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Una vez existió un hombre sin autoestima. Lo raro del asunto, es que había vivido 22 años sin su compañía. Hasta ese momento, el señor desayuno exactamente 100.000 cafés, tomó 200.000 baños, y  caminado, 1.500.000 kilómetros de idas y venidas; con múltiples direcciones. Al almacén, a los hogares de sus amigos, a su escuela y varías rutas.

Conocía a mucha gente, algunos buenos otros no tanto, unos grandes y otros bajos, gorditos y flaquitos, genios y otros normales, viejos con experiencias de vida y jóvenes con brillantes sueños. El señor no consideraba a nadie como estúpido, era verdad, para el nadie se merece ser lastimado por su grado de comprensión en las cosas, ni mucho menos su aspecto físico. No, simplemente no quería lastimar a nadie. Aunque a veces era inevitable. En fin, trataba en lo posible a alentar a esas personitas a mejorar y ver lo positivo de sus decisiones sobre la vida.

Como todo el mundo, el señor, tenía un mejor amigo, por lo menos así lo consideraba él. Su mejor amigo, era un hombre con una buena cultura general, sabía mucho sobre cómo funcionaban las cosas, podríamos decir que era un tipo que le gustaba aprender y saber. Por muy raro que parezca, su amistad no estaba soldada por aspectos intelectuales, el señor no era tan curioso como su amigo, pero eso nunca presento problemas en su relación. Lo que si acuño su amistad, como un fuerte acero; fue que se escuchaban mutuamente y conversaban de todo, y bastante. Hablaban de libros, de las personas, de mujeres y sobre la vida en general. Compartían cumpleaños, noches de bebidas alcohólicas y sentimientos tristes. El señor cargaba un dolor, que con los años, había madurado en tamaño. Compartió esa historia con su mejor amigo, el la escucho atentamente y le ofreció unas palabras de comprensión que alivio un poco la carga en su pecho. Que feliz se sintió el señor, por una vez, alguien lo había escuchado y ofrecido una curita para esa cicatriz. Las palabras de su mejor amigo fueron: “Fue muy duro lo que te paso. No va a hacer fácil, pero el tiempo lo va a curar. Puede que ahora no, porque recién estas saliendo de esa etapa tan fiera, dale tiempo nada más”. Y continuaron su camino para comprar unas cervezas, tal vez era una noche de mayo, pero ni siquiera él sabía bien.

En sus viajes a la escuela conoció a un señor mayor de 50 primaveras. El señor mayor hablaba con gran sabiduría y sus reflexiones ayudaban a pensar mejor las cosas. Era como el padre que nunca tuvo, un pensador, un hombre paciente, un buen modelo masculino, el suyo no estaba mal, pero aquel era mejor. El señor escuchaba atento los consejos y trataba de asimilarlos lo mejor posible, porque sabía que esas charlas se acabarían algún día. Le contaba en voz ronca: “Nunca trates de ir al ritmo de los demás” “Intenta, en lo posible, de ir siempre 3 pasos adelante en tus estudios” “Tienes que salir a socializar, conocer gente te ayuda a crecer bastante, salí a vivir, alégrate y desilusiónate” Esas últimas palabras resonaban mucho en la mente del señor. No se puede estar seguro si esas eran las palabras correctas, pero así es como se las recordaban. Desilusiónate. Era como una orden que se tiene que cumplir, como si ese verbo fuera inevitable. Es interesante. Teniendo en cuenta que esa reflexión venia de este señor mayor, quiere decir, que pasó por varias experiencias feas y tuvo que sacar fuerzas para seguir adelante. También uno de sus consejos era “No sirve de nada llorar sobre leche derramada” No sirve de nada lamentarse sobre cosas que ya pasaron. Había escuchado esa frase antes, pero el señor nunca la tomó en cuenta.

El señor, que había compartido su dolor con su mejor amigo; pensó que estaba curado. Resultó que no, su ego había creado una monstruosidad en su subconsciente y lo llevo a creer que ese evento horrible era algo especial, incomprensible para que otros entendieran, cuando en realidad manipulaba a los demás para que sintieran lastima y se compadecieran de él. Jugaba a ser un gusano inofensivo, para ganarse la pena de los demás, en vez de ganarse su respeto, mostrándose como es en realidad y quitándose la máscara de la hipocresía y derrumbar el pilar de aquel circo barato. Podría haber mostrado fortaleza o carisma, pero siempre se decidió por comer tierra para evitarse cualquier problema. Fue entonces cuando llego a una increíble conclusión. Tal vez escapo de las personas que lo molestaban, pero nunca dejo de molestarse a sí mismo. Se había convertido en su propio abusador.

Todos esos años, el señor pensó que vivía humildemente, que siempre tenía su orgullo bajo un control estricto de vigilancia las 24 horas del día. Lástima que se le escapo ese pequeño gran detalle, a lo mejor vivía humildemente y trataba bien a las personas, pero nunca se cuidó el mismo y dejo que esa mentira floreciera. No con agua y sol, sino con grandes cantidades de abono; olía mucho a porquería vieja.

El señor tenía un pequeño secreto, soñaba con convertirse en un escritor y regalar historias entretenidas para un alegre público, no le importaba la edad que tuvieran esas personas, él solo buscaba hacer que conectaran con sus emociones; una actividad difícil de hacer. Como siempre, la duda y el miedo lo retenían. ¿Qué pasaría si lograra tener éxito y cumpliera con su sueño? ¿A que le temía realmente? La pintura no era muy clara. Lo reflexionó un momento. No pensaba en malas críticas, las podía entender y mejorar su técnica. La idea de que se burlen ya estaba gastada. Que nadie conociera sus historias mucho menos, hasta ese momento, no se conocía su existencia así que nada cambiaría. No le importaba tener éxito realmente, plasmar sus emociones en un texto y dibujar eventos en la imaginación de la gente era un placer; era entretenido, y muy divertido. Al encontrarse sin fundamentos, esas emociones perdieron fuerza y dejaron de funcionar. ¿Y porque no probar? Claramente no tenía casi nada que perder. Tal vez solo tenía pereza de moverse, es sencillo quedarse en la suave cama.

No existe una forma real de terminar este relato, al menos de una forma apropiada, otros podrán hacerlo mucho mejor que el mismo autor. Es verdad que una vez existió este hombre, pero no se dejen engañar, él todavía no murió, continúa cargando con sus miedos y alegrías, sigue siendo un buen humano; y en lo que respecta a este humilde narrador, es más que suficiente. No tengas miedo de mostrar tus verdaderos colores, en tanto tus intenciones sean buenas y no lastimen a nadie, brilla con todas tus fuerzas y el mundo lo amara. 

                                                                    

FIN

Autor: Luis Cano
16/01/2020

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