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EL OBSERVADOR
Contemplando la creación

Relato ficticio que puede ayudar a comprender la forma en que algunas personas han recibido visiones y revelaciones de Dios.


Mesopotamia
Aldea semita
1000 a.C.


Lentamente fue recuperando el control, su control, el control de sí mismo, mientras que tomaba conciencia de lo ocurrido.
Las piernas le temblaban, su mente era un caos de preguntas que pugnaban por respuestas.
¿Qué fue lo que vi?, ¿qué me pasó?, ¿tuve una alucinación?, ¿dónde estoy?, ¡¿las ovejas?!, ¿cuánto tiempo pasó…?,  pensaba, desesperado, y enormemente confundido.
Miró a su alrededor.
¡Las ovejas!, ¡ahí están las ovejas!
¡Gracias a Dios!, ¡gracias a Dios no se han escapado!
¿Será aún de mañana o estará atardeciendo?
El día estaba finalizando y quedaba poca luz, vio que el sol de ocultaba pero él aún no lograba situarse en el tiempo.
Las piernas no lo sostenían. Cayó de rodillas, se apoyó con las manos en el suelo.
Debo volver a casa, debo volver a casa y contar lo que me pasó.
Las imágenes que había presenciado, volvían a su mente como veloces recuerdos. ¿Lo habré soñado? Trataba de enfocarse en lo que era importante en ese momento. Debo volver a casa, volver con mi familia, a salvo y con el rebaño.
Ya se había percatado de que oscurecía. Tomó su cayado y las pieles con que se abrigaba. Estoy muerto de hambre, me duele el estómago del hambre  -no había comido desde que saliera de su casa esa mañana, y ya había pasado el día. Agua, agua, necesito beber.
Corrió hasta el arroyo que estaba a pocos metros, y se puso en cuclillas. Tomó grandes tragos como si fuesen los últimos y se sintió mejor. Se secó la boca con la manga mientras se paraba. Estaba agotado como si acabara de correr una carrera.
Lentamente empezaba a calmarse.
Todo parecía estar en orden. Reunió las ovejas y las condujo hacia la choza donde vivía.
Llegó allí una hora después, apurando el paso, ya a la luz de la luna.
Las encerró en el corral.
Elam tenía esposa, Misur, y dos hijos, un niño de ocho años y una niña de seis.
Al oír a las ovejas entrar al corral los niños corrieron a saludar a su padre. En la penumbra, casi oscuridad, lo abrazaron y Elam alzó a Samud, la niña, y tomo de la mano al mayor, Urkis.
- Mamá estaba preocupada porque no llegabas -le dijo Urkis.
Misur ya había salido de la casa y venía a su encuentro.
- Esposo, ¿te ocurrió algo? -en el rostro de Misur podía verse la preocupación.
- O esposa mía, vamos adentro que debo contarte mi día. Debes oír lo que me ha ocurrido.
- ¿Te ha atacado algún animal?, ¿te encuentras bien? ¿estás herido?, ¿has tenido algún problema con las ovejas…?
- No mujer. Quédate tranquila. Hazme algo de comer, por favor, que no he probado bocado en todo el día y desfallezco.
Elam tomó un trozo de pan y se sirvió un poco de vino mientras esperaba que Misur le prepara algo de comer. Se sentó en una banqueta, comenzaba a relajarse y el cansancio se hacía notar. Respiró hondo, se apoyó en la mesa y comió.
No sabía por dónde empezar a relatarle lo ocurrido. Misur le decía:
- Cuéntame, cuéntame esposo mío -con urgencia.
- Ya mujer. Llegué como de costumbre a los pastos, a la vera del arroyo. Me senté sobre la roca, aquella desde la que puedo vigilar a las ovejas, la conoces. El sol empezaba a levantarse en el horizonte, el aire estaba quieto, casi no había sonidos, los animales pastaban en total tranquilidad y un momento después… todo había desaparecido.
Me hallaba envuelto en la oscuridad, podía darme cuenta de que existía algo como un mar, en el que estaba sumergido, y había a mi alrededor un enorme desorden, como si todo estuviese mezclado. No podía ver dónde empezaba ni dónde terminaba. Era como estar en una tormenta de arena en medio de la noche. Sentía que flotaba sobre un abismo, no veía piso bajo mis pies, y sobre ese mar podía sentir claramente la presencia de Dios.
De repente surgió luz, algo se había encendido, la luz venía de alguna parte pero yo no podía ver de dónde.
La luz que se había encendido se movía, cruzaba sobre mí como cruza el sol. Y cuando quedaba detrás de mí la oscuridad regresaba como en la noche.
Cuando volví en mí ya era de tarde, ya oscurecía y no podía darme cuenta del tiempo que había transcurrido...
Dime mujer, ¿fue sólo hoy o estuve ausente varios días?
- Fue sólo hoy. Esta mañana saliste de casa y esta noche has regresado como siempre. Quédate tranquilo. Termina de comer y vete a dormir, descansa, tal vez ha sido sólo un sueño -le dijo Misur en un vano intento de hacerlo sentir mejor y más calmo.
- No, no fue un sueño -dijo Elam con determinación, mientras se paraba y caminaba por la habitación, claramente perturbado. Estoy seguro de que es cosa de Dios, lo puedo sentir.
Ella podía ver que este evento lo había afectado y no sabía qué hacer, no sabía cómo proceder en estos casos.
Si realmente Elam había tenido una revelación de Dios era necesario contárselo al sacerdote del templo, él sabría si era un sueño o un mensaje. Era posible que ellos no se dieran cuenta del mensaje, que no supieran interpretarlo. O tal vez sólo había sido un sueño.
 - Procedamos de esta manera -le dijo Misur-, mientras tú, mañana, llevas las ovejas a los pastos, como de costumbre, yo puedo ir al pueblo en busca del sacerdote o de alguno de sus ayudantes para consultarlos, y cuando regreses, por la tarde, sabremos qué hacer.
Elam estuvo de acuerdo. No había nada más que hacer, debía dormir, necesitaba descansar, estaba agotado. Acostaron a los niños y luego lo hicieron ellos.
- Mujer, pregúntale también si debemos hacer sacrificios u ofrendas, no te olvides.
La noche fue larga para Elam, las imágenes del día volvían y no podía sacarlas de su cabeza; recibió la mañana con alivio.
Él y su mujer se levantaron antes del alba -los niños aún dormían. Desayunaron como todas las mañanas y acordaron que Misur iría a ver al sacerdote al pueblo.
Elam tomó su cayado, la alforja con comida para el día que le había preparado Misur y salió en busca de las ovejas que estaban en el corral.

