El aire huele a rosas, aunque no es aun primavera.
El invierno todavía tiene mucho que decir pero allí, en aquel jardín rodeado de árboles, el aire huele a rosas.
Ella camina por entre las flores acariciándolas suavemente, respira profundo y suspira. El aire huele a rosas.
El día de invierno es despejado, como pocas veces, ha caído poca nieve este año, muy poca y por eso ella solo está con un ligero vestido crema sin hombros, un sombrero de ala ancha para cubrirse del sol y suaves zapatillas blancas.
Mira el cielo y algún que otro rastro de nube pinta de algodón el azul paisaje, está contenta, lo dice su sonrisa, lo dicen sus ojos, lo dicen sus suspiros.
Llega por fin al centro del jardín donde hay una pequeña fuente circular y en cuyo centro un delfín de mármol expulsa agua por su juguetona boca. A un costado de la fuente hay también una rústica banqueta de madera que simula un asiento y es donde ella se dispone a descansar un poco.
La sombra se acerca por detrás, sigilosa, sin hacer ruido, escondida entre los árboles del linde del jardín. La mira y la disfruta, sus ojos desbordan lascivia, sus manos crispadas y sudorosas sostienen la tela negra cómplice de sus deseos. La ha estudiado, lleva semanas haciéndolo, cada movimiento, cada paso, cada borde de la silueta de ella está grabada a fuego en su torcida mente. Sabe que días como hoy ella sale al jardín a dar un paseo y aun mejor, si hay buen clima ella sale con ropa ligera, como hoy. Hoy también es especial, el jardín está solitario, la hora, el día, las circunstancias, han logrado hacer que no haya nadie mas, ni cerca ni lejos. Ella está allí, sola, despreocupada y el está listo, hace tiempo que está listo.
Se acerca a ella sin hacer ruido, la mira sentada allí, disfrutando de la brisa con la cara al sol apoyada en un brazo mientras sostiene con la otra mano el sombrero de ala ancha para que no caiga al suelo, el la ve y a trasluz puede distinguir la silueta de ella bajo la suave tela del vestido y eso lo enloquece de deseo aun mas todavía, si quedaba algo civilizado en su mente, ya no hay mas, aquella sombra inocente de la luz entre la ropa a disipado todas sus dudas.
No espera mas, está ya apenas a unos pasos de ella y ataca, rápido, furtivo, decidido, sin conciencia. Cubre la cara de ella con la tela y la jala sin misericordia hacia él, haciendo que el cuerpo de la joven pase sobre la rústica madera hiriendo sus piernas. Pero no para ahí, la continúa arrastrando unos metros hasta que llegan a los árboles. Aprovechando su fuerza tira una vez mas de ella y la gira poniéndola de cara al suelo. Actúa con la rapidez del desquiciado que a planeado y soñado su ataque muchas veces, se sube encima de ella y le introduce una bola de plástico en la boca para que ahogue sus gritos y con la negra tela ata las manos de ella tras la espalda para inmovilizarla. Saca una segunda tela del bolsillo y le cubre la boca para que no escupa la bola de plástico y la amordaza.
Apenas han pasado 2 minutos desde el ataque y ella ya está a merced del monstruo, solo recuerda el sol, la brisa y de pronto la noche y la tortura. La tela sobre su rostro, el jalón animal que la arrastró por sobre la banqueta, las rasmilladuras en sus muslos y el sentirse arrastrada por sobre su espalda sin poder siquiera afirmar los pies sobre el suelo, la tela la asfixiaba mientras la tierra la hería, la respiración agitada de su captor se silenció de pronto y la tela la obligó a girarse cuando otro tirón parecía partirle el cuello, luego sintió la sudorosa mano y aquel objeto en su boca, trató de escupirlo pero apenas podía respirar. Sintió que la ataban las manos a la espalda y luego la mordaza en su boca. Y ahora estaba así a merced de eso monstruo que apareció de la nada.
El monstruo apenas piensa, solo quiere sentir ese cuerpo suyo, ni bien a terminado de amordazarla la obliga a levantar las caderas y apoyarse sobre sus rodillas. No pierde tiempo, sabe que en cualquier instante ella comenzará a defenderse (en cuanto mitiguen la sorpresa y el horror), por eso le levanta el vestido, le rompe la ropa interior y comienza el vejámen. El no necesitaba preparación está listo hace mucho.
