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La iglesia era amplia, muy amplia, tanto que en las acostumbradas fiestas del pueblo, la iglesia era el mejor lugar para escaparse de la vigilancia de los mayores. Ellos tan enjutos y circunspectos, ataviados de culpas y remordimientos, con la mirada fría y ausente, pensando en las mil cosas que pueden ocurrirles si el cura se enterase de sus pequeños secretillos y se abriesen las puertas del infierno bajo sus inmaculadas plantas arrepentidas (al menos por hoy). Los mayores pensaban que los jóvenes tenían las mismas culpas que confesar y los mismos castigos que cumplir, así que por eso sentían que no era preciso vigilarlos especialmente allí en la casa de Dios, donde hasta ellos sabían quedarse sombríos y sobrios.

Sin embargo todos sabían el momento exacto de ir alejándose de las tétricas figuras para entre murmullos agruparse en los ocultos rincones de la vieja iglesia, allí donde los recodos son curvas ocultas que todo el mundo conoce pero que nadie mira.

Y entre las palabras quietas y ceremoniales de la consagración a la hostia que susurraba el Padre Frizio, con aquel duro acento italiano que lo hacía a veces ininteligible, las miradas de los cómplices ya habían determinado el momento de huir hacia el oculto rincón.

Luego de unos momentos, cuando todos se incorporaron para ir a recibir el cuerpo de Cristo, aquella banda de jovenzuelos fue trasladando sus pasos disimuladamente hacia el lugar de reunión de todos los domingos: el púlpito de San Carlos Temerario, cuyas viejas y desusadas escaleras habían permitido encontrar un hueco entre las viejas piedras por donde podían entrar a una sala circular que era por fuera uno de los inmensos pilares que sostenían la bóveda de la iglesia.

Por entre las rendijas de uno y otro lugar podían observar a los feligreses sin que ellos se imaginasen que eran observados. Todo un juego de espías que los divertía y los acongojaba cuando eran testigos de algun comportamiento impropio de lugares como ese y entre personas inpensadas, pero el juego del secreto siempre se lo practica mejor entre multitudes.

Ana tenía 12 años y era la mayor del grupo, se sentía una señorita y sentía que le quedaba ya poca niñez que disfrutar y por eso tal vez era la mas apasionada en provocar esos juegos entre ella y sus compinches. Eriberto tenía 10, así como Juana y Gloria; Mercedes estaba de cumpleaños y dejaba de ser la menor de todos pues cumplía 9 como Carlos y Gerardo. Toda una pequeña banda de niños traviesos que buscaban aventuras por cada lugar que iban y poder escapar de la adusta mirada de sus padres era el momento ideal de practicar el arte de la fuga.

Como una rutina ya conocida, comenzaron a levantar del suelo las innumerables cabezas de cera que caían de arriba, de allí donde el Santo olvidado tenía un candelabro que no era tan bien cuidado como se debería, pero era cosa de los curas hacerlo y a ellos solo les interesaba tener las cabezas de cera para poder distraerse con ellas.

Las cuatro niñas se sentaron en círculo y comenzaron a clasificar aquellos restos en función a su parecido con algo con lo que todas estuvieran de acuerdo, asi fue como se fueron separando aquellos despojos ennegrecidos en grupos de: "olla", "plato", "cacerola", "alfiletero", etc. .Dejando que su imaginación sea la que complete las partes que podían faltarle al utencilio recién descubierto, mientras tanto, los niños se divertían dibujando en las paredes raspando los trozos de cera como tizas en una pizarra, había la suficiente luz como para no se sintieran acorralados ni encerrados, aunque trataban de hacer el menor ruido posible, el Padre Frizio sería implacable con ellos si los llegaba a descubrir, tendrían castigos ejemplares delante de los demás por huir así de la Santa Misa, sin embargo ese momento, el Padre Frizio estaba exorcisando demonios de las mentes de sus feligreses por las tareas incumplidas en la comunidad y comenzaba con un segundo sermon que se refería a la comunidad y al trabajo en favor de los demás y las promesas incumplidas; elevando su gruesa voz a cada imprecación (como buen orador que era) para dejarla caer como un susurro al siguiente momento, pero manteniendo en los ojos esa furia apasionada de quien sabe que su único trabajo en la vida es salvar aquellas desgraciadas almas del fuego eterno del infierno.

Mercedes se acercó a una de als rendijas a observar la cara furibunda del anciano Padre y se alejó asustada por la cara contraida que tenía. Ana se fué junto a la niña y la acurrucó en su pecho para calmarla del susto, los demás tambien se acercaron y todos se sentaron en círculo y comenzaron a cantarle el cumpleaños feliz en voz baja y suave, sabían que en su casa no habría ningún festejo pues el padre de Mercedes era contrario a cualquier tipo de festejo que distrajera la mente de Dios y tenía para Mercedes el destino del hábito grabado en sus ansias desde que supo que tendría una hija. Mercedes los escuchaba feliz y radiante, ellos eran mas que sus amigos, imaginaba que los hermanos deberían ser así y como ella nunca los tuvo, entonces aquellos otros seis lo eran para ella.

