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     Apenas llegamos a la placita lo primero que hicimos fue mirar hacia los juegos, y cuando vimos que solo había una hamaca libre nos miramos por dos segundos, tal vez tres, y salimos corriendo para ganarla. Bueno, yo corría, María casi que nadaba en miel, así de lenta era. Por eso victoriosa gané la carrera y con ella la hamaca. ¡Ay! pocas cosas disfrutaba tanto como sentarme ahí y gozar de la brisa en el rostro, flotar en el aire y sentir que volaba por el cielo. Por momentos podía recordar cuando papá con sus fuertes manos me empujaba y me hacía llegar tan alto que sentía despeinar las nubes con los pies. ¡Ay! Lo extrañaba tanto. Y casi que podía escucharlo reírse a mis espaldas, y decirme tierno un te quiero que…que se esfumó con los reclamos de María, que ansiosa, molesta y agitada me dijo al llegar:
-Abu, ¿ya es mi turno?

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