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El chispear no cesaba. El frío de la madrugada hacía que los presentes se escondieran dentro de sus abrigos cual si tuvieran miedo. Uno por uno, sin importar edad, iban en fila india embarcando, entregando a un señor de rostro arrugado y aire de marino, sus respectivos boletos. Cada uno se iba acomodando en la cubierta de aquel pequeño barco. Todo hubiera sido un completo silencio si no fuera por las gotas de lluvia. A una señal del posible cobrador, un agudo pitio anunció la partida. El corazón de uno de aquellos recién ingresados en cubierta se disparó. Sabía que ya no regresaría y sintió la sangre helar, la sintió más helada que el propio clima con que su ciudad se despedía de él. Veía en los ojos de algunos de sus acompañantes señales de alegría y vida, a pesar de la madrugada siniestra. Para ellos tal vez era un viaje de paseo, pero para él, no. Se sentía expulsado como un perro. Nadie vino a despedirse de él. Su única compañía era una mochila, regalada por su tío, allí había logrado meter todo aquello que la desesperación de la noche anterior le pudo permitir. Frente a él se encontraba una señora, podía ver como sus manos blancas que salían de su pesado abrigo sostenían con cuidado lo que pareciera ser un niño, completamente envuelto. Ella, al sentir el viento, que corría por su espalda se levantó y se encaminó junto a Domingo. Se sentó a su lado, lo miró y con una sonrisa que lo sacó por instantes de sus recuerdos, le dijo: "Aquí hay menos frío". Acto seguido metió sus manos dentro del enmarañado que llevaba consigo. Domingo pudo observar que un color blanco emergía de allí, logrando distinguir un rostro al cual la señora miraba con inmensa ternura. De pronto abrió los ojos aquella pequeña criatura que se escondida debajo del sinfín de sábanas. El azul de los ojos del pequeño contrastaba con el ambiente mórbido. Un destello de miedo recorrió el cuerpo y mente del prófugo. Domingo recordó el azul del cielo en el día que conoció a Clara. Enojado, apartó de su mente aquello, ya no quería arrastrar consigo ese pasado como había prometido a su tío antes de irse.

El pequeño barco ya se encontraba distante del muelle y permitía cierta movilidad a los pasajeros. Sin pensarlo dos veces, y con la disculpa de distraerse para no dar motivos a que viejos recuerdos lo atormentaran, se levantó dispuesto a ahuyentarlos dirigiéndose a popa. Una vez allí, vio a su lado un rostro sonriente que observaba como el barco rasgaba el agua y se dirigía hacia el horizonte; era un rostro muy diferente al de él, que en aquel momento se sentía incapaz de sonreír. Era el de una joven de belleza exótica quien indiferente al frío viento que le cortaba el rostro y le alborotaba el cabello rubio, le sonrió y con un acento marcado le dijo: "San Juan del Mar es tan lindo". Domingo se impactó por su belleza, llevándolo al punto de pensar cosas que parecían absurdas en aquél momento particular de su vida: "tal vez el amor o la esperanza no mueren, tal vez solo cambian de nombre", reflexionó.


* * *


Venía de regreso de la casa del Señor Ernesto, después de haber pasado la tarde con Clara - hija de este último - paseando por las estrechas e irregulares calles de la ciudad. Ya hacía una semana desde la muerte de su tía, quien solía trabajar como secretaria personal del Señor Decano de Medicina y cuyo verdadero nombre era Ernesto Paz Doctor en Medicina. "Clara, la niña de hermosos ojos azules en los cuales Dios se inspiró para pintar el cielo" -solía decir Domingo.


Caminar desde la residencia del Dr. hasta su casa, era propio para reflexionar y recordar los tiempos de la tía Salma, que hacía tanta falta. Ni la intervención directa del Dr. Paz su tutor - como a este le gustaba ser llamado cuando le preguntaban sobre su parentesco con Domingo - pudo salvarla.


