- Señor Geiderman, no creo nada de lo que usted me ha contado. Desde que se sentó en esta silla, ha inventado una serie de historias descabelladas, que me inclino a catalogar como mamarrachadas. - Mientras decía esto, parecía que los ojos se le iban a salir de las órbitas.
El señor Geiderman, se acomodó en la silla deslizándose suavemente hacia el borde de esta. Quedó aun unos segundos mirando fijamente a su acuciante interlocutor antes de hablar. - Mire usted señor... -espero unos segundos, pero su interlocutor no terminó la frase que había dejado en el aire. - Lleva tres largas horas preguntándome sobre no sé que demonios de un hombre desaparecido. Y creo que usted, espera que yo le dé respuestas. Pues bien, yo se las he dado, aunque quizá no sean de su agrado. ¿Desea otras respuestas? También puedo dárselas.
El hombre, que vestía un traje negro impecable, permaneció inmóvil mirando al vacío. De repente, se dio la vuelta y arrojó la silla, en la que había sentado durante el interrogatorio, contra la pared del fondo. Estaba fuera de sí. Aquella fue la primera vez en que Geiderman temió por su integridad física. Hasta ese momento, aquello había sido un juego para él. Esos agentes del gobierno, se habrían equivocado de persona, y en unas pocas horas, lo soltarían. Sería una de esas historias que contaría a sus nietos.
Sin embargo, todo había cambiado, debía tomarse en serio esta situación. - ¡No entiendo nada! ¡¿Qué ocurre aquí?! - Gritó Geiderman mientras su voz iba conviertiendose en un susurro a medida que avanzaban sus frases.
El agente, más calmado, y de nuevo sentado en su silla, lo miró fijamente. Tras una inspiración profunda, con la que pretendía llenar su depósito de paciencia, termino por decir. - Señor Geiderman, lo que queremos saber es, ¿cómo desapareció el señor Alex Baumler, y se convirtió en usted?
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