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En una grisácea ciudad, dentro de la señora Gretel se haya una monstruosa criatura. Siempre al llega a su casa tras un exhaustivo día laboral, cuando se sienta en su cómodo sillón y sin apuros enciende uno de sus fieles cigarros, un enorme engendro aparece. Colosal ser de penumbrosa forma que sobrevuela el alto techo con sus ilusorias alas, que al acecho espera.

  De vez en cuando ella se entretiene con verlo caminar por las altas paredes, rasgando el viejo tapiz floral. A veces pareciera que más allá de las ventanas no logra bajar o no desea siquiera intentarlo, y cuando Gretel apaga su cigarrillo y las abre se esfuma como una sombra alcanzada por la luz.

  En una de las tantas veces que se reúnen Gretel se pregunta si existiría alguna forma de que puedan comunicarse. Sin embargo; no importa qué palabra dijese, dibujo le mostrase y sonido le presentara la criatura en ningún momento parece entenderla. Y entonces ella desiste, continuando con su antiguo rol de observadora. Ella no siente ningún miedo cuando lo ve y la bestia no tiene razón alguna para hacerle daño, ambos son dos entidades que el destino ha reunido en un mismo lugar.

  Un día Oivia, vecina y amiga de Gretel, la visita para juntas disfrutar la tarde del domingo con un buen cigarro. De la misma forma que en casos anteriores, cuando la dulce Olivia lo enciende una oscura bruma se aferra al techo que no es para nada igual al que Gretel conoce; sino que es más negruzco, espeso y oloroso. Por un momento, ella se pregunta si por esto es que Olivia suele toser tanto. Sobre ellas que con placidez conversan, enfrentadas están dos monstruosidades que con dientes y garras se despedazan entre sí.

  Y igual que siempre al ser las ventanas abiertas, las brumas se disipan y nada persiste.

  Ella siempre se pregunta por qué tal criatura da presencia en un espacio tan reducido como el living de su casa; cuyo único amueblado son una mesa, su sillón y uno para la visita. ¿Quizás el alto techo sea de su agrado? ¿O hay algo más allá que él disfrute o desea obtener?

  Entonces la respuesta llega en medio de su reflexión, el ser asiente. Por vez primera baja su robusto brazo, quedando lejos de la penumbra que su figura distorsiona. Gretel no puede comprender qué es lo que le intenta enseñar, y sin titubear la criatura posa la afilada garra de su mano en la arrugada frente de Gretel.

  Días pasan y su rutina continúa, tal obra que con el cantar del gallo vuelve a iniciar. Pero de a poco su cuerpo empieza a darse cuenta de la realidad.  El largo horario laboral la agita con mayor rapidez, la tos la ataca con más frecuencia y su garganta le da una extraña sensación cuando ingiera comida. Y ella no se detuvo dentro del infinito ciclo.

  El tiempo pasa como un tormentoso mar que desencadena al océano. Antes de que se diera cuenta Gretel se ve obligada a pasar todo el día postrada en su sillón o en la cama, y las visitas del ser se vuelven eternas, pues ella las ventanas ya no puede abrir.

  Entonces la abismal criatura que antes sólo permanecía en lo alto del techo ahora coloca sus repugnantes piernas sobre la alfombra que cubre el suelo de material. Al fin ella es capaz de verlo con lujo de detalle, su escamosa piel que desprende una oscura babaza nauseabunda y con sus ojos fundidos en un verdoso amarillento ve de frente a ella.

  Cuando la bestia abre su larga mandíbula un venoso humo se adentra en las fosas nasales de Gretel hasta apoderarse de sus pulmones. Y luego ella sujeta su garganta, el aire es transformado en una riqueza de la que carece. Falla al levantarse y se desploma en el suelo sobre la negrura bruma de la criatura.

  Gretel eleva su mirada al ente a su espalda, la babaza cae sobre su desgastada ropa y sus ojos se fijan en los filosos colmillos que a ella se acercan.  Podría tomarse como un reproche del destino que, justo en tal percance, la dulce Olivia decidiera llegar de visita; así lo siente Gretel.

  La puerta suena con el llamado de Olivia. Tres son los golpes y con silencio del interior es contestada. Sabe que Gretel es grande pero siempre da siquiera una señal de estar en casa. Ella se agacha a un pequeño florero al lado de la entrada, una oculta llave desentierra. Su tos ralentiza sus movimientos, y por fin abre la puerta.

 

  En el poco amueblado living la señora Gretel ha sido atacada por un colosal monstruo, aunque sólo ella era capaz de así verlo. Para Olivia, quien rápido salió en búsqueda del doctor más cercano, no fue otra cosa que un paro cardíaco.

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