Ella siente un dolor salvaje que la inunda, presa por las caderas entre las manos de ese monstruo, con la cara aprisionada en la tierra y las manos atadas trata de luchar pero es imposible, solo siente las acometidas salvajes que la lastiman mas allá del dolor físico. El infierno del dolor, de la humillación, de la impotencia y el desconcierto casi la paralizan y solo grita y llora y trata de patalear inútilmente.
Si el rapto duró un pestañeo, aquella tortura parece durar horas y el monstruo que no se cansa, que destila todo su impuro deseo en acometidas mas fuertes y salvajes, lastimándola, humillándola, hasta que de pronto un estertor asqueroso se vierte dentro de ella y para colmo de males el monstruo se recuesta sobre ella y aun dentro la besa en el cuello y los hombros y al momento en que siente unos labios en su oreja escucha un infame: "gracias".
El monstruo se levanta satisfecho y la ve desvencijada y rota, y aquellas caderas desnudas que han sido suyas le llenan de orgullo y de infinito deseo "no será la ultima vez" piensa y arreglándose un poco el pantalón se agacha y suelta apenas el nudo de las manos de ella.
Se da la vuelta y se va, se va caminando entre los árboles. Satisfecho y feliz, ha cruzado la línea, y sabe que la volverá a cruzar otra vez "con ella", "solo con ella" se repite a si mismo.
"Fue tan fácil, debí haberlo antes. Pero no será la última. No, no lo será", termina de decirse mientras sube a su coche y se aleja del lugar.
Ella lo siente irse, está adolorida, desconcertada no sabe que hacer, mueve los brazos primero tímidamente y luego con toda su ferocidad acumulada, termina quitándose la tela negra que la ataba, se da la vuelta, se quita la mordaza, escupe la infame bola de plástico y llora mientras se levanta y se arregla un poco la ropa. Se siente así como se mira el vestido: sucia, raída, deshecha y quiere gritar pero no puede, siempre se supo débil y aun ahora no entiende cómo pudo pasarle esto a ella, si nunca llamó la atención a nadie. Sus hermanas eran hermosas "pero se hubieran defendido" piensa "hubieran hecho algo, yo no hice nada, soy tan cobarde" piensa y llora, desconsolada se rodea ella misma con los brazos y sintiéndose infinitamente sola llora.
Regresa caminando apenas a su casa y llegando se mete directamente a la ducha bañándose por horas.
Al final decide salir porque sabe que están por llegar todos. Corre a la cocina y prepara algo fugaz y rápido para la cena.
Sus dos hermanas llegan juntas del trabajo y parloteando despreocupadas se sientan a la mesa.
- Cuando empiece la universidad ya no tendremos cena lista - dice una de ellas y ríe
- Tendrás que comprar la cena al venir - Le responde la otra
Y mientras hacen comentarios de ese tipo llegan sus padres también juntos.
Y saludando a las hijas se sientan a la mesa junto a las dos mayores.
Ella no dice nada, no sabe qué decir, ve a todos tan felices que se siente culpable de amargarles la noche contándoles su tragedia. Así que estúpidamente decide callar.
Cena silenciosa y a las preguntas responde que no le pasa nada, que solo está preocupada de ir a la universidad.
Dos semanas después, luego de su primera clase de universidad, regresa emocionada a casa y en la cena les cuenta a sus padres todo lo nuevo que encontró. Ellos la escuchan pacientes y felices, después de dos semanas de silencio, esa nueva actitud les devuelve la tranquilidad.
Después de la cena y después de charlar un poco con sus hermanas que llegaron tarde, se va para su dormitorio a pensar si tal vez pueda algún día olvidar lo que pasó en ese jardín al que no ha vuelto nunca mas.
Prende el televisor y se acuesta, se siente cansada y aburrida de estar siempre asustada, de no poder caminar por la calle sin pensar en el monstruo que la destrozó aquella tarde, sin no poder dejar de sentir asco por si misma, de sentir que ya es hora de dejar de vestirse con tanta ropa, porque si no hubiera estado con solo aquel vestido, tal vez el monstruo no hubiera podido conseguir lo que consiguió. Está cansada de todo y aunque no le quede mas remedio, sabe que tiene que contárselo a su madre, por lo menos a ella.
Y con ese último pensamiento en la cabeza sintió que se dormía, apagó el televisor, la luz y se acurrucó entre las frazadas. El invierno ya se despedía, pero esta vez lo hacía a lo grande, con una llovizna persistente y un frío que calaba los huesos, sintió que esa noche nevaría.
Por eso, entre el sueño y la vigilia, sintió un estremecimiento atroz cuando escuchó un suave e imperceptible chirrido al abrirse la puerta de su alcoba mientras el aire se inundaba con olor a rosas...