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La señora Georgina quedó viuda de 70 años después de 50 de feliz matrimonio con Bernardo y heredó su pensión y varias propiedades que la convirtieron en la más adinerada de la familia Villamarín. No está de más agregar que ella también disfrutaba de una pensión vitalicia y tenía propiedades diferentes a las adquiridas por su matrimonio.

El asunto es que se le metió en la cabeza que pronto iba a seguir a su esposo al otro mundo y comenzó a prepararse para no dejar líos de sucesión, de manera que a sus hijos les escrituró las propiedades físicas y se reservó el dominio hasta que se fuera de este mundo, lo cual no fue del gusto de sus hijos y otros herederos.

Decidió darse todos los gustos posibles en especial viajar por todo el mundo, pero pensando en la posibilidad que sus familiares la metieran en un ataúd bien feo, fue a varias funerarias y compró el mas elegante y lujoso a su completo gusto y lo llevó a su casa donde lo ubicó en una alcoba exclusiva para este mueble mortuorio.

Transcurrió un año y falleció una de sus hermanas mayores que estaba en una mala situación económica; como su familia sabía de la existencia del cajón mortuorio se lo pidieron prestado y, en medio de lágrimas y ruegos ella les concedió el favor en calidad de préstamo, pero como esa caja era lujosa no tuvieron como pagársela o devolverla, entonces compró otra igual o más hermosa y la instaló en la misma alcoba.

Pasaron otros dos años y unos meses y abandonó este mundo su hermano favorito. Esta vez no hubo necesidad de pedirle el féretro porque ella lo entregó con todo su amor filial por ese joven que ella amaba (el joven tenía 60 años) y de nuevo compró otra caja mortuoria cada vez más hermosa que las anteriores. Esta vez estaba convencida que ya era hora de abandonar su cuerpo físico a los 76 años y comenzó a comprar elementos mortuorios para que la velaran en la sala de la casa donde vivió tantos años con su amor y crio a sus hijos.

Dos años más tarde y en perfecto estado de salud, tuvo que despedir a la esposa de uno de sus hijos, fallecida durante el trabajo de parto y, era de esperarse, el cajón que estaba en el cuarto especial fue la morada postrera de su nuera. Decidió comprar nuevamente un ataúd que superara en belleza y lujo a todos los anteriores; fue a la iglesia,  se confesó y comulgó y le dijo al sacerdote que necesitaba una misa de difuntos solemne para sus honras fúnebres. El cura se extrañó de esta petición, pero accedió a todo sin fijar fecha.

En este momento doña Georgina tiene 95 años, tiene su cabeza y su mente en perfecto estado, su salud es inmejorable, teniendo en cuenta casi un siglo de vida, ya no viaja, pero descansa viendo videos de todos los lugares del mundo que no pudo visitar y hace la cuenta de los 8 ataúdes que ha regalado durante su existencia. Está dispuesta a negar el favor de entregar el que ya decidió será su envoltura mortuoria y sonríe mientras bebe un sorbo de su whisky preferido.

Aunque no lo crean esta historia es real. Por supuesto que cambié pequeños detalles para no delatarme. La edad es tres años menor y su trago preferido es una copa diaria de Dom Perignon y que duerme en el ataúd, disque para irse acostumbrando.

Edgar Tarazona Angel

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