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El McFlurry estaba tan delicioso que Sara no ha parado de elogiarlo. Una mezcla de helado de chocolate, arequipe en crema y trocitos de galleta. Y un nombre de acto de circo: McFlurry. Yo argumento que el café ha ayudado a darle sabor. Sara se empecina en defender las bondades del Flurry. La próxima vez yo invito para que no queden dudas, dice.

Llegamos hasta el final del corredor del Shopping, encerrado por un techo en forma oblicua que protege el exterior de un patio donde se encuentran algunos kioscos y restaurantes. La tentación de comer sigue latente. El McFlurry nos abrió el apetito, pero el dinero escasea. La noche advierte sobre la necesidad de regresar a casa. Antes de tomar camino, una mariposa color pardo con manchas en forma de ojos de oso panda, empieza a rondarnos. El vuelo no es consistente. Parece derrumbarse en cada aleteo. Sara trata de auxiliarla. La mariposa huye hacia un costado. El guardia de seguridad mira con recelo. Una mujer que desciende al parqueadero se asusta cuando la mariposa trata de acercarse. Sara no se da por vencida. Siempre ha sido defensora de la fauna. Si logramos sacarla a un espacio abierto se salva, dice.  El vuelo es cada vez más frágil. Sara me pide improvisar una audacia. Yo digo que a los nueve años el rector del colegio donde estudiaba me traumatizó por salvar la vida a un pez en una pileta que había quedado sin agua a raíz de una orden antiecológica del mismo rector. No quiero que me vuelvan a echar de algún lado por culpa de un animal, le digo. Sara insiste. Arrastrada por la brisa, llevada en brazos de una corriente invisible y mágica, la mariposa se aloja con un último aliento sobre mi camisa. Permanece inmóvil, con el aspecto de un ejemplar de pinacoteca: fría, estática, y yo desaguando curiosidad en el simulacro de sus ojos de atracción de zoológico. Antes de intentar llevarla a un lugar abierto Sara se sorprende por los signos dibujados sobre las alas. Se acerca y empieza a descifrarlos: Dos. No: ¡tres! Nueve. No: ¡Uno! Tres, uno, siete… No: ¡UNO! Eso es: ¡TRES UNO UNO!, grita mientras la mariposa emprende vuelo con la fortaleza de un halcón, hasta perderse a través del orificio de la parte superior de la cubierta. La gente que cruza prefiere eludirnos. El guardia se ha marchado. 

Sara, apaciguada con la salvación del insecto, repite la cifra mágica que le dará el premio en el chance de la lotería: tres uno uno, deja y verás que vamos a ganar, dice, esa es la fecha de mi hermano. Analizo qué día es hoy: cuatro de marzo. Una semana aún para saber cómo nos va con la suerte basada en augurios de alas de mariposa.

Si te ganas el chance me invitas otro McFlurry y café expreso, le digo. Sara asiente.  Mientras salimos, una mariposa (quizás la misma de hace un instante) busca refugio en un almacén de ropa. El vuelo es frágil hasta el colapso. Cada aletazo tiene el acento silencioso de un misterio por descifrar. Sara observa ávida. Un guardia de seguridad y una vendedora agitan las manos para sacarla a empellones y evitar que los clientes huyan sin comprar.  La mariposa desparece como fantasma arrastrado por la desidia.

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