Cuando terminaron de cantar Ana, por ser la mayor, se acercó a Mercedes y le dió un regalo de parte de todos ellos, era un pedazo de vela azul como no había ninguno allí, parecía de vidrio, pero al tacto se sentía tal cual las otras velas que habían esparcidas allí. "Es hermosa" les dijo y fue dándoles un beso a cada uno, "yo la encontré" dijo Gerardo, "no fui yó!!! " le recriminó Carlos, y comenzaron una susurrante discusión entre ambos (ellos sí eran hermanos y gemelos) Mercedes pensaba "los gemelos deben ser todos así", "yo les convencí de que te lo dieran" le dijo Gloria, "yo tambien", se adelantó a decir Juana, "bueno, ambas" dijo al final. "Espero que te guste" le dijo Eriberto cuando le llegó el turno del abrazo alejado que siempre solía darle, "¿lo tallaste tu?" le preguntó Mercedes al ver las figuras alrededor de la vela, "mmm..., un poco" dijo tímidamente Eriberto tratando de ocultarse a la mirada de Mercedes. "Feliz cumpleaños" le dijo Ana y la abrazó fuerte, sabía que pronto se iría, había escuchado a sus padres decir que ya habían aceptado a Mercedes en el convento y que seguramente su padre se la llevaría pronto.

Ana no pudo aguantar su tristeza y una lágrima rodó por su tierna mejilla justo el momento en que se separaba de Mercedes, al mismo tiempo que la niña levantaba la vela para verla una vez mas.

La lágrima cayó sobre el mechero de la vela y de pronto el milagro ocurrió, la vela se encendió alumbrando de zul todo el espacio que los rodeaba, las figuras talladas en la vela comenzaron a desfilar por entre las paredes como una alegre compañia de actores de circo proyectados en las oscuras paredes de aquel escondido lugar.

Los niños rieron y alzaron los brazos buscando tocar a las imágenes, y las imágenes se agachaban para poder jugar con ellos. Se olvidaron de todo, de la iglesia, de sus padres, del Padre Frizio, de los castigos, de los conventos y de todo lo demás. Bailaban y disfrutaban jugar con las azules figuras que se divertían con ellas.

Y en un instante extraño, las otras velas también comenzaron a encenderse con su dorada luz para darles vestidos de otros colores a las azules figuras, para que puedan todos juntos correr y bailar en aquel espacio que era suyo y de nadie mas.

Mercedes miraba su vela y veía la lágrima de Ana bailar como la llama del fuego que allí debería existir, mas no era eso, era la misma lágrima de Ana la que bailaba y brillaba y le daba vida a la fantasía que ahora vivía.

¿Cuanto duró aquello?, los niños ni lo pensaron, ni les importó, solo jugaron y jugaron hasta quedarse dormidos allí tendidos de cansancio en el suelo del pilar que pertenecía a San Carlos Temerario.

La luz penetrante de un nuevo sol que entraba por las escondidas rendijas los despertó uno a uno. Se sintieron extrañados porque nunca habían visto la luz del sol allí dentro del viejo pilar, miraron las velas pero todas ellas se habían consumido en los juegos del dia anterior.

Ana salió primera de allí y se dió cuenta de pronto del desastre, los demás niños también salieron de allí y miraron la vieja iglesia toda destruida mientras solo quedaban de ella los pilares que supuestamente debían servir para protegerla, incluido aquel donde habían estado desde el día anterior.

El agua corría por entre las destruidas sillas y taburetes y pasaba por donde antes existía una pared, el agua del río había destruido casi por completo aquella vieja e imponente construcción.

De pronto escucharon voces agitadas y muchos pueblerinos llegaron hasta ellos al verlos aparecer allí como un milagro.

Se enteraron que habían descuidado la represa de allí del cerro y la mañana anterior una lluvia en la cumbre había desbordado el río que rompió la represa y cayó sobre el pueblo, siendo la iglesia lo primero por estar entre el rio y el camino.

Muchos habían perecido y casi todos los que estaban en la Iglesia.

"El Padre Frizio nos estaba regañando de nuestra decidia cuando todo se vino abajo", dijo un hombre que había ido allí a ayudar luego de recuperarse del accidente. "Volví para ver si había sobrevivido, pero era viejo y el agua lo atacó primero a él, como nos estuviera protegiendo" terminó de decir y ocultando el rostro se puso a llorar suave y quedamente.

Los niños lo miraban todo sin comprender aún y fue Ana la que recordó luego que fue hacia unos meses que el Padre Frizio le había ordenado que como castigo recogiese y limpie todas las velas del altar de San Carlos Temerario.

FIN

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