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Los montes, veo los montes curvarse en la salida del sol, un naranja rayo los atraviesa como mordisquiándoselos, destrozando sus laderas, rayando su dureza, despertando en ellos la vida. Y la vida empieza. Y se que no soy nada en esta inmensidad, tal vez una sombra que se alarga a partir de mi tronco, clavado en el suelo rocoso de la ladera del monte que me cobija. El cielo florece como cada mañana, bailando en el pálido fulgor de un azul profundo que confunde la visión de quien lo mira.
El cielo, el monte, yo los veo cada mañana, siento el rocío que baña mil hojas, el aire fresco que mueve mis ramas, el canto de los diminutos pajarillos que se disputan los mejores lugares de este insignificante territorio de vida en que me convierto todos los años. Corren sobre mi animaluchos pequeños y voraces rapaces, algunos no han salido jamas de mis ramas, otros viven apenas el tiempo necesario para conocer que sobre mis hojas existe otro mundo, un mundo negado para ellos. Me siento como el monte, soy el monte, ahora el naranja crucero atraviesa por entre las rendijas de mi propia existencia, y así como el monte, yo siento la vida que surge, que nace, que continúa y por algún rincón escondido entre las sombras, la vida ambién se detiene.

Las voces de aquellos que son lo mío me gritan, y me reclaman su porción de vida, el viento los escucha y sacude mis ramas dejando caer un torrente de dulce y fresco rocío que alimenta a mi propio universo. El astro dorado baila en su salón azul, resplandeciente y omnipotente, no detiene jamas su marcha ni su brillo, solo a veces, el cortejo de sus blancas doncellas, agitadas por el viento, trae a su sueño el baile del dorado rey y lo mece en una cuna gris de terciopelo, y luego del abrazo seductor y apasionado rompen las doncellas a llorar su dicha y su dolor separándose del ansiado amo.

Aunque las doncellas también hacen lo mismo a veces con el blanco candil de la oscura despedida. Pues cuando el baile del astro dorado termina y en sus aposentos descansa, el candil enciende su corte de luces fugaces y trae consigo la otra ida, la vida silenciosa y temible, donde nada se distingue como con el astro dorado, aquel reino de oscura plegaria, también es hermoso, en su sonido y su fantasía. Dicen que hubo un tiempo en que nunca los montes sin calor estaban, pues cuando el astro dorado terminaba su baile, el otro hermano bailaba luego, y así tenía su lugar la vida bajo las luces doradas. Mas en una ocasión, cuando uno de los hermanos salía y el otro entraba, chocaron en el firmamento y uno de ellos estalló como granada caída en tierra, su luz se disipó en incontables pequeñas luces, el otro hermano no se dio cuenta por el cansancio de su danza, y aun hoy en día no sabe la tragedia de su otro hermano, los montes cuentan que cuando se entere de lo sucedido, juntos reunirán los pedazos de la luz accidentada y el baile en el azul salón será eterno y dulce.

Yo espero ese día, vivo esperando ver a los dos hermanos acercarse juntos y recoger del oscuro manto los pedazos
de luz que les pertenece. A veces se los ve juntos en el límpido salón, pero el hermano entero no escucha los gritos del hermano herido, así debe serla alegría, que no escucha el llanto de quien no la tiene. La luz se disipa nuevamente, el baile a terminado, y la luz naranja se separa de mi sin prisa, sabe que regresar al día siguiente y solamente me desea un feliz descanso, yo también se lo deseo, como siempre, como todos los días.

De pronto los montes se hacen mas grandes y la luz desaparece, y yo cubro con mis verdes dedos el universo que tengo bajo mi regazo, se que la luz volverá , que la alegría del triunfo de los montes sobre la luz es efímera, y que el universo egado a mi tronco y cobijado bajo mis hojas nacerá mañana, y lo espero, lo espero con ansias, es tan hermoso sentir acercarse el calor y nacer la vida, están hermoso... .

FIN

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