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Infidelidades        

De la mano de Gustave Flaubert acabé atada a un matrimonio de conveniencia, casada con un aburrido médico de provincias. Opté por la rebeldía dándome al derroche, a la coquetería y al engaño. No tarde en pagar mis cuitas, mis pecados de amantes y mis despilfarros por medio de la ingesta de un matarratas. Según me dijeron, un tal Tolstoi le hizo lo mismo a una tal Ana Karenina. Solo que, en lugar de una lenta agonía provista de fiebres, vómitos e inútiles lavados de estómago, la piedad del tal Tolstoi le llevó a ejecutar a la tal Ana de forma rápida e indolora. Le seccionó la cabeza del tronco con ayuda de los raíles de un tren y de un tren mismo. Y es que la moral burguesa no concibe la infidelidad sin castigo. 

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