Los últimos acontecimientos en la ciudad lo tenían inquieto: La constante muerte de los heridos que eran traídos desde los campos de batalla, o de los que eran transferidos desde la capital era preocupante. Por otro lado, tenía consigo la imagen de su tía; alta y hermosa, mujer de gran carácter y personalidad incorruptible; cosa le que motivaba fricciones con Abdal, su esposo y tío de Domingo. Abdal y su mujer vinieron hace mucho tiempo desde los confines del oriente trayendo consigo - en aquel entonces – al pequeño Domingo, que había quedado huérfano desde muy pronto debido a pestes. Esta pequeña familia había llegado a San Juan del Mar, estableciéndose como pequeños comerciantes, cosa que les facilitó su aproximación a los moradores, un tanto indiferentes a principio. Pero los tiempos habían cambiado, y lo que antes parecía un recelo, se había convertido en una gran simpatía. Aquella pequeña familia había llegado a probar su suerte en aquella pequeña ciudad que anhelaba desarrollo, pues ya contaba con la recién inaugurada Facultad de Medicina.


La guerra que se libraba en el interior se aproximaba peligrosamente a la capital. Hacía que muchos de los residentes fueran a buscar suerte a otros lados, aunque parecía que la misma estaba a punto de ser sitiada. San Juan del Mar, segunda ciudad de mayor importancia, pasaba a ser parte fundamental en aquellos días. La mayoría de los heridos eran trasladados hacía su hospital, para luego regresar al "front". Pero los últimos hechos habían puesto en sobre aviso a los médicos locales, principalmente a la Junta Directiva del hospital, entre ellos a su jefe, el Dr. Paz. La constantes muerte de los heridos traídos de combate podría representar el fin de aquella resistencia que se negaba ferozmente a entregar la capital. Era necesario hacer algo, en caso contrario ésta pronto sucumbiría. Aquellos que eran ingresados por heridas recibidas en semanas fallecían. El hospital había sido ampliado para poder soportar las nuevas exigencias. Todas las técnicas eran usadas con tal de luchar contra aquello que insistía en ser el destino de todo soldado herido. Nuevos métodos, emplastos, utensilios y demás parafernalia médica habían sido empleadas. Estas habían recién llegado de los rincones más prósperos, traídos en barcos que acababan de cambiar la velas por el vapor. Pero nada parecía detener aquel surto de muertes. Domingo recordaba el interés que su tía también tenía sobre el asunto, justo antes de que ésta pasara a ser la primera víctima de aquella "maldición" que azotaba la resistencia y ahora amenazaba en extenderse más allá del perímetro hospitalario.

 

Llegando a casa intercambió unas palabras con su tío antes de irse a dormir. Pudo sentir el enorme dolor que la partida de su tía aún causaba en él. Recostó la cabeza en su almohada y empezó a cavilar. Hoy había compartido mucho tiempo con Clara, reían y gozaban mucho uno del otro; se sentía realmente bien. Llegó a pensar que ella era el amor de su vida, la mujer indicada para hacerlo feliz. Dudaba que existiera otra que pudiera, al menos, erizarlo. El tiempo pasó, la relación ya había alcanzado cinco meses, desde que la conoció en aquél día asoleado, cuando por invitación de su tutor fue a almorzar a su casa y esta lo atendió dulcemente, dedicándole todas las atenciones. Se recordaba, inclusive de los mínimos detalles de ese día tan especial. Desde lo servido en el almuerzo que fue sopa de espárragos de entrada y el plato principal bistec a la milanesa con puré de papas. Hasta lo platicado, referente a las elecciones que se realizarían dentro de cinco o seis meses. También sobre el desarrollo de la guerra, en ese entonces la victoria se inclinaba fuertemente a favor de la Resistencia. Hablaron de su rendimiento en la Facultad de Medicina, a donde logró entrar por intervención directa del Dr. ( ahora también su suegro, como le gustaba repetir para sus adentros en momentos de humor ). El Dr. con la autoridad que ostentaba pudo otorgarle esa oportunidad. Estudiar en la Facultad de Medicina de San Juan del Mar era un derecho de muy pocos selectos, los demás deberían contentarse sólo con una injusta educación básica. Eran estas injusticias, entre otras, con las que prometían terminar los partidarios de la Resistencia, por si lograran seguir con el control de la capital. Ya que el cerco a esta se estaba debilitando y sus suministros no llegaban de forma cabal. Se recordaba realmente de todo, de la alegría que sintió al saber que fue nombrado "alumno ejemplar" debido a sus notas por el Consejo de la Facultad – órgano independiente a la Decanatura - La noticia le fue transmitida por el Dr. y seguida por un brindis. Recordaba también el vestido de Clara, un azul profundo que combinaba con el de sus ojos. Este le llegaba un poco arriba de sus tobillos, dejando entrever una piel blanca y la imaginación creaba una silueta realmente bella. Dueña de un pelo negro liso que le cubría parte de los hombros, y poseedora de una mirada muy segura, a pesar de un pequeño estrabismo que le daba el toque final a aquella belleza sin igual, que lo impactó. Caminaba además con garbo y un collar de plata. Única joya que solía usar; regalo de su madre antes de fallecer. De esto hacía ya mucho tiempo, como más tarde vino a enterarse Domingo. Tener los detalles de aquel día tan especial y no haberlos olvidado lo hacía sentirse muy orgulloso y por ende, afirmaban aún más sus pensamientos que pululaban dentro de él sobre la suma importancia que Clara estaba adquiriendo.


