El micro se detuvo. Subió, sacó boleto, hizo un paneo buscando asiento. Constató e que estaban ocupados y en vez de correrse hasta el fondo del pasillo, como lo hacía habitualmente, se detuvo. En realidad lo detuvo una mujer. Sexto asiento a la derecha del lado de la ventanilla.
El más hermoso rostro de mujer que viera en su vida. Todo era armónico y bello. Pelo, piel, boca, nariz y lo que más lo seducían, los ojos, el espejo del alma así decían.
Se detuvo a una prudente distancia para poder mirarla y disfrutar de esos ojos que hacían un travelling distraído hacia el exterior. Y se quedó engordando el ojo, como le solía decir a su mujer cuando lo trataba de mirón. Por suerte ella no dirigía su vista hacia donde él estaba, su pudor no le hubiera permitido sostenerle la mirada.
De pronto ella alzó la vista, se irguió del asiento, lo miró a los ojos y con una voz tan dulce como su rostro le dijo.
- Siéntese, abuelo.