La mañana era calma, el aire quieto, los aromas familiares. Llevaba sus animales hacia los pastos cerca del arroyo, como era su rutina.
Intentaré capturar un pez, eso me distraerá y dejaré de pensar en la visión. En esta época del año, algunos grandes se acercan a las orillas a desovar; luego podría buscar hierbas para medicinas. Sí, trataré de mantenerme ocupado.

Llegó a la roca que por lo general utilizaba de mirador, se sacó el morral, acomodó las pieles que usaba de abrigo, las estiró sobre la piedra, y se sentó un momento a descansar. La mañana era verdaderamente plácida...

Empezó a llover, torrencialmente, había mucho vapor, no parecía haber aire, todo era agua y barro, casi no se podía distinguir dónde empezaba uno y dónde terminaba el otro.
Él no se mojaba, toda esa humedad no lo afectaba. Nada de lo que ocurría frente a su vista le producía algún efecto. No sentía frío ni calor. No podía ver el cielo, la niebla-vapor era impenetrable.
Lentamente la atmósfera se fue aclarando, la lluvia disminuyó. El vapor fue cada vez menor. Elam pudo ver cómo el agua se juntaba en el suelo y el cielo aparecía. Aún había muchas nubes, pero ya podía distinguir el firmamento. La tierra era un lodazal, un inmenso bañado.

Volvió en sí, la visión desapareció tan repentinamente como había irrumpido.
Nuevamente era de tarde, otra vez, casi la misma hora, como el día anterior.
Elam se tomó la cabeza.
¿Me estaré volviendo loco?, ¿y las ovejas?
Allí estaban, perfectamente bien, juntas, tranquilas, como si alguien las hubiese estado cuidando mientras él tenía su nueva visión.

Elam pasaba de la felicidad al terror. Felicidad porque se daba cuenta de que lo que le ocurría era voluntad de Dios, lo sentía, lo sentía claramente como si alguien se lo hubiese dicho, pero al mismo tiempo sentía miedo.
¿Por qué yo?, ¿por qué Dios me eligió para mostrarme esto?, ¿y qué es lo que me muestra? No logro entenderlo. ¿Qué más me mostrará?, ¿a qué otras cosas tendré que enfrentarme?
Eran demasiadas preguntas, demasiadas y ninguna respuesta.