Al día siguiente se realizaría el almuerzo comunitario, promovido por la alcaldía local con intención de recaudar fondos para los "Defensores de la Libertad", también para unir más a los Sanjuaneros, como anunciaban las pancartas distribuidas por toda la ciudad. Aparte de lo atractivo que se mostraba el evento, en él estaría también Clara, y esto era motivo suficiente para que Domingo estuviera allí de forma puntual. Clara, siendo hija de quien era y en parte por su belleza gozaba de cierta popularidad.


El traqueteo de los cabriolés anunciaba el inicio del evento y con ello la llegada de algunas personalidades, como lo era la Presidenta del Comité de San Juan del Mar. Persona muy influyente entre las damas de la ciudad, y admiradora incondicional del Dr. Paz. La antigua iglesia estaba llena y bellamente adornada. En la entrada, se podía leer una manta: "Dios está con la Resistencia". Luego de celebrada la habitual misa dominical todos se dirigieron a la plaza. Se podían observar incontables mesas unidas a modo de formar una sola donde se reunirían los comensales y otras donde se ofrecía a precio "justo" todo tipo de comida y bebida. Algunos jóvenes, conocidos de Domingo y Clara, vestidos con camisas blancas - símbolo de los Resistentes – paseaban con cajas negras en las cuales colocaban las donaciones que por ventura conseguían. Al centro de la plaza se encontraba la tarima donde se apiñaba un grupúsculo de niños dirigidos por una arqueada anciana. El fin de la misa daba el inicio a las "celebraciones". Domingo pudo ver, dada a su temprana hora de llegada, como se iba llenando rápidamente la plaza. Escuchaba como la tertulia se apoderaba poco a poco de la misma y sabía que luego sería complicado encontrar a Clara, optó entonces por dejar de lado la apreciación e ir a su encuentro. Luego de una búsqueda infructuosa, vio como la atención de los presentes se dirigía al grupo de niños quienes empezaron a corear el himno de la Resistencia a una señal de la anciana, y a la tarima se subía el Dr. Paz llevando de la mano a Clara. Con una nueva señal, el coro paró de cantar y el silencio se apoderó de la plaza. Dando un paso hacia el frente, asumiendo aires altaneros y con las manos en la solapa, Ernesto Paz dio inicio al discurso de apertura. Habló de la importancia de los valores familiares - mirando a Clara - haciendo énfasis en que estos se encontraban en peligro caso la Resistencia claudicara. La necesidad de unión y total entrega a la causa parecía la única solución, era el momento decisivo en la vida de todos Sanjuaneros del Mar, y por lo tanto la del país. " Ya que – aquí remarcó – NUESTRA ciudad es ahora quien hará la diferencia en esta brutal pero necesaria guerra en defensa de los principios básicos de la vida ". Luego de una breve pausa en su discurso que fue recibido por ovaciones de "Bravo", "Viva San Juan del Mar" y "Viva la Resistencia", que se podían oír entre la atenta muchedumbre que rodeaba la tarima, el Dr. Paz se preparaba carraspeando para la segunda parte y final. Adoptando un tono más serio les habló de las últimas noticias recibidas desde la capital, enviadas por el Coronel Wellington Guerrero. Este era el máximo representante de la Resistencia. Comandaba todos los acontecimientos militares desde la misma capital. Además, era amigo íntimo y confiable del Dr. Paz. Las noticias no eran buenas, pero si prometedoras. Habían tenido muchas bajas y contaban con el regreso de los heridos que eran enviados a San Juan del Mar para reforzar puntos estratégicos; posiblemente llegaría a la ciudad un grupo de trescientos a cuatrocientos soldados que se alojarían en la misma. Pero los motivos de la llegada se mantuvieron en silencio "para no dañar los intereses de la Resistencia, que también es el interés del pueblo", añadió el mismo Dr. Posiblemente dentro de un par de días estarían recibiendo esa "gloriosa y honrosa ‘visita’ ". "Para la causa y para el bien de todos", elevaba la voz y agragaba, "tendremos que cooperar, y que nadie quede ajeno a responsabilidades". "Es por ello y como ejemplo, que ante ustedes nombro a mi hija", y aquí se dirigió a la misma con una mirada llena de ternura " responsable de administrar a la llegada de los valientes, el hospedaje y la alimentación y todo aquello que sea necesario, para nuestros heroicos defensores".Aquí terminaba su discurso, y sonriendo recibía los aplausos y muestras de euforia que sus palabras habían provocado. Clara no pudo ocultar el asombro de lo que acababa de oír. Domingo, que se encontraba próximo, no podía creer en aquel ejemplo que acababa de dar a todos, de responsabilidad y total dedicación a la causa, lo impactó sumamente. Admiraba cada vez más al Dr. a medida que pasaba el tiempo y los acontecimientos exigían respuestas acertadas y rápidas. Con voluntad de hierro y sin vacilar el Dr. contestaba a todo aquello que el destino por ventura colocaría al paso de la Resistencia en San Juan del Mar. Fue ahí cuando se crearon las "Brigadas de Auxilios", con ayuda del ya conformado Comité San Juan del Mar se encargaron de todas, y si no todas, al menos de la mayoría de las necesidades del Batallón Dos, o también la Columna de la Esperanza, como posteriormente se les conocería. Este mismo pelotón estaba encargado al llegar a la ciudad de abastecerse, y a la orden del Dr. - quien por a vez sería avisado directamente por el mismo Coronel Wellington- debían abandonar la ciudad y dirigirse al sudoeste, evitando a toda costa ser descubiertos. Para luego marchar directamente al este y atacar el cerco por el flanco izquierdo, por noticias llegadas de esbirros sabían que no contaban con mucha fuerza.. Posibilitando así, una contra-ofensiva y por ende el fin, o el inicio del fin, de las intenciones de los Federalistas. Lógicamente estas eran informaciones pertenecientes a unos cuantos, para ser exacto tres: el mismo Coronel Wellington quien daría la orden de salida del Batallón Dos o la Columna de la Esperanza- cuando le pareciera apropiado -, el Capitán Humberto Navarra – figura poco confiable debido a sus accesos temperamentales y su constante indecisión además, ya tenía una semana internado en el hospital sin saberse a ciencia cierta de que padecía. Por ultimo el mismo orador de aquella tarde, persona muy próxima al Coronel, debido a la adolescencia en común que tuvieron. A pesar de su grado civil, el mismo Dr. inspiraba más confianza que su compañero de secretos: el capitán. Por ello, el Coronel Wellington no pensó dos veces en compartir el estratagema con él. Todo estaba listo, ahora solo era cuestión de tiempo y un poco de suerte.


