra.

De pronto ella está allí, ¡ella!, tan tranquila y campante, como si nada, gira sobre si misma y lo ve..., no tiene ni un rasguño, ¡nada!, en sus ojos hay una sorpresa que no ocultan sus palabras.

"¿Qué tienes?", le pregunta, "ni que hubieras visto un fantasma". El no responde, el pecho se le agita y las sienes le tiemblan y suenan como martillos en su cabeza.

"Te cuento que fui a recoger el coche al taller, porque ¿me perdonas?, lo choqué la semana pasada y he estado tratando de que no te des cuenta. Hoy me lo entregaban pero me dijeron que se lo dieron a tu hermano, él me recomendó el taller y me ayudó a ocultar lo del accidente. ¿me perdonas verdad?. Prometo no ocultarte nunca mas nada....".

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