Vuelve en sí y siente un estruendo indefinido, vertiginoso, un bisbiseo eterno en los oídos. Le late la cabeza en forma violenta, decenas, cientos de pares de ojos mirándolo, un nudo amargo en la garganta no lo deja respirar. Parece que se hubiera detenido el tiempo por un minúsculo instante, y no es capas de liberarse, trae el color de la allanamiento y el dolor tatuado en todo su desnudo cuerpo. Su sexo libre oscila con el viento. Ellas no lo miran, solamente se rasgan las vestiduras en un afán desesperado de filtrar sus interiores vacíos. Escucha baladros secos, no sabe de donde provienen, piensa que están en todos lados y en ninguno. Su visión está deteriorada por los golpes recibidos, no distingue muy bien el color de su sangre recientemente seca. El dolor calafatea sus sentidos. Se desvanece nuevamente al son del tiempo incierto.
Al despertar se da cuenta que la vida sigue asiéndolo, se cierne el miedo en veloz picada, y ese maldito dolor otra ves le palpita en el cuerpo. Esta vez nota algo diferente, el cielo se ha tornado del color de la ceniza, y el zumbido crepitante ha desaparecido. El viento lo abofetea con fuerza, pero el dolor mas intenso lo lleva en el interior. El dolor de la traición sin lucha, de la soledad enhiesta, de la resignación. Un puñado de mujeres lloran cadenciosamente en un rincón. Un joven no se ha separado d su lado ni un segundo, la sangre empapa su frente, pero no le importa. Súbitamente un intensísimo dolor en el costado derecho, la sangre vuelve a fluir a borbotones. Ahora sus sentidos se desgastan y deterioran rápidamente, el frío le congela las llagas. Su rostro se transfigura hasta alcanzar el límite de la desesperación. Consigue con las últimas fuerzas contenidas lanzar un último grito a la existencia. El hilo de su vida de rompe en mil pedazos.
Se siente liviano, como si todo el peso terreno se hubiera evaporado, ahora no siente mas dolor. Está en paz. Al elevarse mira como, en el estadio terrestre, las contracciones de la gente, ahora en desbandada, se pronuncia mas allá del delirio, se siente succionado hacia un estado de profunda armonía. Deja tras de sí, aquel lugar de rencores y violencia, de látigos y ojos furibundos, de caníbales humanos que tratan de justificar su voracidad, de cruces salpicadas de sangre, de Sodomas eternos y sobre todo de almas sin razón ni entendimiento, ni el más exiguo nivel de amor. Pero siente miedo de nuevo, un miedo espiral, un miedo nuevo, porque sabe que algún día debe regresar al mismo lugar, donde a pesar del tiempo, nada cambiará.
Jerusalén, 16 de Abril del 0033.
Patricio Sarmiento
Cuenca, 23 de Marzo de 2001.