Luego vinieron otros discursos, todos aludiendo a la importancia de la participación de la ciudadanía. Pero uno de ellos, el de la viuda Carmen, fue el mas impactante. Ella sugería en presencia de todos, que para las próximas elecciones a ser realizadas, una vez ganada la batalla, que el Dr. aceptara la oferta de ser Vice-Presidente y precedido por el mismo Coronel. "Juntos formarían un gran gobierno", según sus emotivas palabras; el aludido respondió con una sonrisa.


El día siguiente se nubló con la noticia de la muerte del Capitán Humberto Navarra. Según palabras del Dr. Ernesto, quien seguía los acontecimientos desde muy cerca: "el anterior había sido una víctima más de lo que ocurría en el Hospital Municipal ". Domingo veía como todo se oponía a las metas trazadas por la Resistencia. Volvía a recordar el gran interés de la fallecida tía sobre ese mismo asunto, días antes de morir. Sabía que la recuperación pronta y efectiva de los heridos era esencial para reforzar el grupo de soldados que estaría llegando. El tío que organizaba los últimos recuerdos que dejó la Tía. Entre ellos, una bellísima colección de manuscritos traídos desde su tierra. Domingo con la curiosidad habitual, le pidió a su Tío que le leyera, ya que él y la difunta eran los únicos capaces de hacerlo en todo San Juan del Mar, por lo particular y extraño del idioma con que había sido escrito. Para su sorpresa, su tío empezó a leer de derecha a izquierda, contrario a lo que él estaba acostumbrado. Abdal, fue soltando frases al aire, muchas veces sin nexo. "Mujeres se embellecen con este líquido, se humedecen las cejas y párpados, para ser más seductoras". "Guerreros heridos, son salvados por él ya que tiene el poder de combatir los pequeños enemigos, que nuestros ojos no ven y que casi siempre nos matan; derrotándolos o apenas durmiéndolos. Estos enemigos se aprovechan de las heridas que tengamos, y por allí penetran" Después de lo narrado por su Tío, Domingo se dirigió a la caja donde estaban siendo depositadas las pertenencias de la Tía. Vio el pequeño frasco con que ésta solía mojarse las cejas y párpados antes de salir a algún lugar. Lo abrió y pudo sentir el fuerte olor que emanaba del mismo. Curiosamente, en el laboratorio del Dr. había sentido ya ese mismo olor. Alegre por lo descubierto, salió en dirección de la residencia de Clara, con quien pretendía compartir aquella información. Estaba seguro que el Dr. no creería en tamaña "leyenda", como el mismo solía referirse a textos o ideas apócrifas que carecieran de bases científicas. Tal vez con la ayuda de Clara, lo persuadirían de brindarle un poco de atención a aquella "posibilidad". Llegando a la residencia, fue invitado a comer por el mismo Dr., quien a pesar de los últimos acontecimientos esbozaba aires de tranquilidad y cierta alegría. Domingo, sin demás rodeos le preguntó al Dr. sobre el olor que percibiera recientemente en su laboratorio. Este le respondió de forma parca: "Alcohol". El rostro de Domingo se contrajo en una interrogativa. "¿ Será entonces que el alcohol tiene propiedades antisépticas? " pensó él. "¿ Por qué preguntas sobre ello?" inquirió Dr. Paz. Clara en silencio acompañaba la platica casi ajena, concentrada en su comida. " Porque hoy por la mañana, mientras mi Tío Abdal guardaba las últimas pertenencias de mi tía, encontramos un texto que hablaba sobre lo que posiblemente es el alcohol y su propiedad antiséptica". Una