Me restriego los ojos por debajo de los lentes. Reanimados los párpados, ajusto el calce de los anteojos y vuelvo a mirar la pantalla para ver titilar los porcentajes fulminantes, disparados sobre el desplome de las acciones. Obsesionado, recorro el mapamundi del derrumbe financiero.
Siento el escozor, de doble filo, provocado por la certeza de una debacle y por el recuerdo de mis dos pequeños hijos. Desde ayer por la mañana que no los veo. Sus caritas se entrometen entre mis cavilaciones y éstas se niegan a esa evocación. Prefieren concentrarse en el culto por la deidad superflua. Tampoco ahora podría yo proveerles de alguna satisfacción si estuviese con ellos en casa.
Desesperado por sobreponerme, ocupo el tiempo en jugar un juego perverso, en nada parecido a los inofensivos que practican mis hijos inocentes. Desencajado y abrumado por un futuro que de súbito se dibuja sobre un fondo deslucido, me veo caminar hacia la nada. Mi mujer aguarda a que vuelva recompuesto, ilusionada con verme un vencedor nato.
Alrededor de mí, en esta sala de clima sicótico, pululan quienes nos hemos borrado de la vida y del mundo, sin bregar por una causa noble por la cual luchar. Esta, la del cálculo oportunista y mezquino, es la que insume nuestras energías.
Marchito, me siento sacudido dentro de un cubilete cuyos dados son lanzados sobre la mesa de la gran especulación. Nada, como no sea la angustia de este momento, me sensibiliza. Tironean en vano de mi corazón las caritas entrañables de los míos. La imagen de mi esposa, seduciéndome con sus encantos, no alcanza a subyugarme, tanto como lo hace esta maldita pizarra de cotizaciones.
Hay un frenesí que a todos nos hace removernos sobre los asientos y ensayar gestos de espanto frente a los vaivenes despiadados de las bolsas en decadencia. Y se oye hablar de salvataje en medio de un mar proceloso donde acecha el total naufragio. Una deriva imprevista, ocurrida por culpa de la ignorancia. Impredecible a causa de la codicia. Subestimada por la soberbia del mercado.
Mundo de locos, envalentonados gladiadores del capitalismo voraz y pendenciero. Mientras tanto, mis hijos se acostarán llevándose difuso el rostro de un padre al que no volverán a ver. Mi esposa quedará a la espera de un responsable jefe de familia, de cuya protección nunca dudó. Como tampoco de mi vocación por el progreso y bienestar sin límites, en procura de un porvenir que despeje los fantasmas de la escasez y de la falta de confort.
Siempre supe de mi capacidad para acortar camino. Busque un atajo y halle la perdición.
La baranda del puente sobre el río sostendrá mi cuerpo durante el breve instante cuando la duda me conmueva. Pero mi decisión está tomada. Las aguas, al fin, me llevarán huyendo del quebranto inevitable.
Lo he perdido todo.
Árbol talado, el mío, que acaba sin alzar la copa que tanto imaginé frondosa.
Rene Bacco