Un sicario, de esos que asesinan disparando desde su motocicleta, disfrutaba de su “trabajo” y se recreaba con el dolor de sus víctimas al leer o ver las noticias. El modus operandi era sencillo, disparar la metralleta y huir a la mayor velocidad posible.
Jamás se le pasó por la mente cómo sería su final que le cayó de repente y de una manera curiosa. Caminaba un día por el centro de la ciudad y llegó a una avenida con alto tráfico, no estaba acostumbrado a cruzar calles a pie y se lanzó sin fijarse en el semáforo.
Por cosas del destino, una moto de alto cilindraje, idéntica a la suya, que venía a mucha velocidad lo atropelló, quedó muerto instantáneamente… y el motociclista escapó y jamás se supo su identidad.
Edgar Tarazona