tierna sonrisa se dibujó en el rostro del Dr. y luego dijo: "Ya sabes Domingo, para que algo sea aceptado por el medio medico, NUESTRO MEDIO, tiene que tener un fundamento no empírico, ni solo teórico. Además, las propiedades antisépticas del alcohol, apenas se están estudiando. Sería muy precipitado decir que SI tiene o NO, esas cualidades solo porque lo leíste en un texto que ni siquiera se sabe de donde vino". "Entiendo", respondió Domingo y continuó, "¿ Pero qué costaría probar?, ¿No somos nosotros los encargados de descubrir e investigar, nosotros los HOMBRES DE CIENCIA? Además, si pudiéramos usar el alcohol durante las cirugías, o al menos limpiar los utensilios con él, observaríamos los cambios que puedan darse, ¡ Usarlo al menos en la limpieza, no solo usar agua ! Creo doctor, que por la situación que atravesamos, necesitamos arriesgarnos un poco" osó sugerir Domingo. Clara y su padre cruzaron miradas por un instante, con la intención de hablar sin que Domingo los oyera. La insistencia del alumno hizo que el maestro cerrara los ojos y se pusiera meditabundo. Después de un corto silencio, que Clara rompió para retirar los platos y dirigirse a la cocina. El Dr. preguntó a Domingo: "¿ Qué pasaría si yo te dijera: ‘No, no te apoyo’? ¿ Aún lo harías pruebas basadas en el texto que leíste ? ". "¿Por qué no hacerlo?", rebatió el alumno. "Alcohol es algo que se consigue con facilidad, heridos con heridas, es lo que más tenemos en estos días." desafió Domingo y continuó, "doctor, yo sé que usted influye en forma directa en mis actos aquí en San Juan del Mar. Que en todo lo que yo haga su sombra siempre estará cerca de mi, y se lo agradezco. Pero, después de la muerte de mi tía encontrar algo que pueda frenar lo que está pasando, para mi es una obligación. Creo que usted debe confiar en mi, así como yo en su persona y aprobar con alguien la investigación de esa "peste" que tanto dolor nos está trayendo", propuso Domingo en tono serio. "Pues bien", dijo el Dr. rompiendo el silencio después de un carraspeo. "Podría dar una mirada con gusto a los escritos, Domingo. Pero no prometo nada. Espera aquí que voy con Clara por un diccionario de lenguas extranjeras, ya vengo." Dicho esto, ambos se levantaron de la mesa. El doctor víctima del calor que hacía antes de abandonar el comedor se quitó el saco y lo encajó en el respaldo de la silla, dejando caer una pequeña libreta de anotaciones. Luego, con Clara, abandonaron el recinto. Los ojos ágiles pero inocentes de Domingo no abandonaron la pequeña libreta que se encontraba al pié de la silla. Pensó esperar a que el Dr. regresara para avisarle del trivial incidente, en cuanto se alejaron la recogió. No mas los dos desaparecieron, este fue a su encuentro. Hojeándola encontró un nombre muy familiar: "Salma". Cambió pronto de intención y la guardó en su bolsillo. Después de ansiosos minutos, sus anfitriones retomaron sus respectivos lugares. "Bueno, estimado Domingo" dijo con voz cordial el Dr. – Clara continuaba en silencio – "ahora es cuestión que traigas los escritos y que podamos entender. Tráelos todos, por favor. No será necesario que venga tu tío, ya que supongo que estará ocupado..." Dando un sorbo de vino, dijo impaciente el Dr. frente al mutismo donde se había hundido Domingo "¿Qué esperas?". Domingo se levantó y se despidió rápidamente, no sin antes dirigirle una sonrisa a Clara, y fue directo rumbo a la salida.