Tomó sus cosas, buscó a las ovejas y las arrió lo más rápido que pudo hasta su casa, casi corriendo.
Necesitaba hablar con el sacerdote. Era imperioso que hablara con una persona de Dios, alguien que tuviese experiencia en este tipo de sucesos y pudiera decirle qué iba a pasar o a qué atenerse, o algo, lo que fuera, cualquier cosa que le devolviera la tranquilidad.
Sí, si Misur no pudo ir al pueblo a ver al sacerdote voy a ir ahora mismo, no puedo esperar -lo suyo se acercaba a la desesperación.

Llegó a su casa y metió las ovejas en el corral, empujándolas.
- ¡Vamos, vamos, entren! -les gritaba. ¡Misur! ¡Misur! ¡Ya llegué!
Misur salió a la puerta, debajo del alero y le gritó:
- ¡Esposo!, ¡ven!, ¡acércate que ha venido el sacerdote y te está esperando!
- Gracias a Dios, esposa mía.
Elam, más tranquilo -porque el sacerdote estaba allí-, se lavó un poco la transpiración en un bebedero, y entró a su casa.

Al atravesar el umbral, encontró al sacerdote y su ayudante sentados a la mesa, quienes al verlo se levantaron para saludarlo. Misur estaba parada a un costado, cerca de la entrada.
Luego de saludarse, Elam pidió al sacerdote y a su ayudante que se sentaran nuevamente y le preguntó a Misur por los niños. Ella le dijo que al ir al pueblo, de paso, los había dejado, en casa de sus padres.

Elam les narró, lo sucedido en la jornada anterior y la nueva visión que había tenido ese día. Y también cómo estos hechos lo habían dejado alterado y preocupado.
Los hombres lo escuchaban atentamente sin emitir comentarios. Cuando Elam concluyó su narración el sacerdote guardó silencio un momento más, como aclarando sus pensamientos y luego le dijo:
- Hijo mío, es claro que estas visiones que has tenido pueden provenir de Dios. En este momento aún no logro darme cuenta del mensaje, ni si son hechos futuros o pasados. Es posible que debamos esperar una señal de Dios en ese sentido para poder aclarar la cuestión. De todas maneras, debes quedarte tranquilo, nada que provenga de Dios puede ser malo. Si no te molesta, nos gustaría quedarnos contigo unos días para ver si algo más se presenta, y poder acompañarte. Podemos ubicarnos en cualquier rincón que tú dispongas para no molestar, no quisiéramos interferir en tus costumbres diarias, ni ser una carga para ti y tu familia.
Elam estaba sorprendido, esto era mucho más de lo que podía haber esperado. Él, aunque era muy creyente, no era una persona practicante del culto -podríamos decir-, no tenía la costumbre de ir al templo, y no había tratado con el sacerdote antes de estos eventos.

Les ofreció a los religiosos, los aposentos de los niños -ya que estos se quedarían en casa de sus abuelos, y de ser necesario, podría dejarlos allí unos días más.

Cenaron intentando conversar sobre temas triviales.

Elam y Misur no eran gente adinerada. Eran sólo pastores, así que no tenían grandes comodidades que compartir, y tampoco podían darse el lujo de dejar de trabajar. Elam debía continuar con su vida y sus tareas como de costumbre mientras todo este tema se resolvía.

Cuando se disponían a retirarse a dormir, el sacerdote se acercó a Elam y le dijo:
- Hijo, creo tener una vaga idea acerca de qué podrían ser las visiones que has tenido, no puedo decirte nada aún, pero estoy convencido de que todavía falta que presencies algunas más. Si estoy en lo correcto esto podría llevar, cuanto menos, uno o dos días aún. Te pido que tengas fuerzas y fe en Dios. Si Él te ha elegido es porque sabe que puedes hacer frente a aquello que te ha confiado, recuerda que Él te conoce mejor que tú mismo. Nosotros vamos a acompañarte en todo momento. Dios te está poniendo una prueba y estoy seguro de que podrás superarla con éxito. Ve a dormir y descansa. Mañana será otro día.
Y agregó.
- Si no te molesta, nos gustaría acompañarte al campo sin interferir en tus tareas.
- Gracias maestro, verdaderamente se lo agradezco, no sabe cuánto significa eso para mí.
- Te comprendo hijo. Ve a dormir e intenta descansar, no te preocupes por nosotros.

