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El café comenzaba a enfriarse en la taza abandonada sobre la meza a veinte centímetros de él. Unas pequeñas nubes de vapor se iban desprendiendo del líquido, rendidas y sumisas desaparecían en el aire.

El lugar estaba casi vacío, unas cuantas personas sentadas por allí y por aquí apenas hacían ruido, solo el sonido del televisor envolvente parecía salir de todas partes, no necesitaba ser estridente como antes, como hace poco, ahora con algo de volumen llegaba a cada rincón del ambiente, pequeños triunfos de la tecnología.

Sin embargo su mente estaba perdida en otras cosas, miró el café y lo sorbió un poco, no le molestaba que estuviera apenas tibio, se había acostumbrado a tomarlo así, lo bebía sin azúcar desde hacía muchos años, creía que así la cafeína actuaba más rápido y podía estar activo casi indefinidamente, el casi era porque siempre terminaba dormido al pasar el efecto. No era el mismo de antes, nadie los es.

Aquel había sido un día extraño, con una extraña noche y un aun más extraño sueño, había aprendido a escuchar a las voces que inundaban sus sueños y era por eso que le resultaba tan extraño. ¿Cuánto hacía que había dejado de pensar en ella?, “nunca” se dijo, momentos mas momentos menos, siempre la había recordado, primero con la tristeza infinita de la nostalgia y luego con el cariño perecedero del amor ideal.

Hacía diez años que se había ido y que la había visto en persona por última vez, con el mundo de hoy era imposible dejar de comunicarse, pero el constante dolor de sentirse separados había terminado por ser una barrera que prefirieron dejar entre ellos. De eso ya hace ocho años y luego noticias muy esporádicas casi como anécdotas de aquellos que les eran comunes.

Y hoy había soñado con ella, venía viajando en aquel desaparecido tren de la ciudad, tan desaparecido que ya ni existía en los tiempos en que estuvieron juntos. El andén estaba lleno de gente, repleto  hasta los bordes, era casi imposible caminar y la vio en la cornisa del tren apunto de bajar, trató de acercarse pero la gente no se lo permitía. Desapareció entre el tumulto y no logró hablar con ella. El sueño cambió y era el antiguo camino a la casa de ella, el camino ya no existe, muchas cosas cambian en diez años, especialmente la ciudad y sus calles. La vio en un taxi, sabía adónde se quedaría y apuró el paso pero algunos sueños están hechos para ser pesadillas y no llegó a alcanzarla a pesar de estar a unos metros, ella tampoco escuchó que le hablaba, que la llamaba por su nombre a gritos y entre un grito y otro despertó… ¿Cuánto hacía que no había soñado con ella?, muchísimo tiempo.

Por eso ahora estaba en aquel lugar pensando en lo que el sueño le había estado diciendo, en lo que su sueño le advertía.

Recordaba la despedida, era más fácil portarse frío, pero no lo consiguió así que la dejó irse con un beso suyo pegado a sus labios, quería recordar esos besos que lo enloquecían tanto. Habían cuidado de que no los viera nadie, al final no supo si alguien los había visto, sus niños vinieron a buscarla y se fue con ellos.

Fue la última vez que la sintió, a los dos años dejaron de escribirse y así fue los siguientes ocho, solamente preguntando casualmente por ella para saber que seguía bien.

Otro sorbo de café y el chasquido del encendedor para encender un cigarrillo, es diciembre y la ventana que da a la calle le muestra el cielo nublado y el viento que recorre las calles anunciando lluvia.

Han pasado algunos minutos mas y no puede evitar recordarla como en el sueño ¿habrá cambiado?, ¿habré cambiado yo a los ojos de ella?, piensa -mi cabello está blanco, al final las canas ganaron- termina diciéndose y sonriendo, nunca pudo evitar gastarse bromas propias.

¿Puedo sentarme? – escucha la voz con ese acento particular de quien viene de afuera. Levanta la mirada y la ve, como en el sueño, como en sus sueños, como en sus recuerdos. No ha cambiado nada, excepto su mirada que parece aun más intensa y traviesa de lo que recordó alguna vez.

Se incorpora y no deja de mirarla a los ojos como temiendo que se esfume.

Se acerca a ella sin creer que esté allí.

-          Pero… cuando… cuando llegaste –

-          Ayer, averigüé que vienes aquí siempre y me vine a verte –

-          No sabes cuánto te he extrañado – 

-          También yo –

Y sin pensarlo se acerca a ella y le cubre la boca con los labios.

 

Diez años se dicen pronto, se viven mucho, pero desaparecen cuando llega el reencuentro.

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