En uno de los libros de Ismael Jacobs, se detalla la noche como un pasadizo secreto a los confines del inframundo. Se citan varios cantos de la divina comedia, y alguna que otra frase platónica de dicho mundo. Es muy común confundir sus ensayos con los de Borges o Poe; tienen una prosa muy específica y atrapante, más aún cuando habla de laberintos y mapas indescifrables. Cada tanto pienso, que Sus textos son una imitación de dichos escritores, una copia nefasta (entendiendo que cualquier intento de copiar su estilo, es un ataque directo a la moral literaria). Al igual que cuando se lee a Cortázar o a Quiroga. No intento tampoco despreciarlos, puesto que hasta el mismo Borges utiliza esta técnica. Quién podría negar, que a su vez, nosotros podríamos ser una copia de otro; un yo no tan yo. En sentido metafórico, las copias son un reflejo de lo real; un concepto que a mi ver carece de sentido, dada la redundancia.
En el capítulo primero, Jacobs recorre el concepto de tiempo, y cómo la verdad se bifurca a cada instante, a cada segundo que pasa. Es decir, contempla lo verosímil, con lo verdadero, y entendiendo en una manera retorcida, que esa verosimilitud es nuestra verdad, y que no somos más que seres habitando dentro de un espejo eterno. Asegura que no es incomprobable, que debemos ver los errores, las manchas en la superficie, y los puntos ciegos que aparecen en lo invisible. Da el ejemplo de las nebulosas, los agujeros negros, y los túneles cósmicos del más allá. Entiende que la oscuridad es en realidad lo que no se ve; lo que el reflejo no alcanzó.
Es interesante detenerse en esas observaciones, las cuales no solo condicionan nuestra existencia y la derivan al escepticismo, sino que son la prueba de que no todo es tan malo. En otras palabras, no deberíamos preocuparnos, ser fieles al destino, al mundo in fraganti, que aparece y desaparece en la oscuridad del no saber.
Relaciona los conceptos planteados por Aristóteles, Heráclito y Parménides, a los cuales les dedica tres capítulos enteros. En su ensayo preliminar, da a conocer su postura frente al concepto de infinitud, entendiendo que en nuestro mundo es imposible hablar de él. ¿Cómo podríamos? Si nuestro mundo no está completo, ni siquiera en la teoría. En la página 304, ya al final de la explicación, ejemplifica su mirada, con una recta numérica, en la cual hay espacios vacíos, que se repiten una y otra vez: “En el espacio contiguo de dos números racionales, si se decide seguir fraccionando sus pares, llegaríamos a un punto donde los mismos números perderían el sentido de ser. Se convierten en un espacio vacío entre líneas y puntos, inexistente, o mejor dicho redundante.” En las páginas que le siguen, detalla ejemplos concretos; muestra funciones, derivadas, límites y demás.
Es un autor que vale la pena estudiar, en cualquier tiempo o lugar donde se esté. Nos mantendría atentos a lo que existe y lo que no; aunque aún no defino bien, si el reflejo existe por sí solo, o no es más que la suma de infinitas luces chocando con su superficie. Si así fuese, la obra de Jacobs tendría dos finales: o niega nuestra propia existencia, o crea en ella, la posibilidad de que cada copia, sea un original, dando lugar a ser copiada.
Tal vez hasta el mismo Dios, sea una copia inexacta de sí mismo; creando miles de millones de dioses cada vez que se mira al espejo; y si se quiere, también cada vez que se piensa… Una y otra vez, hasta llegar a un punto donde ser copiado es la naturaleza de lo verdadero. Donde Él, creería que es una copia, donde esa copia, seria nuestro Dios, el único y verdadero Dios.