Misur pasó la noche observando a Elam. Si dormía, si se movía, si respiraba. Era imposible no notar lo preocupada que se encontraba por su marido.

Las primeras luces del alba los recibieron desayunando, se prepararon casi en silencio para empezar el día. Elam podía notar la ansiedad del sacerdote y su ayudante, aunque trataran de disimularla.
Los veía cómo iban de un lado a otro acomodando las cosas que llevarían con ellos y cómo hablaban en voz baja, casi en un susurro, para no molestar.
Elam tenía claro que para ellos ésta era una posibilidad única, tal vez, la que habían esperado y para la que se habrían preparado toda su vida.
Están felices, se nota; y yo sólo deseo que termine. Perdóname Dios mío, no es que no quiera serte útil es que simplemente estoy tremendamente asustado y temo fallarte. Por favor, dame las fuerzas necesarias para superar tu prueba.
- ¿Estás bien esposo? – le preguntó Misur en voz baja, aprovechando que los otros habían salido y disponían de un momento de privacidad.
- Sí, no te preocupes esposa mía. Todo va a estar bien, ellos me van a acompañar. Trataré de traer algún pez porque ayer no pude. Tal vez esto ya haya pasado. Quédate tranquila mujer.

Salió en busca del rebaño e inició su rutina. El sacerdote y su ayudante lo seguían, pero se mantenían apartados tratando de no intervenir, era claro que intentaban ser sólo meros observadores.

Elam al caminar se apoyaba en su cayado y arriaba a las ovejas hacia los pastos.
Dios ten piedad de mí, ten misericordia. Te ruego que todo esté bien. Dame fuerzas, cuida a mi mujer y a mis niños. No me lleves todavía, permíteme ver crecer a mis hijos y ayudarlos a iniciar sus vidas adultas.
Absorto en sus cavilaciones se encontró en el límite de los pastizales.
Los religiosos permanecían a cierta distancia, en silencio.
- ¡Vamos ovejas, vamos, vayan a comer aprovechen las pasturas! ¡Ya, ya! -les decía Elam a los animales, mientras hacía gestos con los brazos y el cayado, en un intento visible porque deseaba que no se separaran demasiado.
Acomodó las pieles y su alforja sobre la roca y se sentó a descansar mientras observaba cómo las ovejas correteaban y pastaban apaciblemente.
El cielo estaba levemente nublado.
No parece que fuera a llover, aunque un poco de lluvia no le vendría mal a las plantas. Ojalá que los niños estén bien con los abuelos. Gracias Dios por mi familia. Gracias por este día.
Se escuchaba el susurro del agua del arroyo cercano y el graznido de algunas aves que pasaban no muy alto.
¿Cómo hacen para flotar en el aire? Elam las seguía con la vista. Casi se había olvidado de sus compañeros de jornada…

El cielo cambió bruscamente. Las nubes se cerraron. Aunque no llovía la impresión era que ésta había sido reciente y que no faltaba mucho para que empezara a llover de nuevo.
El suelo estaba mojado y era un barrial, un bañado, pero el agua se escurría, se escurría y se acumulaba en un sólo lugar, parecía que el suelo se elevaba secándose y que el agua fluía creando un mar, un océano. Elam presenciaba la separación del aire en firmamento, el agua en mares y la tierra en terreno seco. Podía sentir que pisaba suelo seco y que el mar bañaba la playa. El lugar ya no era un bañado. Aunque no veía vegetación ni animales al menos el paisaje general era algo más familiar. Árido, muy árido, pero familiar.

Estaba parado en el pasto entre las ovejas. Se tocó la cara y el cuerpo como reconociéndose.
Otra vez, ocurrió otra vez. ¿Las ovejas? Sí, aquí están. Dios, Dios las cuida por mí.
Respiró hondo, se restregó los ojos, como si despertara de un sueño. Caminó hasta el arroyo para beber. Sin apuro. Se arrodilló en la orilla y quedó un momento quieto, sin hacer nada. Se miró en el agua y luego juntó las manos para tomar un poco. Bebió despacio. Luego se lavó la cara y se mojó el pelo y la nuca, masajeándola levemente.
Los religiosos lo observaban de lejos en absoluto silencio.
Juntó sus cosas y empezó a arriar a los animales. A corta distancia, el sacerdote y su ayudante lo observaban. El sacerdote con un leve gesto de su mano le decía a su ayudante que no hiciera nada, que no interviniera. Elam pasó cerca de ellos arriando las ovejas y todos iniciaron el regreso.
El retorno fue en silencio y sin apuro, casi como un día más de tantos.
Al fin, al llegar, Elam dejó a las ovejas en el corral y al pasar al lado del sacerdote le dijo:
- Vamos adentro, maestro, comamos algo y les contaré lo que he visto.

