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Mis dedos ya autómatas al zapping se estaban aburriendo de gastar las yemas del control remoto. De pronto, una panza flácida se excitó pidiendo a gritos satisfacer su libido gástrica. Era la mía y recién me había dado cuenta. Pero ¿por qué? ¿Habría sido por haber curioseado un ratito a las conejitas del Playboy Channel o a las sadomasoquistas de Cinemax? No. En el fondo me dan asco, es por eso que prefiero mil veces cómo Pinky y Cerebro tratan de conquistar el mundo o que unos arqueólogos busquen venturosamente su eslabón perdido. Deduje entonces que por lo entumecidas de mis posaderas llevaba más de cinco horas bruto, ciego, sordo y mudo (imaginarán cuántas veces en ese día habré masticado el video de Shakira para llegar a decir tamaño cliché).

Y volviendo a mi hambre, esta ya se había vuelto insoportable. Buscaba que me dieran de comer los comerciales de McDonald´s o Taco Bell pero los malditos que encantaban con su appetite appealing no salían de su cetro de fantasía. En mi desesperación hinqué el diente en la pantalla que lo único que tenía de caliente era su insípido cristal. "¡Salgan de ahí!", grité. Seguí intentando, esta vez acompañé a mis uñas en la lucha, que produjeron un chirrido espantoso. Pero nada pasó. Utilicé entonces a mi paladín del zapping como sable y nos batimos en lucha de esgrima con la suculenta y torturadora tentación. Una buena y relajante película la espantaría y me salvaría porque su poderío dura sólo si me estreso pensando en ella. Tan inteligente y efectiva era mi táctica. ¡Pero no! ¡No contaba con que una cruel casualidad ted-turneriana o bill-gatesiana (no podría ser otro motivo más) hiciera que justo en ese maldito instante todos, absolutamente todos los canales desfilaran comida y nada más que comida!


Cereales Kellog´s
Burger King
Mayonesa Kraft
Chocolates Hershey´s
Pan Grilé
Galletas Ritz

"¡Cambia, cambia!", le ordené al control remoto.

Yogurt Toni
Menta Halls
Helados Pingüino
Kentucky Fried Chicken
Dunkin Donuts
bla, bla, bla, bla...


"¡Retirada, retirada por el bien de mis tripas!", fue el modo en que imaginé lo que habría dicho Napoleón en medio de un posible delirio gástrico en el Waterloo. Ahora, como ya era cuestión de la supervivencia del más fuerte, me despojé de mi cordura e hice trizas a mi lugarteniente contra la pared. Sólo quedaba yo. Capturé al cómplice de la señal enemiga. Era un acalorado soldado café y rectangular, con ojos numéricos y sangrientos. También lo fulminé. "¡Tengo hambre!". Sentencié, estrellándolo con furia contra la pantalla enemiga.


Y se recreó Hiroshima en mi sala.


Sentí crujir de hambre otra vez. Todo había desaparecido. Lo único que había sobrevivido era mi hambre. Ahora no quedaría posibilidad alguna de que alguien me dijera "esto es menta Halls y por eso tienes que probarla". Estaba herido, tendido boca abajo y apenas podía articular un suspiro, sin embargo no me importaba porque en ese momento fui el creador de mi propia comida. Y ansiosamente me seguí arrastrando con los codos llevado por mi primera visión de hambriento libre: Un tarro de mandarina Quaker.

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