"Si se obstina en probar lo que encontró en esos ‘escritos’ podría arruinarlo todo" dijo preocupado el Dr. "¿Qué quieres que haga?" replicó Clara rompiendo su silencio y dejando en evidencia su impaciencia, "siempre soportando sus idioteces y su temperamento sentimental, como dijiste. Ya no sé que hacer, estar sonriendo a cada frase tonta me está matando, ya no lo soporto". "Yo sé que no es fácil", dijo el Dr. "Pero hay que tener un poco más de paciencia, solo unas semanas más. Gané la confianza de la ciudad gracias a lo que hice por él y por mi trabajo. Todos me toman por un santo. Te vuelvo a pedir unas semanas más.", insistió. "Como ya sabes, el capitán falleció justamente hoy. Ya no queda nadie más para ordenar el ataque al cerco, además de mí; y si no hay ataque, la resistencia en la capital no durará mucho. Entonces Wellington caerá y sin el ‘posible candidato a presidente’, asumo yo. Una vez tomada la capital y con ella Wellington, la Resistencia entrará debilitada. Contando por supuesto, con los refuerzos que están por llegar y con los heridos que serán curados, podré retomarla y entrar como el ÚNICO triunfante. Pero si Domingo continúa terco con lo que leyó, y se esparce la noticia sobre la supuesta ‘cura’, los heridos que están en el hospital, aún estarán a tiempo de irse a combate y reforzar la capital." Clara escuchaba la explicación con atención, le era de suma importancia que funcionara. No podía aguantar más a Domingo, ni tampoco con las ganas de ser la "Hija del Presidente". Accedió a todo aquello preguntando, "¿Qué haremos?" "Le pedí a Domingo que trajera los escritos para poder destruirlos, de eso te encargaras tú." propuso el Dr. y continuó "Trataré de disuadirlo de esa idea, acuérdate lo manipulable y servil que suele ser, y si aún así continúa necio, lo desacreditaré públicamente y si posible lo haré desaparecer así como lo hice con su tía" concluyó el Dr. maliciosamente. "¿Es posible que lo que haya leído él resulte cierto?" preguntó incrédula Clara. " Por lo que me han informado desde la Ciudad de las Luces y por lo que he comprobado en los soldados heridos y en la misma tía de Domingo – recuerda que culpa de ella empezó todo esto. Pues fue ella quien, por primera vez, supo de eso - todo parece ser verdad.". Hizo una pausa para meditar, "Pero no te preocupes, con lo dócil que es, apuesto mi vida a que cruzará esa puerta con los escritos bajo el brazo y nos los dará, los desapareceremos y listo, nada más." "Ojalá que así sea", murmuró Clara. "Verás que sí.". Por un instante el Dr. pensó en llevarse consigo el saco a su escritorio, pero no lo hizo.


Domingo, ya a cierta distancia de la residencia decidió sacar de su bolsillo el pequeño cuaderno donde había encontrado el nombre de su tía, con paso rápido y en pos de su casa, hojeaba el Diario. Para su sorpresa, algo que sucedía a la entrada de la ciudad.