Misur, al verlo entrar en la casa, quiso saber:
- Has tenido otra visión -fue más una aseveración que una pregunta. Estás cansado, esposo mío. Siéntate que he preparado algo para que todos coman.
La mujer miró a los religiosos, como preguntando su opinión.
El sacerdote y su ayudante en silencio se sacaron los morrales y dejaron sus cosas sobre el suelo, en un rincón. Luego salieron a lavarse para cenar.
Elam se sentó en una banqueta y se apoyó en la mesa.
- Mujer. He tenido otra visión. Cuando vuelvan los religiosos se las contaré.
Mientras comían, Elam narró lo que había visto. Y el sacerdote le contó a Misur que Elam había caminado por el prado mirando cosas que ellos no habían conseguido ver. Relataron cómo Elam miraba sus pies, observaba el cielo, y cómo, por momentos, extendía las manos como si fuese a tocar algo. También les comentaron que las ovejas se mantuvieron cercanas y apacibles en todo momento. Ninguna se separó del rebaño ni fueron atacadas por algún depredador.
Al fin, el sacerdote le dijo a Elam:
- Hijo. Debes estar tranquilo. Estoy seguro de que lo más difícil ya ha pasado. Debes alegrarte de ser tú el elegido por Dios para recibir este mensaje. Ya habrá tiempo de interpretarlo. Mientras tanto descansa. Nosotros, por nuestra parte,  vamos a orar a Dios para que te dé las fuerzas necesarias y la claridad de mente y espíritu que necesites. Alégrate. Lo que viene de Dios tiene que ser bueno.
Se dio vuelta y le dijo a su ayudante:
- Retirémonos a nuestro aposento. Dejemos a esta gente tranquila. Todos necesitamos descansar.

Amaneció. Un nuevo día se iniciaba. Otra vez, ¿y hoy? ¿qué pasará?, ¿será que ya se habrá terminado? Por favor Dios mío ten misericordia de mí y mi familia.
Elam se levantó y se preparó como de costumbre, los demás hicieron lo suyo.
Misur les preparó comida para el día. Los saludó desde la puerta mientras se alejaban, su mano izquierda apretujaba la ropa de su pecho.

Llegaron a las pasturas enseguida, sin ningún tropiezo.
Aquí estoy, una vez más. Cada vez que miro los pastos, las serranías, el desierto, los arroyos, las aves, pienso, ¿cómo ha creado Dios todo esto?...

De la tierra brotaban plantas, plantas que se convertían en árboles, árboles que daban frutos, y frutos que daban semillas. Lo árido se tornó verde, verde y diverso. Progresivamente se encontró rodeado de gran vegetación, tanta que no podía ver el cielo.

Y el pastizal volvió, y con él las ovejas.
Así lo hizo, ¡así fue! ¡Es eso, es eso lo que me está mostrando! ¡Estoy viendo y presenciando cómo Dios creó todo lo que existe! ¡Dios me está mostrando la Creación!
Buscó a los religiosos con los ojos.
- ¡Ya sé qué es lo que veo! ¡Ya sé qué es lo que Dios me está mostrando! -se arrodilló y se sujetó la cabeza con ambas manos.
- Es perfecto, es impresionante -susurraba.
Los religiosos corrieron hasta él y se arrodillaron a su lado.
- Cuéntanos hijo, cuéntanos por favor.
- ¡Dios me está mostrando la Creación! ¡Dios me muestra cómo hizo todo!... Es el caos original, cómo lo organizó, cómo separó el agua de la tierra, la luz y la oscuridad, el día y la noche, las plantas, los árboles… creo que mi cabeza va a reventar.
Se reía y lloraba. Los religiosos lo abrazaban y trataban de contenerlo.
- Calma hijo. Tráele algo de comer -le pidió el sacerdote al ayudante.
Éste trotó hasta donde estaban los morrales y regresó con un poco de pan y agua.
Elam les contaba lo que había visto y cómo la tierra pasaba de la aridez extrema a la exuberante vegetación delante de sus ojos. Había tanto bosque, tantos árboles que ni siquiera podía ver el cielo.

