Apenas tenía los 8 años cumplidos cuando mi padre decidió que tomáramos carretera para probar su auto nuevo, así que, mis cuatro hermanos, mis padres y yo nos instalamos dentro de él listos para el gran viaje. Por unanimidad decidimos ir a un balneario y mi hermano Juan, siempre con sus "grandes ideas", propuso que fuéramos a uno que acababan de inaugurar a las afueras de la ciudad.
Así lo hicimos y después de un día increíble, emprendimos el regreso antes de que cayera la noche, sin embargo, una mala decisión de mi padre con respecto al camino a tomar nos llevó a extraviarnos. Mientras más Kilómetros recorríamos, más desierto estaba el paraje, creo que en vez de llegar a la civilización, nos alejábamos de ella.
La carretera parecía abandonada y el camino estaba en muy malas condiciones. Mi madre no parecía convencida de que debiéramos seguir por ahí, pero mi padre le explicó que era más riesgoso regresar a esa hora por el camino andado y volver al punto de salida. Mis hermanos venían dormidos, yo fingía estarlo también pero la verdad es que me aterraba el cariz que habían tomado los acontecimientos.
De pronto, del sendero recto surgió una curva muy cerrada. De por sí, el carro derrapaba en la tierra y sin que pudiéramos hacer nada para evitarlo nos fuimos al fondo del barranco. Dimos vueltas sin control hasta que sobrevino el golpe final. Salí disparada por el parabrisas cayendo de lleno en el suelo empedrado detrás de unos matorrales. Levanté la vista y vi, aún dentro del carro, a mis padres con el rostro ensangrentado.
Me desmayé y no supe más de mi. Cuando recobré el conocimiento era de día, estábamos rodeados de patrullas y ambulancias. Los paramédicos iban de un lado a otro con los rostros llenos de impotencia. Los cuerpos de mis hermanos en fila en el piso. Una mujer comenzó a cubrirlos con sábanas de pies a cabeza. Estaban muertos. Quise gritar, pero no podía. La desesperación y el miedo que experimentaba eran indescriptibles. No me respondía el cuerpo ni me salía la voz. Los demás elementos trataban a toda costa de sacar a mis padres del automóvil, habían quedado atrapados. Cuando por fin lo lograron, ya habían fallecido. Un grito ahogado se apoderó de mi garganta asfixiándome, llenándome de pánico y dolor. Toda mi familia se había ido al más allá. Me había quedado sola, si por lo menos pudiera moverme -pensé. Pero no, no podía hacerlo.
Comenzaron a subir los cuerpos a los vehículos y todos se marcharon. Mientras yo, en medio de una angustia espantosa intentaba decirles que ahí estaba, que me ayudaran, que no me abandonaran en ese lugar, pero parecía que estaba atrapada en mi propio cuerpo sin voz ni movimiento. Tenía la pierna rota. La podía ver colgando bajo el pantalón, solo que ya no me dolía tanto, el sufrimiento parecía haberme anestesiado, no obstante, volví a perder el conocimiento. Y en medio de mi inconciencia, soñé:
Estaba en el funeral de mi familia. Mi abuela se veía destrozada, ahí estaban mis primos, los compañeros de escuela de mis hermanos, algunos vecinos, los tíos, el jefe de mi papá. Todos lloraban inconsolables… No podían creerlo. Conté los féretros: 6, nadie parecía notar que debían ser 7, se habían olvidado de mi existencia. Participé en la misa de cuerpo presente y en el cortejo hasta llegar al cementerio. Estaban a punto de bajar los ataúdes mientras las mujeres con sus voces agudas cantaban “...hay que morir, para vivir...”.
-No- grité desesperada- No, no, no y no. Quiero despertar, esto es un sueño. ¡Tiene que ser un sueño!
-No es un sueño- me dijo una voz detrás de mi- Es la realidad. Te quedarás en medio del bosque hasta morir de dolor, inanición, o terror cuando la noche caiga y te veas sola y sin poder moverte en medio de la oscuridad de este lugar mientras tu familia ya estará pudriéndose bajo tierra...Pero...
-Pero ¿qué?- clamé desesperada- ¿quién es usted y qué quiere?
-Yo puedo ayudarte a que todo esto se borre para que las cosas vuelvan a ser como antes. Pero debes hacerme una promesa...
-La que quieras, pero por favor, regrésame a mis padres, a mis hermanos...
-Así será- dijo la voz- pero debes estar lista. En cualquier momento necesitaré de ti y deberás estar dispuesta. Júrame que cumplirás.
-Te lo juro- confirmé llorando
-¡Más fuerte!- gritó con energía la voz.
-¡Te lo juro!
-Dilo de nuevo- ordenó
-Te lo jurooooo- vociferé
Entonces, desperté. Estaba con mi familia dentro del auto, veníamos del balneario, la noche amenazaba con cubrirlo todo con su manto macabro en cualquier momento. Y mi padre veía confundido los señalamientos sin saber si virar a la izquierda o seguir derecho.
-Por favor papá -supliqué- da vuelta a la izquierda. Estoy segura de que por ahí es. Te lo suplico.
Mi padre tomó la izquierda. Dos horas más tarde, estábamos de vuelta en casa. Pensé que el sueño que tuve durante el camino había sido espantoso y hasta se lo relaté a mi padre que rió al escucharlo.
-No te preocupes, esas pesadillas suceden cuando comes mucha azúcar. Y tú, jovencita, probaste suficiente dulce hoy como para asesinar a 20 diabéticos. Ya estás en casa. Procura descansar.
Me dormí hasta bien entrado el día siguiente.
Hoy, tengo 42 años y mi historia de vida es como la de cualquier persona: sufrimientos, alegrías, decepciones, amores, triunfos, derrotas, 4 hijos, 1 marido, muchos anhelos...
Sin embargo, sé que él me acompaña en todo momento. Cuando estoy sentada en el piso concentrada en realizar alguna cosa me parece distinguir sus zapatos o parte de su pantalón. Alguna vez vislumbré su rostro cuando pasaba tras de mi mientras me maquillaba frente al espejo, aparece repentinamente en mis sueños, se sienta en un sillón de mi sala en esas tardes de domingo en que la familia se reúne, me observa mientras me baño. Si abro los ojos adormilada en medio de la noche lo veo de pie frente a mi puerta observándome entre las sombras con su traje negro y cayado con cabeza de algún animal que no he identificado.
Todavía me parece escuchar la voz aguda de la tía Silvia cantando: “Hay que morir para vivir”, advierto la respiración acompasada detrás de mi hombro sin que ninguna persona esté en la habitación conmigo, lo huelo, lo siento, lo sufro...lo espero. Sé que en cualquier momento dejará de ser una sombra silenciosa para pedirme que cumpla mi juramento.
Elena Ortiz Muñiz