Al frente cuatro caballeros, quienes a pesar de la ropa polvorienta y desgastada, ostentaban un aire de orgullo. A medida que entraban en la ciudad por la calle principal, rostros curiosos emergían de las ventanas para observar que alboroto era aquel. Siguiéndolos, venía el grueso de la columna a pie, compuesta por soldados andrajosos, a diferencia de los primeros no se preocupaban en ocultar el cansancio y el ánimo abatido. Tras estos, venían bestias; algunas jalando cañones y morteros; otras equipo militar. En minutos, la plaza se llenó, ahora de soldados y un sin fin de curiosos. Luego, Doña Carmen les dio la bienvenida en nombre de todos los Sanjuaneros. Algo nerviosa no sabía a quien dirigirse, ya que ignoraba por completo el mundo y la jerarquía militar. Hasta que uno de los jinetes se presentó como el teniente Antonio, traía bajo su mando a todo el batallón. Pregunto por el Capitán Navarra, diciendo que se colocaba bajo sus ordenes; luego se sorprendió al saber lo sucedido. Los demás jinetes se vieron mutuamente, como preguntándose: "¿ Y ahora qué ?" hizo un corto silencio a modo de buscar en la memoria el segundo nombre que el Coronel Wellington le había dicho. "¡Paz!", exclamó súbitamente. "Sí, eso era, el señor Paz", dijo dirigiéndose a Doña Carmen y esta le contestó tajante: " Dr. Paz, querrá decir usted, ¿no?" El joven Capitán asintió con la cabeza. "Pues venga conmigo", propuso ella. Después de algunas ordenes dictadas a los demás jinetes, los dos se dirigieron a la casa del doctor. Clara fue quien abrió la puerta, se vio sorprendida y afligida, fue en busca de su padre para comunicarle de la inesperada visita. "¡Papá, ya llegaron!", dijo Clara con voz de victoria. El Dr., quién se encontraba en su escritorio, se irguió sonriéndole,"¡Ganamos, ganamos! Ya te puedes considerar la hija del futuro presidente", dijo abrazándola. "Ya no tendrás que seguir humillándote, ahora haz lo que quieras con él". Con un beso en la frente, padre e hija celebraban haber alcanzado sus objetivos, no sin mucho esfuerzo. Luego de las protocolarias presentaciones el capitán se colocaba, como también todo el batallón, bajo las ordenes del Dr. Ernesto Paz. Clara y Doña Carmen, nerviosas fueron en busca de los demás integrantes del comité para organizar la distribución de vituallas a los recién llegados y el lugar donde levantarían el campamento - lo más probable era en el descampado cerca del cementerio -.


Domingo, indiferente a los acontecimientos se costó y se dispuso por fin, a leer detenidamente las anotaciones que estaban en el pequeño cuaderno. Rápidamente encontró el nombre de su tía y al lado de este, fechas y varias observaciones - todo anotado por el mismo doctor Paz -. Salma, la tía entró al hospital por: "Fiebre alta". Siguió leyendo y se enteró, que a su tía le habían hecho una incisión sin necesidad alguna. "Incisiones efectuadas con los mismos utensilios usados en las cirugías practicadas a los heridos de guerra. Todo para comprobar la teoría de Pasteur ‘Asepsia’ ". Las observaciones seguían: "Las heridas hechas en la Señora Salma, comienzan después de varios días a presentar similitudes con las de los soldados." "Olor y color similares." " Los miembros presentan posible inicio de gangrena; fiebre, espasmos. Después de varias incisiones y complicaciones, la muerte de la señora Salma es inminente, los mismos factores que culminaron con las vidas de los heridos traídos coinciden. Queda entonces confirmada la hipótesis sobre organismos suspendidos y la posibilidad que estos sean los causantes de muertes. Los organismos se encuentran en las distintas heridas y en los utensilios usados. Posibles acciones para contrarrestar la ‘Plaga’: tratamiento de heridas con utensilios limpios - usar alcohol o calor intenso para su limpieza – Asepsia total ante todo." Terminaban aquí las observaciones sobre su tía y lo efectuado en ella; lo demás eran notas hechas de lo observado en los demás heridos. Atónito y colérico, Domingo estalló en llanto sin querer dar crédito.