Regresaron.
- ¡Misur, Misur! -entró a la casa. ¡Ya sé de qué se trata!  -la sujetó de los hombros. Dios me está mostrando la Creación, cómo creó la tierra y todas las cosas que la habitan. ¡Hoy me ha mostrado cómo creó las plantas! Siéntate y te lo contaré, ha sido maravilloso, impresionante…

Al día siguiente allí estaban otra vez.
Elam acomodó las pieles sobre la roca. Buscó un trozo de pan -la caminata le había dado hambre. Los religiosos estaban a unos cien metros, en el mismo lugar donde se habían quedado el día anterior, y hacían como que no lo observaban. Se sentó y se desperezó estirando los brazos.
Sí que es un día hermoso…

Salió de entre los árboles y vio el sol pasando raudo sobre él, y luego la luna y las estrellas. Los días y las noches se sucedían a un ritmo vertiginoso. Los días pasaban, los años, los siglos, milenios.

- ¡Para eso están! -gritó, buscando a los religiosos. ¡Para contar los días y los años!
Los religiosos lo miraban sin comprender y se acercaron casi trotando.
- ¡El  Sol y la Luna están para eso! ¡Dios los creó para que podamos contar el tiempo! ¡Para que sepamos cuántos años han pasado! ¡Para separar la luz de la oscuridad, para que descansemos de noche y trabajemos de día! Nos dice que los astros fueron hechos con un propósito, para ayudarnos, para organizarnos… Es maravilloso. Todo tiene un motivo. Todo tiene un porqué.

Y atardeció y amaneció el quinto día…

Y allí estaba de nuevo en el prado con sus ovejas.
Acomodó sus cosas sobre la roca y se refregó la cara como para despertarse.
Se recostó y apoyó las manos en sus muslos, mientras miraba el arroyo. ¿Qué tienes hoy para mí, Dios mío…?

Agua, mucha, llena de peces, chicos, grandes. Y en el cielo aves, gran cantidad, revoloteando. Los graznidos llenaban el aire.
Enormes animales marinos, enormes, gigantes, monstruosos. Algunos salían a la tierra, otros se arrastraban como serpientes ganando la tierra firme. El mar bullía de vida, vida diversa, inmensa diversidad. Las aves anidaban en la tierra y se reproducían, el mundo se llenaba de vida.
Eran muchas, demasiadas, no lograba seguir a todas esas criaturas, tan distintas y tan similares. Tantas… tantas…

La playa desapareció. Elam se tiró de espaldas en el pasto. Con las manos tanteaba lo que había a su lado. Buscaba la arena que ya no estaba, mientras miraba el cielo en busca de las aves. Cerró los ojos en un intento de retener las imágenes. Más, más.

Se sentó.
- ¡Animales marinos!, ¡animales inmensos!, ¡monstruos marinos!, ¡monstruosos, enormes! -se reía. Y los días. Cada día corresponde a un día de la Creación, ¡mis días son los días que a Él le llevó concretarla! Por eso me la muestra fraccionada. ¡Es muy importante que reparemos en los días!
Hizo un alto en su discurso para tomar aliento.
- ¿Cuántos días llevamos? -les preguntó.
El sacerdote ya estaba a su lado y se sentó cerca.
- Con éste, cinco -le respondió.
- Cinco, cinco… ¿cuántos días habrá dedicado Dios a esto?, ¿cuántos días faltarán?
- ¿Y el hombre? -preguntó el ayudante-, ¿y el hombre?
- No sé. Aún no me lo ha mostrado, aún no lo he visto...

Y atardeció. Amaneció el sexto día.

Se arrodilló. Dejó su cayado y oró, agachado con la frente casi sobra la tierra y las manos unidas.
Dios, Dios mío, déjame ver tu grandeza, muéstrame tu Creación. Ten misericordia de tu humilde servidor. Dame las fuerzas para realizar tu encomienda…

Del mar apareció la tierra firme y en ella los animales terrestres, pequeños, grandes, todas las especies. La tierra rebosaba de vida. Y Dios estaba conforme.
Y apareció el hombre. El hombre mandaba sobre los animales, los dominaba. Hombres y mujeres caminaban juntos.
Estos hombres y mujeres comían de los frutos de los árboles y de las semillas de las plantas, y los animales pastaban en las llanuras. Dios proveía del alimento a todos. Frutas y semillas para los hombres y hierbas para los animales. Y Dios miraba su Creación y veía que era perfecta.

