En una de tantas borracheras mi amigo y personaje, Fabricio, se despidió de todos a las diez de la noche, diciendo que se iba para la casa. Lo que ocurrió en su mente saturada de alcohol fue que recordó que sus padres y hermanas que vivían en Bogotá, DC a 35 kilómetros de donde él estaba. Hacía pocas semanas había adquirido una pequeña moto Susuki FT de segunda mano y se sentía tan orgulloso como si fuera el propietario de una Harley Davidson. Quería presumir ante su familia de su adquisición y a las diez de la noche tomó camino a la ciudad de sus padres.
A un kilómetro de la partida le fallaron los reflejos, cuando fue encandilado por un vehículo que venía en sentido contrario, y rodó sobre el pavimento; se quebró los dos incisivos de la parte superior y se partió ambos labios; amén de las raspaduras y laceraciones en la cara y otras partes del cuerpo, la moto sufrió considerables daños: farola delantera rota, el manubrio quedó torcido, se dañaron los frenos….
Si hubiera estado en sano juicio lo más sensato era devolverse al punto de partida pero, como no hay borrachos sensatos en este mundo, se montó como pudo y manejó a oscuras, adolorido, con la dirección de la moto torcida, sin frenos y con el dolor de todas las heridas.
A las tres de la mañana, en medio de una pertinaz lluvia mi amigo Fabricio se presento triunfal, roto y lleno de sangre donde su familia y deseándoles un feliz año en pleno mes de abril.
De mi libro HISTORIAS EBRIAS
Edgar Tarazona Ángel
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