La noche había llegado. Los soldados que otrora ocuparon la plaza ya se encontraban descansando después de haber levantado campamento. Doctor e hija, soñaban la nueva vida que sin duda tendrían una vez que los planes llegaran a su fin. "Es cuestión únicamente de tiempo, hija mía.", decía feliz el Dr. "¿Qué hacemos con Domingo?, preguntó Clara. "Ya no nos sirve de nada, puedes terminar tu actuación que por cierto quedó magnifica" dijo orgulloso el padre. "En cuanto se aparezca, termino con lo nuestro", dijo decidida Clara. "Ya es tarde debería estar aquí con esos escritos." dijo el Dr. Paz. Clara, se recluyó en su habitación diciendo que se iba a dormir. El Dr., estaría pendiente caso lo necesitaran en el acampamento o por si llegara Domingo. Horas mas tarde, en lo profundo de la noche cuando el Dr. revisaba sus notas se percató que faltaba su diario, alguien tocó la puerta en ese momento. Se levanto de su silla y fue a ver de que se trataba. No hubo sorpresa, era Domingo que traía los escritos enrollados bajo el brazo. Con voz seca dijo: "Buenas noches Dr. disculpe, la hora. No encontraba todos los escritos, pero aquí se los traigo". Los ojos del Doctor brillaron con codicia, lo invitó para que pasara rápidamente a su escritorio. "Sabía que vendrías", dijo Paz dándole palmaditas en la espalda. Una vez acomodados ambos, Domingo aún con los escritos bajo el brazo y con una mano metida entre ellos, observaba callado al Dr. quién no economizaba adjetivos para felicitarlo por aquella actitud "tan a favor de la verdad". Fue un estruendo el que despertó a Clara y ésta bajando las gradas apresurada. Encontró a Domingo de pié con un revolver que aún exhalaba humo. Frente a él, estaba el cuerpo sin vida del doctor y sobre él, los escritos que ahora estaban teñidos de sangre. El grito de Clara, sacó a Domingo de su estado inmutable. Esta al ver aquello, desmayó. Domingo, antes de irse corriendo murmuró: "Maldito" y desapareció en la noche oscura que ahora amenazaba desaparecer con el amanecer. Llegando a su casa le entregó el revolver a su tío, quien asombrado le preguntó que había sucedido. El sobrino le contó a grandes rasgos. Abdal sin pensarlo dos veces y temiendo por la vida de Domingo. le dio una vieja mochila para que pusiera sus cosas, un poco de dinero y le exigió se fuera de la ciudad lo antes posible, pidiéndole que no se preocupara por él. En medio de los consejos del tío, Domingo arreglaba apresuradamente su mochila, tratando de pensar que sería indispensable para llevar. A pedido del tío, cerró la misma y con un afectuoso abrazo, se despidieron. Las últimas palabras de Abdal fueron: "Nunca mires hacia atrás". Con lágrimas abandonó la casa y corriendo fue en pos del muelle. El amanecer ya despuntaba en el horizonte...

Epílogo


El último eslabón había sido cortado y Welligton continuaba asediado. No había habido más comunicación entre la cúpula de la Resistencia, por ende los soldados nunca marcharon de San Juan del Mar como estaba programado y nunca hubo la tan esperada retomada de la capital. Los Federales, en semanas tomaron la misma dando fin a setenta y un años de gobierno totalitarista y cruel, encabezado por el coronel Wellington. Se instaló así, una nueva república, esparciendo esperanza entre la población.


Clara, una vez pasado el tiempo, se unió a quien tanto combatió junto a su padre. Se hizo esposa de un Federalista una figura relevante entre ellos y negó su pasado vehementemente, diciendo que era víctima de su padre.


Abdal tío de Domingo, pocos días después de lo sucedido, fue condenado a muerte bajo cargos de traición por un tribunal excepcional montado en el campamento de los soldados del batallón dos y luego fusilado. Ante la cólera del asesinato, su casa fue quemada por los mismos pobladores de San Juan del Mar. Doña Carmen, así como Clara, se cambió de bando para luego lanzarse a la política.


Meses después, tropas federales entrarían en San Juan del Mar sin hacer un disparo. Los soldados allí instalados, cansados de la guerra desertaron comandados por el mismo capitán que había entrado a la ciudad con aires de victoria. Muchos ya gozaban de una vida común para cuando las tropas contrarias ingresaron.


Las investigaciones y descubrimientos de Pasteur llegaron años más tarde, dando un poco de tegua al cementerio y dando esperanzas a todos aquellos que por un motivo u otro tenían que ser sometidos a una cirugía.


De Domingo no se supo mucho, siguió estudiando medicina en el nuevo continente, cambió su nombre y terminó sus días entre una familia numerosa.

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