Elam volvió en sí al borde del arroyo. Miró alrededor como intentando ubicarse.
Dio un par de pasos hacia atrás, se dio vuelta y empezó a caminar alejándose del agua.
- ¡El hombre! ¡Dios lo creo a su imagen, hombre y mujer!
Se sentía como borracho, embriagado. En estado de bienaventuranza. Feliz. Les dijo:
- Regresemos, vamos a casa, quiero ver a Misur, deseo contarle, quiero describirles lo que vi.
Sus ojos transmitían amor, amor, compasión, comprensión.
Retornaron.
- Misur, esposa mía, he visto la creación del hombre y de los animales. Dios dijo: “Hagamos al hombre igual que nosotros, y que mande sobre todos los animales, peces y aves”. Dios creó al ser humano a imagen suya, macho y hembra. Y los creó con amor, con el amor de un padre y los bendijo: “Sed fecundos y multiplicaos”. Y también agregó: “Les doy las hierbas de semilla y los árboles con frutos para que coman, y a los animales, aves y peces la hierba verde de alimento”. Y Dios vio cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Mujer, esposa mía, puedo sentir el amor de Dios por su creación, por nosotros, por cada hierba, por cada ave.
Su voz se quebró por la emoción, no podía contener el llanto.
El sacerdote y su ayudante se postraron y oraron.
- Dios gracias, gracias Dios mío.

Atardeció. Amaneció el séptimo día…

Caminó hasta llegar a la piedra donde dejaba sus cosas, como quien va al encuentro de alguien. Se sacó las pieles, dejó el cayado en el suelo, apoyó el morral sobre la piedra y se sentó. Cerró los ojos y esperó…

La obra estaba concluida. La tierra, los cielos y todos sus elementos y seres. Y cesó Dios en el día séptimo todo el trabajo que había hecho. Lo bendijo y santificó.

Abrió los ojos los buscó. Allí estaban. Se tambaleó, se apoyó en la roca con una mano.
¿Me estaré por morir? Algo o alguien me abandona, me siento mareado. Tengo miedo, Dios no me lleves todavía. Ha terminado. Ya no hay nada más. Lo que estaba conmigo se ha ido. No me siento bien.
Llamó al sacerdote con la mano y le dijo:
- Vamos, regresemos. Ha terminado. Hoy es día de descanso. El séptimo día debe ser santo. Es el día en que Dios da por concluida la Creación. No debemos trabajar. Lo que Dios me dio terminó. Se ha ido. No me siento muy bien -los pensamientos se le mezclaban.
 - Tranquilo hijo, casi no ha pasado la mañana, vayamos a la casa a comer algo y te sentirás mejor -le hizo señas a su ayudante para que tomara las cosas de Elam.

Arriaron las ovejas y Elam se fue sintiendo mejor a medida que se acercaban a la finca.

Misur se encontraba en la huerta carpiendo el suelo. Corrió hasta ellos.
- ¡Que pasó que han vuelto tan temprano!
- Dios me ha dicho que hoy es día de descanso, que no debemos trabajar. Es el día en que concluyó la Creación, el séptimo día. Deja las herramientas mujer, hagamos como Él dijo.
- ¿Y mañana?
- Mañana hay que trabajar de nuevo, pero ya no habrá mensajes, esposa. Siento que ha terminado. Tengo la sensación de que lo que estuvo conmigo estos siete días se ha ido. Me siento distinto y cansado, bastante cansado.

A la magra luz de la lámpara de aceite -en su habitación del templo-, el sacerdote terminó de escribir lo que Elam le había narrado día por día.
Esperó que la tinta se secara -ayudó soplándola suavemente-, y luego enrolló el papiro con gran cuidado y reverencia. Lo ató con un cordel y lo guardó en el cofre de las posesiones sagradas del templo.
Era necesario descansar; en la mañana debería iniciar el largo viaje hasta el templo principal donde le contaría lo acaecido al sumo sacerdote.

(Capítulo 8 del libro El observador de Alberto Canen - Editorial Creativa 2012)

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